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]]>Sea como fuere, la ortodoxia científica nos ha catalogado como Homo sapiens, la especie que ha venido poblando la Tierra desde hace decenas de miles de años y que ha ido avanzando en su desarrollo, ya no estrictamente biológico, sino básicamente en sus capacidades cognitivas y creativas, dando pie a la cultura y la civilización. En fin, ahora podríamos discutir si el hombre es realmente sapiens (sabio) –y quizá lo fue en un pasado muy remoto– pero mucho me temo que las cosas han ido a peor y que el Homo sapiens es una denominación bastante incorrecta para definir al ser humano actual. Así pues, podríamos decir que hemos sufrido una especie de “involución”, que se ha traducido en la aparición de un nuevo espécimen al que podríamos bautizar científicamente con el nombre de Homo imbecilis.
¿Cuáles serían las características de este novísimo homínido? En cuanto a su localización, se extiende por casi la totalidad del planeta, pues habita en todas las zonas civilizadas y muy especialmente el llamado mundo occidental o primer mundo. No se aprecia distinción racial importante, aunque el hombre blanco es probablemente el mayor exponente de esta nueva especie, seguido por las razas asiáticas, simplemente por su enorme peso demográfico.
El Homo imbecilis es fundamentalmente urbanita y es un homínido de su tiempo, instalado en la modernidad, el progreso y la alta tecnología. De hecho, es más próximo a una máquina que a un ser consciente. No sabe nada de nada, pues la educación básica –o incluso avanzada– que ha recibido ha llenado su mente de mentiras y estupideces. Desde luego, cree saber muchas cosas (sobre todo aquel que tiene estudios superiores, másters, y demás), pero no es más que un almacén de datos superfluos que él no ha razonado, ni contrastado ni criticado. Se orienta fundamentalmente por su sistema de creencias, que inocentemente considera que es suyo. Lo cierto es que ha ido incorporando a su cerebro lo que le han programado (perdón, quise decir “enseñado”) y no ve el mundo más que con los ojos de su amo.
En su comportamiento social, es el perfecto animal gregario que forma parte de un rebaño desorientado y pusilánime. El Homo imbecilis está en su salsa cuando se mueve en un entorno borreguil masivo, promovido por la educación, las costumbres y sobre todo por los medios de comunicación y más últimamente por las tecnologías de la información (Internet, redes sociales, etc.). Se rige por emociones básicas e impulsos y tiende a hacer lo que hace todo el mundo para no convertirse en un “excluido social”. Es muy fácil de manipular y convencer; no es nada complicado hacerle creer que él es soberano y protagonista de los acontecimientos, cuando en realidad lo están llevando dócilmente al matadero. Él cree en los Estados y en las instituciones, y no se imagina un mundo sin leyes ni normas. Todo tiene que estar perfectamente reglamentado y organizado. En este contexto, el buen Estado se preocupa de uniformizar a la gente para que no haya diferencias indeseables y todos puedan ser como todos; además vela en todo momento por nuestra seguridad y por nuestro bien con medidas de control de todo tipo, y así da la tranquilidad adecuada al Homo imbecilis.
Su actitud diaria es la de estar enganchado permanentemente a un artefacto-droga llamado teléfono móvil (o dispositivos similares) con el cual juega, se comunica, se “informa” o simplemente pasa el rato, enviando mensajes y fotos y riéndose de buena gana. Además, ahora se hace selfies porque está de moda y es guay. Trabaja, come, viaja, duerme, se levanta, se acuesta, acompañado de su inseparable artilugio y sufre hasta la exasperación cuando se da cuenta que ha salido de su casa sin su aparato querido. El Homo imbecilis también ve la televisión, y se cree todo lo que allí se dice, como en el pasado su ancestro el Homo sapiens se creyó lo que decía el párroco desde su púlpito eclesial. Aparte, con la televisión trata de divertirse y desconectar de la realidad a veces dura y fatigosa mirando series, deportes, concursos y otros divertimentos pensados para hacer su vida más llevadera…
El mundo del Homo imbecilis está construido en torno a los bienes materiales, a los que tiene en la más alta estima, empezando por su casa y su coche. Valora el dinero como su dios principal en este mundo y hace planes para conservarlo y acrecentarlo en la medida de lo posible. Entretanto, vive instalado en un estado de permanente miedo e inseguridad, y está preocupado por fenómenos que apenas puede comprender como el paro, la crisis económica, el terrorismo, el cambio climático, la pérdida de las pensiones, etc. Por lo demás, se identifica con su bello (o no tan bello) cuerpo y se preocupa obsesivamente de su aspecto físico, su indumentaria, sus complementos, su apariencia de cara a los demás… Come de forma compulsiva, engorda, y luego va al gimnasio, hace deporte, hace dietas, toma pastillas, se hace liposucciones y cirugía estética… o está obsesionado con su dieta vegetariana, sus productos naturales y ecológicos, etc; son dos caras aparentemente muy distintas… de una misma moneda.
Y mientras tanto, enferma, va al médico, lo machacan a medicamentos y terapias agresivas, lo llevan de un sitio a otro, le hacen mil y una pruebas, se obsesiona con sus índices y marcadores y se olvida de vivir. Está literalmente aterrado por la muerte, hasta que lo acaban fulminando. Pero no sabe por qué está aquí ni le preocupa.
¿Quiere ver al Homo imbecilis en su ambiente? Está en la oficina pegado a una pantalla de ordenador, en una cadena de montaje industrial colocando piezas, en el metro jugando con su móvil, en el fútbol gritando como un poseso, en el restaurante devorando una paella, en la playa tostándose junto a otros miles de tostados, en las manifestaciones promovidas por “movimientos populares”, en los megaconciertos de música electrónica, en un gran complejo comercial buscando las mejores ofertas, en un gigantesco atasco de coches a la entrada de una ciudad, en una larga cola frente al mostrador de una entidad bancaria…
El Homo imbecilis es, en suma, un pobre desgraciado, un robot, un pelele, un mamarracho, un pedazo de carne, una cosa sin espíritu ni voluntad. O dicho de otro modo, nace dormido, vive dormido y muere dormido (y donde dice “dormido” también pueden poner “anestesiado” o “hipnotizado”). A esto hemos llegado… para satisfacción del amo.
Pero no seamos derrotistas; la evolución (y no precisamente biológica) tal vez pronto nos depare alguna sorpresa, cuando el Homo imbecilis empiece a mirar para dentro cada vez más y encuentre al ser que realmente es. Parece que algunos ejemplares de esta especie ya han entrado en esta fase… y en este caso, el amo ya no está tan satisfecho.
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]]>Sin embargo, tales propósitos nobles e irrefutables chocan de manera frontal y contundente contra los datos de una evaluación tan simple y elemental como PISA, cuyos resultados denigran a no pocos sistemas cuando se trata de constatar la capacidad lograda por los alumnos para comprender textos.
Desde una hipótesis cognitiva, enfocando el análisis en los aspectos motivacionales y en los modelos mentales de quienes enseñan y aprenden, cabría preguntar si el docente posee el método que le permita advertir la diferencia entre comprender textos y comprender hechos. Nos referimos a la comprensión, al análisis y a la reflexión de las situaciones y hechos próximos a la vida de cada alumno (y que luego podrán ser relatados por un texto) y no a la comprensión de un texto que relata un hecho remoto.
Aquí surge que la comprensión de un texto suscitará interés si está vinculado con hechos próximos y con situaciones experimentadas por el alumno. Pero dicho interés decaerá si se relaciona con hechos remotos y lejanos a la experiencia de quien aprende.
No es que los alumnos carezcan de la capacidad de comprensión de un determinado texto; la gran mayoría seguramente posee tal capacidad. Pero es evidente que carecen de la motivación y del gusto para querer comprender ese texto. Esta carencia, que aparece como desgano por la lectura, podrá revertirse si la destreza perceptiva del docente le permite advertir en sus alumnos la proximidad o lejanía de los hechos relatados por el texto.
Advertir que primero hay que “meterse” en los hechos, comprenderlos, analizarlos, sacar conclusiones, para recién allí ir al texto, constituye un verdadero arte pedagógico. Enseñar a comprender los hechos para poder comprender la vida del texto es una condición de sutileza que puede llegar al refinamiento cuando el docente se interesa por vincularlos con las condiciones de vida, experiencias e idiosincrasia de quienes aprenden. Es muy probable que este esfuerzo llevado a cabo con paciencia, suscite un mayor interés por la lectura y favorezca gradualmente la comprensión de lo que se lee.
La experiencia de cualquier lector que gusta y ama lo que lee, refleja que el texto que motiva su lectura está lleno de vida para él y que le brinda conocimientos para disfrutar y comprenderse a sí mismo y al entorno que le rodea. Por eso, pretender la comprensión de textos sin vida es como pretender nadar sin agua. Esto explica por qué las aulas se convierten muchas veces en una suerte de natatorios vacíos.
Cuando se exige o pretende la comprensión de textos “secos” y ajenos a las situaciones vividas por el lector, desaparecen la pasión, el entusiasmo y el placer. Un texto “deshidratado” es, por tal motivo, un texto sin sensibilidad por su desvinculación con los hechos y con la experiencia del sujeto. En tal situación, se instalan un desinterés y desmotivación que desalientan e impiden la sensación gratificante para comprender lo que se lee.
Dado que la capacidad comprensiva natural es inherente a la actividad mental que emerge del entusiasmo y motivación para comprender, podemos advertir el paralelismo y la correlación entre el texto muerto y la pasividad mental generada por el aburrimiento. En consecuencia, la estrategia pedagógica ante las dificultades para lograr la comprensión de textos, debe consistir en enseñar a pensar y a reflexionar, en primer lugar, sobre los hechos y, a posteriori, sobre los textos.
Como disciplina mental, planteada de manera sencilla y acorde con la capacidad evolutiva del niño y adolescente, dicho proceso debe estar cimentado en la experiencia viva de los hechos, en el análisis y en la comparación entre las posibles consecuencias. Esto logrará la apertura del intelecto y pondrá en acción los procesos cognitivos necesarios para construir una conclusión acerca de los hechos en estudio o para dejar abierta la mente a nuevas hipótesis.
Una vez afianzado este proceso empírico inicial, y bajo la oportuna y acertada intervención docente, es muy seguro que cada alumno esté motivado y quiera comprender textos relacionados con la experiencia de los hechos y, en casos más sutiles y avanzados, sienta la confianza de poder expresar lo vivido y ensayar escribir su propio texto. Es a partir de este último estadio que el intercambio grupal de tales experiencias podrá dar lugar, mediante ensayo y error, a la sutil y valiosa experiencia de la construcción colectiva del conocimiento.
Es posible ensayar estos procesos con costo cero y es muy probable, siempre y cuando la creatividad del docente esté en acción constante, que la predisposición a la violencia escolar se atenúe, que la falta de interés vaya desapareciendo gradualmente, que la confianza para aprender y comprender se vaya afianzando y que la convivencia se transforme lentamente en ámbitos de respeto, aprendizaje y comunicación.
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]]>El por qué algunas personas para llamar la atención por baja autoestima prefieren llamar la atención con actitudes negativas, y de esta manera hacerse presentes.
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]]>Frente a lo que habitualmente se dice del estrés como un estigma o enfermedad, la mayoría trata de prevenirlo y tratarlo según los parámetros de la medicina o de las terapias psicológicas. Si bien las consecuencias del estrés rozan y predisponen a una enfermedad cardíaca y a la depresión, hay que aclarar que, en sí mismo, el estrés no es una enfermedad.
Lejos de ello, el estrés es una capacidad general de respuesta eficiente y acertada ante una amenaza, ante un desafío o una imagen de temor o pérdida. Pero si ante tales condiciones el sujeto permanece indiferente o sufre alteraciones emocionales, esto configura una verdadera deficiencia de raíz cognitiva, muchas veces aprendida en el entorno familiar, escolar o social.
Y así como la acción de comer es buena y necesaria, tales atributos desaparecen si el comer se convierte en exceso. Del mismo modo, la capacidad de respuesta del estrés, al no guardar el equilibrio y moderación a través de la reflexión y del ejercicio de la capacidad de pensar, convierte en excesiva la respuesta. Y según sea el caso, se podrá considerar al estrés como una respuesta acertada y oportuna ante el peligro o amenaza o como una respuesta exagerada y desequilibrada del sujeto.
En consecuencia, el estrés en su versión moderada no es una enfermedad, es un factor cognitivo positivo que permite atenuar los peligros o amenazas, mientras que se convierte en un factor cognitivo negativo cuando la mente construye imágenes perturbadoras. Es en este último sentido con el que la mayoría alude al estrés, apuntando al matiz enfermo para tratarlo, pero obviando el matiz positivo para potenciarlo mediante un método pedagógico que promueva, a través de la educación, procesos cognitivos que fortalezcan la capacidad de resistencia y comprensión ante cualquier adversidad.
De allí que las terapias convencionales de moda si bien constituyen un intento para superar el estrés, las mismas resultan insuficientes por provenir de un modelo sintomático que aborda la periferia de la capacidad de respuesta, sin apuntar al modelo mental que la provoca.
Podríamos mencionar, al respecto, algunas situaciones conocidas que impactan en nuestra vida cotidiana:
Tales situaciones no logran la remisión efectiva y duradera del estrés dañino; simplemente actúan ejerciendo una función acelerativa o de retardo, atenuando la gravedad en el nivel periférico de los síntomas y actuando como meros catalizadores.
Tanto para prevenirlo como para tratarlo, el estrés debe ser abordado desde un enfoque sistémico-cognitivo que supere el modelo sintomático y, a su vez, potencie el modelo cognitivo-mayéutico de los modelos mentales. Lejos de los enfoques reduccionistas de las terapias convencionales, hay que tener en cuenta que el estrés, en su esencia más profunda, se adscribe a un modelo cognitivo y emocional que actúa en el nivel mental que lo provoca, sea ejerciendo su función de acierto (eustrés) o de menoscabo por exceso (distrés).
Dr. Augusto Barcaglioni
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]]>¿Hoy podré sentirme mejor que ayer?
Si en medio de todos los problemas que tengo…
Si a pesar de las cosas que me preocupan…
Si a pesar de haber fracasado en cosas importantes…
Si a pesar de sentirme solo o insatisfecho…
Si a pesar de lo que tengo que hacer siento que no tengo ganas y no me alcanza el tiempo…
Si a pesar de estas y otras cosas que me pesan y preocupan soy capaz de escuchar dentro de mí un suave sonido que viene de lo mejor de mi mismo y puedo ver que poseo algo que me va a brindar ayuda y sostener, seguramente empezaré a vivir un poco mejor.
Para ello, empezaré a bucear lo más profundamente posible para extraer de mi propio ser las mayores riquezas que todavía no fueron descubiertas.
Ejercicios:
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