ESCUELA PARA PADRES Archives - Cognitio https://cognitio.com.ar/category/escuela-para-padres/ Teoría y método para la organización mental Thu, 16 May 2024 15:13:33 +0000 es-AR hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5.3 Sentido pedagógico de los límites, la sanción y la pena https://cognitio.com.ar/sentido-pedagogico-de-la-sancion-y-la-pena/ Mon, 25 Sep 2023 21:00:58 +0000 http://cognitio.com.ar/2015/10/02/sentido-pedagogico-de-la-sancion-y-la-pena/ Liberación mental desde la propia corrección  En estricto sentido pedagógico, toda sanción conlleva la idea de la corrección. Pero para que haya corrección debe haber [...]

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Liberación mental desde la propia corrección 

En estricto sentido pedagógico, toda sanción conlleva la idea de la corrección. Pero para que haya corrección debe haber aprendizaje. Cuando un padre aplica un castigo, no lo hace por desahogo o venganza, a pesar del fastidio de la acción incorrecta. Salvo las excepciones burdas, ligadas al descontrol de la mente, todo padre considera a la sanción o castigo que aplica a su hijo, el medio más adecuado que en ese momento tiene a su alcance para lograr aquello que considera más importante para él: la toma de conciencia y la posterior auto-corrección de su conducta.

El sentido pedagógico y el alcance ético, social y cultural de toda sanción, pena o castigo conllevan la reversión de un modo de ser incompatible con los valores, la convivencia y, en ciertos casos, con la misma dignidad humana. Que el niño y el joven logren tomar a su cargo y hacerse responsables de manera consciente de sus descuidos y negligencia, se convertiría, en tal caso, en uno de los logros más satisfactorios para cualquier padre o docente. Cuando esto ocurre, la misma familia y escuela experimentan la sensación de una liberación psico-emocional paralela a la alegría que produce el nuevo estado adquirido mediante la reversión consciente de la conducta que provocó un daño propio o ajeno.

Por eso, toda sanción debe evitar el reduccionismo del desahogo emocional, dado que la validez de su aplicación contiene un elemento ínsito y connatural, que es la toma de conciencia y la reflexión sincera. De allí que, pedagógicamente considerada, toda sanción es válida si garantiza la posterior auto-corrección del infractor. De lo contrario, la pena adquiere una fisonomía propia y queda circunscripta al estrecho límite del castigo como represalia. Esto ha de exigir la auto-evaluación sincera, responsable y objetiva de quien está en condiciones de aprender de sus actos fallidos.

En tal sentido, todo educador debe superar las perspectivas mecanicistas y garantizar que la sanción conlleve por sí misma la reversión del pensar, del sentir y del actuar por vía de auto-corrección. Si la auto-evaluación se visualiza como medio para tomar conciencia y corregir conductas fallidas, ello evitaría que la acción de corregir sea colocada en el plano de la revancha, del desahogo o la venganza. Sería, en este caso lamentable, darle a la sanción una entidad autónoma y caer en una suerte de ontologización de la pena.

Aplicar una sanción sin el respaldo de un programa o propósito que permita nuevos aprendizajes, nuevos modos de pensar y nuevos modos de vivir por parte de quien todavía se encuentra en la inmanencia de una conducta disfuncional o incorrecta, implica el cumplimiento de una medida muy tosca y primitiva. Las actuales discusiones acerca de las penas y sanciones escolares, por ejemplo, son una suerte de ilusión y hasta un infantilismo intelectual, ya que se carecen de programas orientados a la reversión de las conductas y actitudes y a la mejora personal mediante una corrección inteligente y conscientemente decidida por el propio involucrado.

Mientras no se rescate el sentido formativo de la sanción, las reglamentaciones y códigos de convivencia se convertirán en el catálogo universal para uniformar y atribuir ingenuamente un nomenclador que, por ausencia de acción formativa, seguramente reproducirá nuevos comportamientos reñidos con la convivencia. Sin desconocer la complejidad de esta situación, se hace necesario llevar a cabo procesos formativos desde un paradigma educativo no adscripto a planes y programas formales y sin valor evolutivo para quienes deben empezar a ver la vida propia y ajena de manera más colaborativa, solidaria y constructiva.

Por tal razón, la evaluación conscientemente llevada a cabo por el propio sujeto, debe ser la oportunidad de la corrección inteligente y eficaz. Sin este sentido formativo, toda sanción sería un proceso estéril que podría alimentar el espectáculo del desahogo, practicado por docentes o padres sin paciencia y sin recursos metodológicos para lograr objetivos de superación.

Si bien este proceso es difícil y complejo, es el trayecto insoslayable para quien quiera y aspire a recorrer un camino de mejora y superación personal. Muchos podrán recorrerlo; otros no querrán por mero egoísmo o comodidad, otros quedarán atascados en sus deficiencias y se verán impedidos para lograr su propia mejora por carecer del conocimiento de sí mismos.

Ayudar a los niños y jóvenes a conocer sus capacidades y talento y, al mismo tiempo, fortalecer la mente de quienes con su falta de voluntad hicieron de ella un ámbito vacío y negligente, constituye el hilo conductor de un proceso formativo tendiente a la reversión y transformación personal. Ello les permitiría verse a sí mismos de otra manera. Si ello es posible, el talento que cohabita en el interior de cada individuo prevalecerá sobre la misma sanción para convertirla en un medio formativo que podría promover constructivamente la propia superación.

En esto radica el nudo fundamental de la discusión actual acerca de las penas, castigos y sanciones con los que la sociedad se encuentra sensibilizada y a flor de piel a raíz de los intentos y proyectos relacionados, entre otros, con las calificaciones, promociones y exigencias disciplinarias a los estudiantes.

Dr. Augusto Barcaglioni

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Mecanismo de la mente violenta https://cognitio.com.ar/mecanismo-de-la-mente-violenta/ Tue, 18 Feb 2020 15:53:21 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=2084 Todos vivimos una cultura atravesada por un dualismo en el que la declamación de conductas éticas no logran concretarse en actitudes que las respalden de [...]

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Todos vivimos una cultura atravesada por un dualismo en el que la declamación de conductas éticas no logran concretarse en actitudes que las respalden de manera viva y concreta, quedando en la simple teoria. Los padres, educadores y líderes políticos proclaman valores y desde diferentes rincones de la comunidad se busca instaurarlos ante el desánimo de una crisis que los considera irreversiblemente perdidos.

Nadie puede explicar por qué ocurren ciertas aberraciones que antaño estaban en el cómodo catálogo de las cosas “que nunca van a ocurrir”. Los hechos nos están diciendo que ese catálogo es anticuado, que todo es posible y puede suceder. Así, en un lugar impensable de encuentro y diversión juvenil, ocurren situaciones en las cuales los participantes liberan sin control la violencia que tienen dentro de sí mismos.

Analizar tal violencia desde la periferia de los efectos es insuficiente, porque nos detiene en la espuma de los hechos sin llegar al fondo de sus verdaderas causas. Detrás de tanta angustia y contradicciones, se esconde la usina generadora de los desaciertos e incoherencias: la mente obnubilada y descontrolada, potenciada por la frivolidad y la insensibilidad.

La perturbación mental que se observa en autores de delitos aberrantes y de actitudes reñidas con la convivencia, proviene de pensamientos e imágenes que dominan sus mentes. Sea para lavar el amor propio herido, para salir del anonimato, por venganza, sea por el desplante recibido por portar tal idiosincrasia o modo de ser, o por una broma mal interpretada, todo ello desencadena, en quienes se encuentran faltos de recursos mentales y emocionales, un juego de imágenes que obnubilan la mente, destemplan el razonamiento y anestesian la conciencia.

Ante una usina mental con semejante perturbación, y sin las herramientas que permitan el control de sí mismo para enfrentar a conciencia el desborde, seguramente el desenfreno y la conducta violenta serán el resultado de una alteración y penumbra atribuíbles a la dejadez y a los hábitos disfuncionales que debilitan el querer consciente.

Por eso, es necesario tener en cuenta los aspectos cognitivos, emocionales e instintivos que se presentan y actúan a instancias de una conciencia cauterizada que responde ciegamente a una multiplicidad de estímulos seductores. En esta vida edulcorada por ilusiones, sin creatividad y mucho aburrimiento, la fuerza vital de la virtud queda debilitada y deja a los jóvenes en el océano de la deriva, buscando la forma de matar el tiempo.

Para que un valor se concrete y plasme en la conducta y en la convivencia, hay que acceder al peldaño de la virtud. Cuando los valores se activan y adquieren vida en un pensar, sentir y actuar conscientes, se transforman en cualidades y actitudes orientadas al bien. Aplicar este principio ético permitirá resolver las causas de la violencia social y comprender el mecanismo de la mente en la que se gesta la trama de la anarquía interna.

El debilitamiento y falta de voluntad genera la sumisión ante los atractivos de la vida fácil y de la comodidad, donde la falta de proyectos anestesia la inteligencia y potencia la ilusión de que todo vendrá de arriba sin esfuerzo ni disciplina. En los rincones de una mente solitaria, deprimida, reprimida u oprimida, el bullicio anárquico de los pensamientos pugnan por convertir en realidad cualquier absurdo o disparate.

Si tenemos en cuenta que el tramo que va de la indiferencia a la violencia está compuesto por tramos de aburrimiento, desgano, desamparo y anarquía, el gran desafío para los padres y educadores actuales será trabajar para que los adolescentes y jóvenes puedan conocer sus propias imágenes y tendencias impulsivas sin ignorar la máxima socrática del “conócete a ti mismo”.

Si la escuela y la familia enseñaran a observar el contenido de los pensamientos e imágenes mentales que dominan la conducta humana y brindaran el método para un constructivismo pedagógico en el que prevalezcan metas de superación personal y compromiso social, es probable que los valores se fortalecerían en cada virtud y la violencia se debilitaría gradualmente

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Escuela para padres https://cognitio.com.ar/escuela-para-padres/ Fri, 04 Aug 2017 21:00:00 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=1941 Encuentros de reflexión para el desarrollo personal y familiar Especialmente dirigido para quienes enfrentan el desafío de cambiar y volver a empezar El aburrimiento causado [...]

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Encuentros de reflexión para el desarrollo personal y familiar

Especialmente dirigido para quienes enfrentan el desafío de cambiar y volver a empezar

El aburrimiento causado por la rutina y el envejecimiento mental

  • Cómo evitar el envejecimiento mental y la vejez prematura
  • Superar el aburrimiento de una vida automatizada y rutinaria.
  • Cómo prevenir(nos) de la enfermedad del pánico y la dejadez.

La familia: entorno tóxico o clima de disfrute?

  • Aceptación de los conflictos para transformarlos en fuerzas constructivas.
  • Empezando con la propia superación.
  • Técnicas de autosuperación para afianzar objetivos compartidos.

Los hijos y las angustias amenazantes

  • Cómo motivarlos para salir de la dejadez y del placer de no hacer nada.
  • El conflicto con los hijos como oportunidad de re-encuentro.
  • Self coaching: Cómo ayudarles a tomar las riendas de la vida.

El estrés cotidiano

  • Cómo detectar los factores ocultos del estrés.
  • Los entornos laborales regidos por la indiferencia y la manipulación.
  • Fortalecimiento personal para neutralizar los condicionamientos y amenazas.

Resiliencia ante el conflicto y la amenaza

  • Cómo bajar los niveles de ansiedad.
  • Prescripciones creativas para superar la sensación imaginaria de pérdida y fracaso.
  • Cómo iluminar la penumbra reforzando y fortaleciendo la identidad personal.

Cómo incentivar la vida personal con nuevos estímulos

  • Cómo generar nuevos estímulos
  • Un cambio mental autodirigido.
  • Cómo recorrer con entusiasmo el camino que transitamos.

CICLO ABIERTO SOBRE  LOS MIEDOS

Cómo descubrirlos y superarlos

El miedo a la pérdida irreparable

  • Las imágenes de pérdida que amenazan el vivir cotidiano.
  • Imaginar no es pensar.
  • La costumbre de sufrir por anticipado.

El miedo a cambiar

  • Los bloqueos por falta de confianza en sí mismo.
  • Los aprendizajes fallidos del pasado.
  • Des-aprendizaje y re-aprendizaje.

El miedo a fracasar

  • El fracaso como construcción mental.
  • Los caprichos de la imaginación.
  • Resiliencia y confianza en sí mismo.

Metodología de trabajo

  • Se aplicará un enfoque sistémico-holístico, con participación grupal y estudio de casos, poniendo énfasis en la auto-observación de los modelos mentales condicionantes.

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El itinerario temible de padres ricos y emprendedores https://cognitio.com.ar/el-itinerario-temible-de-padres-ricos-y-emprendedores/ Sun, 28 May 2017 23:17:21 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=1869 Hijos dependientes y sin iniciativas paralizados en la dejadez Es frecuente observar un hecho muy llamativo e inexplicable que en nuestros días parece adquirir una [...]

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Hijos dependientes y sin iniciativas paralizados en la dejadez

Es frecuente observar un hecho muy llamativo e inexplicable que en nuestros días parece adquirir una dimensión crítica, con consecuencias adversas en el campo de la formación y el desarrollo personal. Es un hecho que se alberga subrepticiamente en padres pudientes y emprendedores que, al mismo tiempo que supieron progresar con voluntad e inteligencia en el pasado, lamentan en el presente que sus hijos hayan quedado paralizados en el disfrute de los bienes logrados en medio de una total dejadez y falta de voluntad y hasta de reconocimiento.

Es así como muchos padres ricos vislumbran con preocupación y tristeza el temible camino que sus hijos recorren de manera despreocupada respecto del futuro. Resulta claro y lógico que quien ejerció su capacidad emprendedora con esfuerzo y constancia, no sea indiferente ante quienes buscan disfrutar el momento anclados en un presente lleno de fantasías y al margen de toda decisión e iniciativa.

Tal preocupación proviene de la falta de experiencia y de un exceso de tolerancia y descuido de los mismos  padres, al punto de llegar a la temible paradoja de pavimentar el camino a la pobreza de sus hijos. Pues la pobreza es el sendero prefijado y señalizado para quienes no tienen iniciativas ni voluntad de crecimiento propio y pretenden ser asistidos para dejar intactas la comodidad y la dejadez de una vida sin esfuerzo.

De allí que el punto crítico del problema es el modo como los padres encaran el proceso formativo de sus hijos. Pues cuando el descuido y la sobreprotección forman parte del repertorio habitual de la convivencia, los hijos quedan a expensas de sus propias debilidades y deficiencias para afrontar las hostilidades y adversidades de la vida. Carentes de defensas y de capacidades para valerse por sí mismos, se convierten en presa fácil de una pobreza imperceptible que se va gestando en trayectos de dejadez, comodidad y de disfrute en un contexto de facilismo que anestesia la capacidad para decidir cambios y crecer.

Interesados en evitarles el fracaso y la caída, los padres se convierten en el sostén de la vida de sus hijos aún pasado el tiempo de maduración psico-emocional. Es así como adormecen en sus propios hijos el intento de tomar posibles iniciativas, de realizar esfuerzos y de ejercitar la capacidad de decisión  para cumplir metas y objetivos de superación y progreso.

Propensos a sustituir el desarrollo de la autonomía por la dependencia dadivosa a un cariño que, a pesar de su sinceridad e intenciones, no deja de ser engañoso y  aparente en sus resultados prácticos, los padres terminan por debilitar la estructura psico-emocional de quienes poseen las condiciones y la frescura para crecer, progresar y desarrollarse. Es así como muchos jóvenes dejan de ver la realidad.

El amor paterno no debiera tener esa pegajosidad propia que muchas veces crea el temor y la culpa. Es por temor y por culpa que muchos padres aprisionan y asfixian las iniciativas y la confianza de sus hijos para tener vuelo propio. Todo vuelo propio, proviene de una adquisición por vía de experiencia mediante ensayo y error ejercido sobre problemas concretos y reales. Y es esta experiencia la que confiere al ser humano el placer y la satisfacción de valerse por sí mismo. Si así no fuera, el niño jamás caminaría y abandonaría los pequeños intentos cotidianos para caminar con una autonomía creciente después de cada caída.

Además, muchos padres están interesados en evitar de plano la caída de sus hijos y descuidan ayudarles a afianzar en ellos la capacidad para levantarse. Es así cómo, aplicado al terreno de la pobreza, los padres terminan por pavimentar el camino de la realidad mediante la sumisión y la sobreprotección.

Dentro de la misma paradoja, ese camino hacia la pobreza está plagado de beneficios, atenciones y hasta de confort y comodidad, sin costo alguno. Como sucede en todo camino descuidado, la ausencia de peaje termina siendo un beneficio tramposo que esconde la existencia de profundos baches y problemas que impiden llegar exitosamente.

Por eso, desde el punto de vista pedagógico y formativo, la función generosa de los padres de cualquier situación socio-económica, debe estar centrada en asegurar en sus hijos un verdadero fortalecimiento personal que les permita recorrer el camino de la propia realización sin quedar paralizados ante las hostilidades y problemas inherentes a todo crecimiento.

No se trata, entonces, de que los padres convaliden el consumo egoísta e irresponsable de sus bienes y brindarlos generosamente a sus hijos. Más que proveerles bienes de manera indiscriminada y dadivosa, se trata de formar en ellos la conciencia de cómo obtenerlos con equidad, esfuerzo, disciplina y confianza.

Para ello, es necesario ayudarles a crear capacidades para progresar y encarar proyectos de superación en el campo de la ejecución técnica, práctica y ética. Lamentablemente, numerosos padres olvidan un principio pedagógico fundamental que establece que, en ausencia de capacidades emprendedoras, los individuos tienden a confiar en la suerte y en el azar desde un pensamiento mágico que, ilusoriamente, les impediría caer en un estado de pobreza e insatisfacción.

En consecuencia, no se trata de recibir bienes y permanecer en la quietud de un disfrute que, por la pasividad que encierra, expone a los hijos a transitar de manera inexorable el camino de la pobreza irreversible. Por el contrario, se trata de enseñar cómo lograr los bienes que se desean con autonomía y confianza en sí mismo. Lo contrario, es pobreza encubierta…

Dr. Augusto Barcaglioni

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Hijos perfectos, niños tristes: la presión de la exigencia https://cognitio.com.ar/hijos-perfectos-ninos-tristes/ Sat, 15 Apr 2017 11:49:11 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=1787 Los hijos perfectos no siempre saben sonreír, ni conocen el sonido de la felicidad: temen cometer errores y nunca alcanzan las elevadas expectativas que tienen sus [...]

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Los hijos perfectos no siempre saben sonreír, ni conocen el sonido de la felicidad: temen cometer errores y nunca alcanzan las elevadas expectativas que tienen sus padres.

Su educación no está basada en la libertad ni en el reconocimiento, sino en la autoridad de una voz estricta y demandante.

En la actualidad, la depresión en adolescentes es un problema muy grave, y muchas veces radica en la exigencia desmedida por parte de los padres. Resultando una posible falta de autoestima, ansiedad y un elevado malestar emocional.

Algo que debemos tener en cuenta es que esa exigencia en la infancia deja su huella irreversible en el cerebro adulto: nunca nos vemos lo bastante competentes, ni somos lo bastante perfectos en base a esos ideales que nos inculcaron. Es necesario romper ese vínculo limitante que conspira con nuestra capacidad de ser felices.

Hijos perfectos: cuando la cultura del esfuerzo se lleva al límite

Se habla muy a menudo de que vivimos en una cultura que basa su educación en la falta de esfuerzo, en la permisividad y en la poca resistencia a la frustración. Sin embargo, no es del todo cierto: por lo general, y más en tiempos de crisis, los padres buscan la “excelencia” en sus hijos.

Si el niño saca un 7 en matemáticas se le presiona para alcanzar el 10. Sus tardes se llenan de clases extraescolares y se limita sus instantes de ocio en busca de más competencias, trayendo como resultado el estrés, el agotamiento y la indefensión.

La doctora Madeleine Levine en su libro “The Price of Privilege“, explica cómo en nuestra necesidad como padres de educar hijos perfectos y aptos para el futuro, lo que estamos consiguiendo es criar niños “desconectados de la felicidad”.

Consecuencia de exigir demasiado a los niños

Hay algo que debemos tener muy en cuenta. Podemos educar a nuestros hijos en la cultura del esfuerzo, podemos y les debemos exigir, no hay duda, pero todo tiene un límite. Esa barrera, que debería ser infranqueable, es la de acompañar la exigencia con un incondicional colchón afectivo.

De lo contrario, nuestros hijos perfectos serán niños tristes que evidenciarán las siguientes dimensiones.

  • Dependencia y pasividad: un niño acostumbrado a que se le diga qué debe hacer deja de decidir por sí mismo. Así, busca siempre la aprobación externa y pierde su espontaneidad, su libertad personal.
  • Falta de emotividad: los hijos perfectos inhiben sus emociones para ajustarse a “lo que hay que hacer”, y todo ello, toda esa represión emocional trae graves consecuencias a corto y largo plazo.
  • Baja autoestima: un niño o un adolescente acostumbrado a la exigencia externa, no tiene autonomía ni capacidad de decisión. Todo ello crea una autoimagen muy negativa.
  • La frustración, el rencor y el malestar interior puede traducirse muy bien en instantes de agresividad.
  • La ansiedad es otro factor característico de los niños educados en la exigencia: cualquier cambio o una nueva situación cursa con inseguridad personal y una alta ansiedad.

Padres exigentes frente a padres comprensivos

La necesidad por educar “hijos perfectos” es una forma sutil y directa de dar al mundo niños infelices. La presión de la exigencia les va a acompañar siempre y aún más si basamos su educación en la ausencia de refuerzos positivos y de afecto.

Queda claro que como madres, como padres, deseamos que nuestros hijos tengan éxito, pero por encima de todo está su felicidad. Nadie desea que en la adolescencia, desarrollen una depresión o que sean tan “autoexigentes” con ellos mismos, que no sepan qué es dejarse llevar, sonreír o permitirse cometer errores.

Características generales

Llegados a este punto es necesario que sepamos diferenciar entre la educación basada en la exigencia más estricta, de aquella crianza basada en la compresión y en la conexión emocional con nuestros niños.

  • Los padres muy exigentes y críticos suelen presentar una personalidad insegura que necesita tener bajo control cada detalle, cada pormenor.
  • Los padres comprensivos “empujan” a sus hijos hacia el logro permitiéndoles explorar cosas, sentir, y descubrir. Hacen de guías y no colocan hilos a sus hijos para moverlos como marionetas.
  • El padre exigente es autoritario y lleva un estilo de vida que va siempre detrás del reloj. Marca normas y decisiones para ahorrar tiempo a través del “porque yo sé qué es mejor para ti”, o “porque soy tu madre/padre”.

Para concluir: educar es es ejercer la autoridad pero con sentido común, es usar el afecto como antídoto y la comunicación como estrategia.

FUENTE

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Padres ingenuos frente a las travesuras de sus hijos https://cognitio.com.ar/padres-ingenuos-frente-a-las-travesuras-de-sus-hijos/ Sat, 03 Dec 2016 21:01:00 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=1585 Adultos que rigen su vida con el modelo permisivo paterno En general, se suele atribuir a los errores y a los descuidos de la educación [...]

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Adultos que rigen su vida con el modelo permisivo paterno

En general, se suele atribuir a los errores y a los descuidos de la educación recibida en la infancia algunas conductas y comportamientos que el adulto adopta al margen de los criterios éticos y de solidaridad.

La deficiente atención de los padres, la ausencia de ejemplaridad, la autoridad sin equilibrio, las amistades y un cúmulo de circunstancias ambientales adversas son factores que inevitablemente inciden en los comienzos del desarrollo ético del niño.

Del amplio repertorio de factores condicionantes, es conveniente y oportuno advertir los casos donde, si bien hubo una mínima presencia paterna, el descuido involuntario y la permisividad afectaron y resultaron insuficientes para lograr los fines formativos del niño y adolescente.

Estos casos (a diferencia de los casos severos, derivados de la desprotección y del abandono extremo) por ser aparentemente inofensivos, no son tenidos en cuenta por la mayoría de los padres y educadores. La perniciosa ingenuidad de los padres frente a las travesuras de los pequeños tiene sus consecuencias formativas adversas y puede perjudicar el desarrollo moral del niño.

La llamativa frescura con que el niño de corta edad elabora una inocente y ocurrente mentira para ocultar algo, activa en la mayoría de los padres un sentimiento con rasgos aprobatorios y hasta festivos. La reiteración de tal situación podría ir generando en aquél, transcurrido el tiempo, el hábito de ocultar los hechos y disfrazarlos con mentiras, con las consiguientes dificultades potenciales e imprevisibles que ello pueda encerrar.

Sin pretender exagerar, podríamos decir que, en cierto modo, la deshonestidad se podría originar en la infancia por esa ingenuidad y descuido de los padres. Al excederse en los halagos, al festejar y consentir actitudes confusas o al ser permisivos a ultranza, alimentarán en los hijos una serie de imágenes proclives a la laxitud del pensar y actuar y/o a la indiferencia ante determinados valores.

La falta de advertencia y el descuido conduce a muchos padres a justificar o dejar pasar comportamientos que, a pesar de aparecer inofensivos, no dejan de provocar debilitamientos y confusiones que pueden terminar en una anarquía interna en el niño. Es así como, ya desde ese  estado prematuro, el niño experimenta la confusión que originan los halagos fuera de lugar.

Al respecto, podríamos advertir abundantes ejemplos de la vida cotidiana que explican, pasado un cierto tiempo, la deshonestidad ulterior de algunos adultos. Basta hacer el recorrido del trayecto cognitivo y psico-emocional desde la infancia para advertir la influencia y el desacierto de algunos padres en el proceso formativo de sus hijos:

  • Las ocurrencias y las picardías del niño para ocultar un episodio que lo comprometería, despiertan en los padres un caudal de simpatías, y hasta de admiración, por la vivacidad y la supuesta inteligencia desplegada para evadir las consecuencias de un hecho.
  • Dicho descuido da por válidas ciertas mentiras y actitudes de engaño como recursos para eludir los problemas o salir airosos de situaciones complicadas.
  • La complicidad de los padres para evitar con argucias el esfuerzo de enfrentar obligaciones y exigencias, lejos de ayudar a sus hijos, les genera el hábito del camino fácil, de la irresponsabilidad y del incumplimiento.
  • La excesiva indulgencia y permisividad es un descuido que los padres no advierten ni consideran grave, al punto de no medir las consecuencias que traen aparejadas para el desenvolvimiento de la vida adulta.
  • Las inocentes artimañas del niño para simular ante los demás estados o virtudes que no tiene, es una ocurrencia llena de innovación que los padres dejan pasar sin cuestionamiento alguno. Ello podría promover en la adultez actitudes de engaño y simulación y la tendencia a mostrar una vida aparente y ficticia.

En ninguno de esos casos, lo padres logran advertir en sus propios hijos el impacto negativo que trae aparejado el descuido y la indiferencia en los comportamientos y en las conductas aparentemente inofensivas. En tal sentido, la experiencia universal nos permite observar que el adulto que rige su vida con el modelo permisivo paterno, en cierta manera mantiene intactas las imágenes vividas por el consentimiento y la aprobación complaciente de los padres.

Sin dejar de advertir los alcances polémicos de nuestra hipótesis, podríamos plantear que es muy probable que el amplio espectro de las disfuncionalidades de ciertas conductas que se mantienen al margen de los criterios éticos, se originaron y fueron gestando en la infancia de manera gradual e imperceptible por ingenuidad, descuido o indiferencia de los  mismos padres.

Salvo las enmiendas y las correcciones a tiempo, cualquier niño que no vivió los cuidados y el amparo de sus padres, podría correr el riesgo de ser en su adultez un individuo cuya conducta y valores respondan y estén regidos por los modelos mentales provenientes de la transigencia y la tolerancia excesiva.

Ello tiene un fundamento cognitivo y pedagógico, dado que es inevitable que el individuo mantendrá intacto el recuerdo del consentimiento y de la aprobación paterna recibidos en su infancia, sobre todo cuando se justificaron comportamientos y actitudes que despertaron simpatías en los adultos.

En tales casos, es muy probable que preanuncien tendencias reñidas con los principios éticos básicos e impidan, ya desde la misma infancia y adolescencia, conducir la vida con la íntima convicción de los valores que la deben regir y orientar.

Por eso, frente a los riesgos que surgen de una infancia descuidada, los padres y educadores deben retomar con seriedad, responsabilidad y firmeza, la iniciativa y el compromiso de orientar la mente y la sensibilidad de niños y adolescentes para inducirlos a vivir y actuar con autonomía y con la íntima convicción y confianza de que ser honesto por temor o por conveniencia, en realidad no es ser honesto.

Dicho compromiso debe tener un sentido nutriente y nunca autoritario o demagógico. Ello permitirá revertir la irresponsable alegría festiva y promover, cada día y en toda ocasión, el consejo cálido y afectuoso de padres emocionalmente equilibrados para orientar a sus hijos ante hechos y actitudes que, aunque leves, poseen un gran  impacto para el futuro moral de los mismos.

Dr. Augusto Barcaglioni

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El origen de la tristeza infantil y del temor a decidir por sí mismo https://cognitio.com.ar/el-origen-de-la-tristeza-infantil-y-del-temor-a-decidir-por-si-mismo/ Mon, 10 Oct 2016 21:01:00 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=1417 Una hipótesis pedagógica sobre la sumisión y la pasividad mental Es un hecho empíricamente comprobado que tanto la tristeza infantil como el temor a decidir [...]

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Una hipótesis pedagógica sobre la sumisión y la pasividad mental

Es un hecho empíricamente comprobado que tanto la tristeza infantil como el temor a decidir por sí mismo reconocen un origen pedagógico común, que consiste en la ausencia de estímulos y en la imposición, tanto en el hogar como en el ambiente escolar, de imágenes mentales tendientes a la propia descalificación y desvalorización.

De esta manera, la autoestima menoscabada afectará la confianza en sí mismo para aprender y ser aceptado y aprobado por quienes en el futuro han de rodear al sujeto. Es muy difícil que un niño y adolescente sean felices si se perciben como incapaces para aprender y sienten la carencia de recursos cognitivos y psico-emocionales para mantener un nivel de confianza frente al entorno que los rodea.

En la historia cognitiva y psico-emocional de cualquier individuo, tal falencia y disfuncionalidad formativa terminarán generándole una lamentable incapacidad para percibir las propias aptitudes y las cualidades que configuran la valoración de sí mismo.

Cuando los padres y los docentes no logran percibir en los niños y adolescentes la necesidad de conocimientos relacionados con las experiencias de sus vidas, jamás podrán responder a los interrogantes de manera satisfactoria y nutriente en cada detalle de su proceso de crecimiento. El descuido en este punto, deja la inteligencia infantil en estado de sumisión, en una etapa donde la búsqueda y la avidez de nuevas comprensiones abren la sensibilidad a la alegría.

Lamentablemente, muchos educadores, tanto en su función de padres como de docentes, imponen un estado de sumisión y acatamiento donde el opacamiento dista de la lucidez y la alegría de la comprensión. Y es aquí donde, en esta comprensión no satisfecha, proviene el germen de la tristeza infantil y del temor a decidir por sí mismo.      

Tal estado se intensifica negativamente por una forma de violencia mental que, cometida de manera sutil e imperceptible, no es registrada ni advertida por quien la sufre. Por eso, la consideramos en nuestros trabajos como una suerte de violencia “blanca”.

A diferencia de la violencia física, que tiene como punto receptor cualquier parte visible del cuerpo, la violencia “blanca” se ejerce sobre la mente y la sensibilidad de la víctima. Este maltrato, al tener como destinatario el mundo interno y silencioso de quien lo padece sin animarse a expresar palabra alguna, es el caldo de cultivo de la tristeza infantil al condicionar, vulnerar y empañar la propia intimidad.

Así, y después de un largo tiempo, el niño que fue avergonzado y humillado reiteradamente por  adultos que lo desvalorizaron por una pregunta u ocurrencia que molestó, advierte en su adultez que teme hablar y preguntar en público. Si a ello se agrega el estigma de la humillación proveniente de la impaciencia y la rigidez de ciertos docentes, es probable que el afectado no encuentre motivación y estímulo para aprender y ser mejor. Y qué decir de las diversas formas en que los padres ejercen violencia cuando no escuchan, interrumpen o desvalorizan el relato de un niño que, a raíz de tales interferencias, en el futuro podría convertirse en verborrágico, apresurado o inseguro para hablar y expresarse.

En otro aspecto relacionado con esta problemática, observamos que es propio de la edad infantil y adolescente el ensayo lúdico e imaginario de posibles decisiones futuras. Pero tal prueba podría transformarse en temor para hablar y tomar decisiones cuando el adulto no tiene la flexibilidad mental para comprender. Al ser descalificado, ridiculizado o impedido de ensayar decisiones dentro del ámbito específico del juego y de los vínculos, en una etapa ávida de asegurar una posición constructiva ante la vida, tanto el niño como el adolescente tendrán asegurado en el futuro un lugar prominente en el mundo de los indecisos y pusilánimes. 

En consecuencia, el proceso formativo de los niños y adolescentes debe promover de manera constante e ininterrumpida nuevos estímulos a fin de que exista en ellos una motivación intrínseca para superarse y comprender el mundo que los rodea de manera autónoma y sin menoscabar su proceso de aprendizaje.

Ello será posible mediante un trabajo docente orientado al fortalecimiento personal mediante imágenes mentales tendientes a brindar confianza en sí mismo. De esta manera, la autoestima y la propia valoración se convertirán en el fundamento pedagógico y emocional para convertir cada aprendizaje en un factor de crecimiento real. 

Dr. Augusto Barcaglioni

 

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Actuar y comprender para no sufrir https://cognitio.com.ar/actuar-y-comprender-para-no-sufrir/ Sun, 26 Jun 2016 21:01:00 +0000 http://cognitio.com.ar/?p=993 Dr. Boris Cyrulnik Los Patitos Feos. La Resiliencia: Una infancia infeliz no determina la vida Comprender sin actuar nos hace vulnerables, pero actuar sin comprender nos convierte [...]

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Dr. Boris Cyrulnik

Los Patitos Feos. La Resiliencia: Una infancia infeliz no determina la vida

Comprender sin actuar nos hace vulnerables, pero actuar sin comprender nos convierte en delincuentes

Cuando una prueba carece de sentido nos volvemos incoherentes, puesto que, al no ver con claridad el mundo en el que vivimos, no podemos adaptar a él nuestras conductas. Es necesario pensar un desastre para conseguir darle algún sentido, y es igualmente necesario pasar a la acción afrontándolo, huyendo de él o metamorfoseándolo.

Hay que comprender y actuar para desencadenar un proceso de resiliencia. Cuando falta alguno de estos dos factores, la resiliencia no se teje y el trastorno se instala. Comprender sin actuar da pie a la angustia. Y actuar sin comprender produce delincuentes.

Durante las guerras, los que ven el drama sin actuar, los que observan pasivamente, forman el grupo de los que presentan el más elevado número de síndromes postraumáticos (…) Según cómo sean las guerras, el número de casos de estrés traumático varía enormemente. La variabilidad de estos trastornos depende del contexto, que en unos casos concede a algunos soldados una posibilidad de resiliencia, mientras que en otros los hace vulnerables.

Actuar sin comprender tampoco permite la resiliencia. Cuando la familia se derrumba y el entorno social no tiene nada que proponer, el niño se adapta a ese medio sin sentido mendigando, robando, y a veces prostituyéndose. Los factores de adaptación no son factores de resiliencia, ya que permiten una supervivencia inmediata pero frenan el desarrollo y con frecuencia generan una cascada de pruebas. En un medio sin leyes ni rituales, un niño que no fuera delincuente tendría una esperanza de vida muy breve. El hecho de poner su talento, su vitalidad y su desenvoltura al servicio de la delincuencia, prueba que está sano en un medio enfermo.

Cuando la sociedad está loca, el niño sólo desarrolla una estima de sí mismo teniendo éxito en sus correrías y riéndose de las agresiones que inflige a los torpes adultos. Cuando el mundo se cae en pedazos y desaparece la familia, la aprobación paterna ya no sirve al niño como modelo de desarrollo (…) Ahora bien, los «primeros pasos de la estima de uno mismo se dan siempre bajo la mirada del otro». Cuando, por causa de un hundimiento social, las relaciones se reducen a la fuerza, el niño se siente seguro desde el momento en que ha conseguido robar o ridiculizar a un adulto. Ésta es su manera de adaptarse a una sociedad enloquecida, pero esto no es un factor de resiliencia, ya que no le permite ni comprender ni actuar: no tiene sentido, es sólo una victoria miserable en lo inmediato (…)

Con la perspectiva que dan cincuenta años, hoy sabemos que la mayoría de esos fieros delincuentes, camorristas, ladrones y vándalos evolucionaron en la dirección de una buena adaptación social, a veces incluso sorprendente. Algunos llegaron a ser sastres o comerciantes. Muchos alcanzaron su pleno desarrollo en los medios intelectuales, como novelistas o como profesores de universidad. Hubo un número importante de creadores, de gentes de teatro o de cine, hubo hasta un premio Nobel de literatura, pues «la experiencia traumática puede exacerbar la creatividad».  Si este pelotón de doscientos niños hubiera permanecido en una cultura derruida, o en una institución que no hubiese sabido sino establecer relaciones de fuerza, es probable que un gran número de ellos hubiese hecho carrera como delincuente (…)

Algunos habían aprendido demasiado bien el mecanismo de defensa que pasaba por la delincuencia como para dejarse seducir por el placer de la integración. Los que cayeron en esta inercia no fueron los niños que habían sufrido las peores agresiones sino más bien los que habían adquirido con anterioridad un vínculo afectivo inseguro, de evitación o ambivalente. Al producirse la agresión social, como habían adquirido una cierta capacidad para reaccionar mediante conductas autocentradas, se defendieron pasando impulsivamente a la acción en lugar de iniciar conquistas exploratorias.

Por otra parte, esos niños experimentaban un sentimiento de orgullo cuando se oponían a una institución que no obstante se había comportado generosamente con ellos. Interpretaban los esfuerzos de los atentos monitores como una tentativa de reclutamiento, y sólo experimentaban alegría en el momento de sus fugas, de sus raterías o de sus trifulcas. Los demás niños les juzgaban mal, lo que les marginaba aún más.

No estoy tratando de afirmar que un vínculo afectivo inseguro conduzca a la delincuencia, pero sí estoy sugiriendo la idea de que el aprendizaje de un vínculo afectivo de tipo protector habría hecho más fácil la reanudación del tejido de la resiliencia tras el desgarro producido por la agresión. Como a menudo sucede, lo contrario no es cierto. Algunos niños maltratados en el transcurso de sus primeros meses de vida responden a estas inmensas agresiones cotidianas de gritos, de golpes, de quemaduras y de intensos zarandeos, con un embrutecimiento, con un repliegue sobre sí mismos que les protege deteniendo su desarrollo. Al hacer que los demás se olviden de ellos, reciben menos agresiones. Este tipo de vínculo embrutecido, que les sirve parcialmente de amparo, les de-socializa mucho, puesto que aprenden a relacionarse mal con los demás. Más tarde, la escuela no tendrá ningún sentido para ellos y llegará incluso a parecerles irrisoria.

 

Actuar y comprender para no sufrir. Comprender sin actuar nos hace vulnerables, pero actuar sin comprender nos convierte en delincuentes

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Cómo lograr ser el que quiero ser https://cognitio.com.ar/como-lograr-ser-el-que-quiero-ser/ Mon, 10 Feb 2014 21:00:00 +0000 http://cognitio.com.ar/2014/02/10/como-lograr-ser-el-que-quiero-ser/ Cuando los padres impiden la identidad de sus hijos Una de las razones de nuestra insatisfacción en la actualidad, proviene del hecho que consideramos que no [...]

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Cuando los padres impiden la identidad de sus hijos

Una de las razones de nuestra insatisfacción en la actualidad, proviene del hecho que consideramos que no somos felices porque no somos aquel que quisiéramos ser o aquel que quiso ser y no pudo por imposición externa o propia dejadez. Esto conlleva un estado de ánimo en el que tanto lo que hacemos como nuestra vida misma no nos satisfacen ni dan alegría cotidiana.

Por eso, nos sentimos compulsivamente volcados a lograr metas que alguna vez estuvieron en nuestro imaginario personal y que simbolizaron el logro de la felicidad. Y es muy posible que en base a ese imaginario construyéramos el edificio de nuestra realidad personal.

Si tenemos en cuenta lo que desea un padre para sus hijos, generalmente dicho deseo gira alrededor del éxito según los parámetros establecidos por una cultura excesivamente consumista y que vuelca en la posesión de bienes, tangibles o simbólicos, la idea central de la felicidad. Así, la aspiración de muchos padres tiene como referencia metas tales como:

  • Tener suficientes o abundantes recursos materiales.
  • Lograr el éxito a través del dinero.
  • Tener prestigio y títulos académicos.
  • Ser un profesional exitoso.
  • Tener una familia.
  • Formar una pareja.

A ello, cabe mencionar el listado de lo que no queremos para ellos: que no sean ni vivan de tal o cual manera, que no tengan la contextura física que la sociedad rechaza por inadecuada, que no sean enfermos ni deformes, que no sean pobres y todas las características consideradas adversas o disfuncionales por el sistema vigente y cuya no posesión o ausencia permitiría y garantizaría completar y concretar la imagen de una vida supuestamente ideal y feliz.

Tales aspiraciones por parte de los padres y educadores son absoluta y plenamente legítimas y valederas. Ningún padre con sentido común dejaría de imaginar y anhelar tales cosas o bienes para sus hijos. De allí que muchas insatisfacciones de los padres provienen del no cumplimiento de esas metas cuando sus hijos optan y deciden otro camino. Más aún, muchos padres pretenden tener de antemano el éxito asegurado de sus hijos y lo hacen por una vía imaginaria, al proyectar la imagen de lo que ellos entienden como garantía del mejor camino.

Es en la ficción de las posesiones donde está girando la imagen de lo que debemos ser y de lo que deberíamos evitar y a ello apunta la educación familiar y escolar, donde ya desde edad temprana dicha imagen se constituye como un mandato que quedará incrustado en la conciencia individual y colectiva, al punto de que nadie cuestionará lo que eligió si no es por razones prácticas de conveniencia, pero nunca por razones de identidad personal o de estar, simplemente, bien consigo mismo.

Por tales razones, a ese listado legítimo y válido le falta lo más importante y que constituye el cimiento del futuro edificio personal y de una vida feliz. Lamentablemente, casi ningún padre hace abstracción y deja al margen, aunque sea por un momento, tales metas para preguntarse más en profundidad el sentido y envergadura de lo que anhela para sus hijos. Encerrados en lo que deberían lograr, olvidan el cómo y el para qué lograrlo, sin imaginar si son autónomos para decidir el sentido de sus propios proyectos.

De allí que es poco frecuente que un padre tenga como anhelo principal que su hijo aprenda a decidir por sí mismo, que sepa cómo ser feliz y pleno en su vida y si será capaz de lograr las capacidades que le permitirán ser aquello que quisiera ser sin interferencia alguna. Más aún, si dicho anhelo tendría vigencia, seguramente sería tildado de idealista, utópico o poco práctico.

La mayor satisfacción personal para un padre es tener la convicción de que su hijo no necesitará posesiones de ninguna índole para lograr ser querido o aceptado por los demás. Pero en una cultura de los efectos y resultados inmediatos, signada por el éxito y el confort, aún la conocida aspiración de “que sea una buena persona” tiene una connotación vulgar y poco atractiva.

A este punto, y previa advertencia de nuestra insatisfacción acerca de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que sentimos cotidianamente, quizás debamos confrontar con nosotros mismos para empezar a cuestionar nuestra actitud respecto de aquello que, si bien nos otorga algunas satisfacciones esporádicas, no nos termina de llenar del todo. Esto explica la enfermedad del vacío desde su origen y perpetúa un estado de insatisfacción y descontento crónico que termina en la envidia, en la comparación con los demás, en la competencia, en la ambición, en la avidez desmedida y en el incremento de una vanidad que a toda costa intenta brindar la imagen de lo que no somos.

Dr. Augusto Barcaglioni

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Cómo motivar a un hijo adolescente https://cognitio.com.ar/como-motivar-a-un-hijo-adolescente/ Sat, 22 Jun 2013 21:00:00 +0000 http://cognitio.com.ar/2013/06/como-motivar-a-un-hijo-adolescente/ La capacidad y el talento propios postergados por la comodidad y el desgano Una de las mayores inquietudes de los padres en la actualidad consiste [...]

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La capacidad y el talento propios

postergados por la comodidad y el desgano

Una de las mayores inquietudes de los padres en la actualidad consiste en la falta de voluntad con que sus hijos adolescentes encaran las responsabilidades propias de su etapa formativa. Les preocupa no saber qué hacer para ayudarlos ante la apatía y el desgano que convierten a los jóvenes en seres indiferentes y faltos de motivación para responder al esfuerzo cotidiano. Si a ello se agrega la seducción que ejercen la cultura del vale todo y la propensión a lo fácil, se podrán comprender el atascamiento y la parálisis en que muchos jóvenes se encuentran respecto del futuro.

Sin esperanza ni motivación ante la vida, los adolescentes viven el presente como si fuera el único horizonte válido, en medio de una inmediatez que rehúye el esfuerzo y anula todo anhelo de superación personal. En este contexto, el único objetivo pareciera ser “pasarla bien y lo mejor posible”, respondiendo siempre a la ley del menor esfuerzo. Por eso, no interesa el mañana y la falta de voluntad se apodera de la vida y la convierte en una suerte de mosaico de intereses centrados, regulados e inducidos por la industria del entretenimiento.

Por otra parte, uno de los factores que inciden en el fracaso escolar y en la pereza para estudiar, se encuentra en una suerte de indisciplina del pensamiento que impide focalizar la atención en aquello que realmente interesa. Hoy los adolescentes se encuentran perdidos en un “océano mental” con múltiples estímulos contradictorios e indeterminados que avasallan su autonomía intelectual. Esto explica por qué las ganas de aprender desaparecen y por qué a muchos les resulta difícil encaminar su voluntad hacia objetivos de superación y cumplir las metas educativas más elementales.

Frente a esto, los padres parecerían no poseer un dominio de la situación para motivar a sus hijos y para que actúen y hagan las cosas por propio convencimiento. En ausencia de esa motivación interna, a muchos padres les queda el endeble y fugaz recurso de presionar y crear una motivación artificial y forzada por la vía extrínseca de premios, sanciones o descalificaciones. Por tales razones, en esta nota queremos aportar a los padres algunos criterios pedagógicos para que puedan ayudar a sus hijos a encarar lo que deben hacer con mayor motivación interna y no hacerlo bajo las presiones mencionadas.

Esta situación lleva en muchos casos a un campo de lucha y desgaste en los propios padres frente a la inmovilidad y pasividad de sus hijos. Si bien estas confrontaciones siempre se dieron en la relación padre-hijos, los jóvenes dejan de escuchar, rechazan o cuestionan a quienes podrían ofrecerles orientación y criterios acertados para manejarse ante la multiplicidad de ofertas distractoras circunscriptas a pasar la fugacidad del momento de manera grata y sin esfuerzos.

En la actualidad, el desafío que cabe a los adultos consiste en ver la forma de motivar a sus hijos para pensar el futuro con más esperanza y confianza en sí mismos y para vivir una vida de manera constructiva. De allí el valor decisivo de una educación que permita a los jóvenes conocer mejor sus capacidades y sentir el estímulo para tomar decisiones que los impulse a una actividad constructiva y les confiera un nuevo sentido al talento postergado.

Es necesario superar todo escenario de lucha, promover concordia y comprender por qué los adolescentes carecen de proyectos y permanecen en una suerte de vejez prematura producida por una indiferencia que conduce a la holganza y al estrechamiento de horizontes. En este contexto, los padres tienden, con una preocupación sobreprotectora y estéril, a dar órdenes, a molestarse y, en muchos casos, a imponer con rigidez lo que luego terminará en la nada.

Sin embargo, los adolescentes tienen una energía y una capacidad latente que muchos padres deberían descubrir para no encasillar a sus hijos como irresponsables, cómodos o indolentes. Para ello, deben comprender que la falta de voluntad y la dejadez provienen de la pérdida de motivación y de interés y que no interesa la caída sino la capacidad para levantarse.

En la medida que los adolescentes aprendan a superar cualquier fracaso o adversidad con criterios de auto-gestión y de decisión sin paternalismos, con el tiempo aprenderán a hacerse cargo de sí mismos y a actuar y pensar con mayor autonomía. Habrá que situarse, entonces, en un punto de partida positivo y saber esperar para que aprendan a encarar el futuro con más esperanza y confianza.

Por eso, los mayores deberían ver con más objetividad y calma cuáles son los verdaderos intereses de los jóvenes en la actualidad. Ello contribuirá a motivarlos para encarar un proyecto de vida que los hagan felices a través del acceso a una forma constructiva de vivir con esperanza, alegría y confianza en el talento que espera su manifestación creativa.

Dr. Augusto Barcaglioni

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