El camino silencioso del desorden social argentino
La capacidad intelectual de los argentinos se evidencia sobre todo cuando nos vemos impelidos a resolver problemas acuciantes que parecieran revestir gravedad y urgencia. Frente a los escenarios tumultuosos, es muy probable que logremos una salida airosa. Pero esta cualidad muchas veces nos coloca en ciertas desventajas. Una de ellas es la elegancia oratoria que, cuando se la practica sin sentido, se transforma en verborragia. Y es esto último lo que hace creer a los propios argentinos que somos seres inteligentes y bien dotados. Seguramente los observadores de otro mundo terminen creyendo lo mismo. Utilizando una ironía, diríamos que si el que escucha a un argentino le cree, ese oyente no es argentino, porque si lo fuera no le creería.
Con el paso del tiempo esta modalidad se vuelve insoportable. Todos ejercemos con mucha lucidez esa capacidad de hablar que convence a los demás, excepto al propio orador. Se ha hablado mucho de esta gran desventaja de los argentinos y todos la aceptamos con cierta impotencia. Trataremos de ensayar aquí una explicación de las tantas que han aparecido y que seguirán apareciendo de no producirse un cambio o renacimiento en el modo de pensar y actuar.
Cuando la inteligencia elucubra, comenta u opina sobre lo que debería hacerse y a pesar de ello el sujeto no realiza ni ejecuta parte de lo imaginado o declamado, en realidad podría padecer ese síndrome tan contagioso que es el de pretender adquirir grandeza en muy breve tiempo. Así, ante la falta de ejecución por carencia de un plan mínimo, queda todo a mitad de camino.
Desde allí empezamos a entrar al portal de la mediocridad, que contiene componentes relacionados con la falta de voluntad, la sobre-estimación y la grandilocuencia: grandes ideas sin concretar, muchos planes sin cronogramas, un sinnúmero de promesas enunciadas y sin cumplir, opiniones sin compromiso y abundantes explicaciones ajenas a los hechos. Y todo finaliza con un frívolo reproche a causales externas o en un elegante y conmovedor pedido de disculpas.
Todo, en ese portal efímero, podrá ser de primer nivel y con excelente presentación, pero a mitad de camino. Cuando quien utiliza su racionalidad y la despoja de decisión para transformar su condición de vida, para mejorar su entorno inmediato o concretar en hechos el contenido seductor de sus dichos, en realidad ha tomado un gran atajo, con las características de aquella pretensión que aspiraba tener mucho en poco tiempo y que señalamos en notas anteriores.
Quienes no construyen atajos y cultivan la paciencia y la disciplina, saben que el progreso de una sociedad no surge de la buena suerte ni de la casualidad. Son conscientes de que el atajo es una trampa que pretende ocultar la realidad y que es desde el esfuerzo propio, la voluntad y la decisión personal que se podrá evitar la tentación de caer en una verborragia sin ejecución.
Si bien los mecanismos de ocultamiento fantasioso de la realidad es una propensión arraigada en la mente de todo ser humano, ello no exime ni dispensa a la sociedad argentina atender de manera muy especial la correlación entre nuestro decir y nuestro hacer. Sólo de esta manera, y ya desde la convivencia familiar y la tarea escolar, tanto el niño como el adolescente podrán empezar a recorrer el camino de la coherencia y del bienestar social, que sólo pueden lograrse cuando nuestro decir se completa en el hacer que todos esperamos de cada uno.
Pues es con el ejemplo de lo que hacemos y ejecutamos como se construye la felicidad individual y social. Quedarse en los enunciados verborrágicos indica falta de voluntad y coherencia y fertiliza el terreno del descontento y el resentimiento, además de preparar el camino silencioso del desorden y la entropía.
Dr. Augusto Barcaglioni
(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los
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