Si la educación no forma ni eleva, el futuro podría ser de la psiquiatría

Una hipótesis polémica y provocativa

Superadas las necesidades de subsistencia básica, la vida humana reclama un proceso evolutivo que permita elevar al individuo a un estado superior y más digno. Ello requiere una educación que ayude al sujeto a ser más y mejor, conforme al desarrollo de las capacidades potenciales inherentes a su naturaleza e idiosincrasia personal.

Tal propósito exige, ineludiblemente, que los educadores formen y eleven con una rigurosidad tal que, en lugar de imponer contenidos obsoletos con técnicas conductistas y cuasi-robotizadas, permitan y acompañen a los niños y jóvenes a desarrollar su talento y a expresar las capacidades latentes que disponen.

Educar es extraer lo mejor de cada uno y esto implica llevar a cabo procesos más creativos y menos rutinarios en pro de la propia superación. Más aún, implica acompañar la evolución de un sujeto ávido de ser más a través de un aprendizaje creativo que sostenga su vida en la solidez de sus propios valores.

Esto permitiría evitar las angustias ante la ausencia de conocimientos y superar el vacío de valores que surgen de una vida diseñada por una cultura regida por modelos mentales que buscan la apariencia, el éxito fácil y el confort mentalmente insalubre.

Pero una vida sometida a procesos alienantes y deshumanizadores que enaltecen lo aparente a través del consumismo y del culto a la frivolidad, sólo es posible si se vive y piensa al margen de la autonomía de pensamiento y de la intensidad de los afectos.

En medio de tales encrucijadas, el aburrimiento se apodera de la vida cotidiana de los jóvenes y adultos, generando un ocio improductivo y esa enfermedad del vacío que impacta en intensidad creciente en el pensar y el sentir de las personas. Consecuentemente, tal desequilibrio pondrá en serio riesgo la lucidez mental necesaria para descubrir por sí mismo, y sin tutores manipuladores, el verdadero sentido de la vida.

Las consecuencias cognitivas y psico-emocionales que de tal estado se derivan, afectarán los vínculos y la calidad de vida de quienes aspiran a vivir con dignidad y autonomía. Esto último es el reclamo de quienes buscan construir una vida no adscripta a las formas de la apariencia ni a la búsqueda alienante de la banalidad.

Por su parte, la búsqueda de la apariencia y del lucimiento personal, se convierten en una aliada incondicional de la frivolidad y del confort a ultranza. En tal estado de parálisis, la mente y la voluntad de los jóvenes rehúyen el esfuerzo de superación para terminar instalando en la propia vida una cultura hedonista y utilitaria.

El punto de inflexión entre el avance tecnológico y la opción ética ante ciertas prácticas que conducen al sometimiento y a la sumisión del individuo, lo constituye una educación cuya finalidad central e insoslayable es la organización mental y el uso debido de la inteligencia.

Utilizando una metáfora provocativa, plantearemos una hipótesis polémica acerca de que si la educación no forma ni eleva, ni extrae con arte lo mejor de cada individuo, en el futuro posiblemente se incrementará y ampliará el ámbito de acción de la psiquiatría a fin de restablecer, por vía terapéutica, los desequilibrios psico-emocionales generados por la pérdida de la esperanza y de la confianza en sí mismo. Ello sería el resultado emergente de una vida diseñada para aparentar lo que no se es ni se tiene y de las desviaciones pedagógicas surgidas ante la pérdida de la autonomía de pensamiento.

Por tal razón, a la educación como sistema humano y a los educadores como actores, les cabe la loable y generosa función de constituirse en pilares sólidos de un futuro que podría ofrecer alternativas de liberación psíquica a partir del desarrollo del talento y del despliegue de la capacidad creativa en niños y jóvenes que albergan en sí mismos el propósito de ser más a través del conocimiento.

Dr. Augusto Barcaglioni

Cognitio
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar