EL ARTE DE HACER TODO LO POSIBLE

En el lenguaje corriente cuando alguien, frente a un requerimiento u obligación, manifiesta que va a hacer todo lo posible, ello suele interpretarse como dejadez, negligencia o dilación. Generalmente es una expresión utilizada por quienes tratan de ocultar la falta de voluntad para hacer algo o cumplir con una obligación. Sin embargo, “hacer todo lo posible” es un arte, entendiendo aquí por arte a la capacidad de ubicación frente a las variadas exigencias y oportunidades de la vida cotidiana.
 
Veamos lo que sucede en el acontecer cotidiano de cada dueña de casa, de cada empleado, de cada profesional, de cada gerente o de cada padre ante la demanda de un hijo. Si tratamos de imaginar o recordar el itinerario habitual que realizamos durante el día, nos encontraremos ante un universo de situaciones de variados tintes, provenientes de las obligaciones y las demandas de tareas o favores que el entorno circundante nos plantea o exige. En tal contexto y multiplicidad de situaciones, observamos que pueden presentarse tres casos, que dependen de tres maneras de verse a uno mismo.
 
En un primer extremo están quienes sienten, ante los requerimientos cotidianos o ante las dificultades y problemas de la vida, que pueden hacer todo. Es el estado de omnipotencia, en el que el sujeto establece ante sí mismo y ante los demás que “puede todo”. Este estado mental refleja la inmadurez de la mente infantil, según describimos en nuestra nota anterior, ya que en la mente del omnipotente todo es posible, sin advertir el proceso temporal para llevar lo que aparece como posible al campo de la realidad. Por eso, las personas que sienten omnipotencia frente a algo carecen de realismo, no saben esperar y por lo tanto en muchos casos actúan sin medida alguna y se predisponen fácilmente para la frustración. 
 
En un segundo extremo están quienes, a la inversa del caso anterior, sienten que no pueden hacer o resolver ante cualquier requerimiento o búsqueda de soluciones a los problemas y dificultades que se les presenta. Surge así el estado de impotencia, la sensación de que la realidad abruma y avasalla sin poder llegar a una determinada meta u objetivo. Este estado mental no deja de ser inmaduro, ya que proviene de un desconocimiento de las propias capacidades personales y, en no pocos casos, de un nivel de subestimación del propio potencial. Una educación familiar y/o escolar centrada en señalar errores, en controlar y sancionar, deja de lado el develamiento y la búsqueda de las capacidades que todo ser humano posee y que posiblemente ignore y necesite conocer. De allí que la máxima délfica del “conócete a ti mismo” constituya el cimiento de la pedagogía y del desarrollo humano.
 
Entre ambos extremos está el arte de quien, sin sentir que puede todo ni imaginar que no puede nada, advierte dentro de sí mismo una capacidad de acción y de transformación sin exceso, sin arrogancia y sin temor a fracasar. El “puedo todo” y el “no puedo nada” son sustituidos por el “hago todo lo que puedo”. Este hacer todo lo posible constituye un verdadero arte, por ser equidistante entre esos dos extremos que conducen al fracaso y al pesimismo. 
 
El hacer todo lo posible deja de ser, entonces, esa frase elegantemente expresada por quienes prometen sin cumplir, sino un estado mental que proviene de la madurez y objetividad en el propio reconocimiento. Cuando alguien advierte y reconoce en sí mismo sus capacidades y habilidades frente a lo que tiene que hacer, actúa y espera. Saber actuar y saber esperar configuran así la verdadera modestia intelectual, propio de quien se conoce a sí mismo y no necesita demostrar una arrogante omnipotencia ni padecer el proceso degradante de la impotencia.
 

Dr. Augusto Barcaglioni
 


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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar