Un miedo subrepticio muy difícil de reconocer y aceptar
Podríamos decir que todo ser humano padece, en determinadas circunstancias, miedos y temores provocados por causas y factores diferentes. En realidad, se le teme a las condiciones relacionadas con la pérdida de lo que se posee como un bien. En este sentido, podríamos enumerar una serie de situaciones que generan dicha sensación de pérdida:
- Unos temen perder la salud propia o la de alguien querido.
- Otros, temen perder la vida, a un familiar o a sus bienes materiales.
- Un temor muy difundido, y que afecta la tranquilidad de la gran mayoría, es perder el trabajo o la estabilidad del mismo.
- También es posible observar a quienes temen perder el prestigio y la consideración de los demás.
- Así también, el miedo a la soledad, a la pobreza irreversible y al abandono no dejan de perturbar la vida de muchos individuos propensos a imaginar situaciones adversas y de pérdida.
Cualquiera sea la causa o el factor desencadenante del miedo, el mismo se manifiesta en cualquier caso como una sensación de angustia ante la inminencia de una amenaza, real o imaginaria, que terminará por perturbar o destruir un estado óptimo considerado como aceptable por el sujeto hasta ese momento.
Muchos están dispuestos a reconocer sus temores ante los demás en caso de perder la salud, sufrir un revés en los negocios, quedarse sin trabajo, sin amigos o sin los bienes que posee. Pero hay un miedo subrepticio y muy difícil de reconocer y/o aceptar por quienes lo padecen debido a que encierra un matiz descalificatorio y humillante: el miedo a la mirada ajena.
El miedo a la mirada ajena es el miedo más dañino entre todos los miedos posibles, puesto que menoscaba a quien lo padece, al punto de inhibirlo y avergonzarlo frente a sí mismo y ante los demás. La raíz mental de tal aprensión la encontramos en el amor propio, en el orgullo, en la vanidad y en la soberbia, entre otras deficiencias.
Esto tiene una explicación: el juicio adverso o crítico de la mirada ajena es implacable y quien lo recibe comienza a sentir que su imagen y el prestigio logrado con esfuerzo se pulverizan en un instante, al punto tal de poner al afectado en peligro de sufrir aislamiento, desprecio o marginación.
Además, reconocer el miedo a la mirada ajena es reconocer un estado de profunda debilidad, de inseguridad y de falta de confianza en sí mismo. Ya sabemos que la psicología humana se complace en aparecer frente a los demás ostentando fortaleza, confianza en sí mismo y seguridad en sus decisiones. Este cuidado y hasta exacerbación de la apariencia incrementa más aún el temor a la mirada ajena.
Aparte de avergonzar, el miedo a la mirada ajena paraliza al sujeto y no lo deja actuar con autonomía, inmoviliza la creatividad de su pensar y la espontaneidad de su sentir, al punto de llevarlo a titubear por la indecisión y vacilación que su inseguridad le provoca.
Por todo ello, podríamos decir que el miedo a la mirada ajena es el miedo al menoscabo y a la depreciación de sí mismo. La superación del mismo requiere, a diferencia de los demás miedos, un trabajo interno y sin interrupciones de crecimiento y fortalecimiento personal. Es así como el miedo a la mirada ajena se podrá diluir desde su raíz en proporción directa al desarrollo de las capacidades que aseguren al sujeto un estado de mayor valoración, confianza y aceptación de sí mismo.
Esto explica por qué aquellos que buscan la apariencia de la imagen para lograr aprobación complaciendo la mirada ajena, no logran acercarse ni acceder a un estado de verdadera autonomía y de bienestar psico-emocional por depender de las condiciones impuestas por el temor a mostrar con sencillez la propia realidad e identidad personal.
De todo ello, resulta un corolario pedagógico de validez universal y sentido práctico para consolidar el proceso formativo de todo individuo: Las capacidades y cualidades del sujeto constituyen el cimiento cognitivo-emocional que le permitirán soportar y dominar las variaciones y hostilidades del medio sin afectar su integridad y coherencia interna.
Dr. Augusto Barcaglioni