Procusto nivela el pensamiento y la acción de quien sobresale por su talento
La inteligencia individual y grupal, cuando evolucionan, adoptan formas diferenciadas e innovadoras que no son aprovechadas por temor o conveniencia por ciertos jefes, políticos y directivos. Cuando ello ocurre, predominan intereses personales y mezquinos que tratan de imponer un modelo igualitario y nivelador que destierra el esfuerzo, la iniciativa y la excelencia en aras de una uniformidad que adormece la creatividad y garantiza la sumisión mental de los individuos.
Esta forma sutil de violencia margina e inmoviliza el talento y es ejercida por quienes son incapaces de reconocer y valorar las cualidades y capacidades de los demás.
El miedo a ser superado profesionalmente por un subordinado es propio de la envidia y de la falta de confianza en sí mismo, lo que conduce a muchos directivos inseguros a cercenar las iniciativas, aportaciones e ideas de aquellos que manifiestan su talento y creatividad.
Este es un comportamiento habitual que se manifiesta en las organizaciones, equipos y grupos, conduciendo al deterioro de las relaciones y vínculos. Se lo conoce como Síndrome de Procusto, un nombre de origen mitológico que retrata una figura que suele observarse en entornos laborales y que metafóricamente se manifiesta en “aquel que corta la cabeza o los pies de quien sobresale”.
De esta manera, y en medio de las evidencias perturbadoras que se presentan de manera frecuente en el campo laboral, no favorecen las condiciones para optimizar sus equipos, afectando su rendimiento y eficacia. Esto los conduce a vivir en un constante forcejeo con los colaboradores para que acaten sumisamente el propio modelo a fin de imponer su visión personal y favorecer sus intereses particulares.
Este síndrome, que impone la sumisión y el encadenamiento de la mente en quienes acatan pasiva y dócilmente el capricho ajeno, adquiere su mayor virulencia cuando los que ejercen un poder manipulador carecen de la capacidad de decisión y no logran confiar en sí mismos ni valorar su propio talento.
Las consecuencias de este síndrome son evidentes, ya que perturban el clima laboral, familiar y la convivencia cotidiana. Pues quienes lo padecen, sea en el plano familiar, en la amistad, en el trabajo y en los vínculos defectuosos de ciertos educadores, generan un clima de tensión y estrés, al tratar de nivelar y uniformar a los individuos y limitar sus capacidades, creatividad e iniciativa.
Dr. Augusto Barcaglioni