La capacidad y el talento propios
postergados por la comodidad y el desgano
Una de las mayores inquietudes de los padres en la actualidad consiste en la falta de voluntad con que sus hijos adolescentes encaran las responsabilidades propias de su etapa formativa. Les preocupa no saber qué hacer para ayudarlos ante la apatía y el desgano que convierten a los jóvenes en seres indiferentes y faltos de motivación para responder al esfuerzo cotidiano. Si a ello se agrega la seducción que ejercen la cultura del vale todo y la propensión a lo fácil, se podrán comprender el atascamiento y la parálisis en que muchos jóvenes se encuentran respecto del futuro.
Sin esperanza ni motivación ante la vida, los adolescentes viven el presente como si fuera el único horizonte válido, en medio de una inmediatez que rehúye el esfuerzo y anula todo anhelo de superación personal. En este contexto, el único objetivo pareciera ser “pasarla bien y lo mejor posible”, respondiendo siempre a la ley del menor esfuerzo. Por eso, no interesa el mañana y la falta de voluntad se apodera de la vida y la convierte en una suerte de mosaico de intereses centrados, regulados e inducidos por la industria del entretenimiento.
Por otra parte, uno de los factores que inciden en el fracaso escolar y en la pereza para estudiar, se encuentra en una suerte de indisciplina del pensamiento que impide focalizar la atención en aquello que realmente interesa. Hoy los adolescentes se encuentran perdidos en un “océano mental” con múltiples estímulos contradictorios e indeterminados que avasallan su autonomía intelectual. Esto explica por qué las ganas de aprender desaparecen y por qué a muchos les resulta difícil encaminar su voluntad hacia objetivos de superación y cumplir las metas educativas más elementales.
Frente a esto, los padres parecerían no poseer un dominio de la situación para motivar a sus hijos y para que actúen y hagan las cosas por propio convencimiento. En ausencia de esa motivación interna, a muchos padres les queda el endeble y fugaz recurso de presionar y crear una motivación artificial y forzada por la vía extrínseca de premios, sanciones o descalificaciones. Por tales razones, en esta nota queremos aportar a los padres algunos criterios pedagógicos para que puedan ayudar a sus hijos a encarar lo que deben hacer con mayor motivación interna y no hacerlo bajo las presiones mencionadas.
Esta situación lleva en muchos casos a un campo de lucha y desgaste en los propios padres frente a la inmovilidad y pasividad de sus hijos. Si bien estas confrontaciones siempre se dieron en la relación padre-hijos, los jóvenes dejan de escuchar, rechazan o cuestionan a quienes podrían ofrecerles orientación y criterios acertados para manejarse ante la multiplicidad de ofertas distractoras circunscriptas a pasar la fugacidad del momento de manera grata y sin esfuerzos.
En la actualidad, el desafío que cabe a los adultos consiste en ver la forma de motivar a sus hijos para pensar el futuro con más esperanza y confianza en sí mismos y para vivir una vida de manera constructiva. De allí el valor decisivo de una educación que permita a los jóvenes conocer mejor sus capacidades y sentir el estímulo para tomar decisiones que los impulse a una actividad constructiva y les confiera un nuevo sentido al talento postergado.
Es necesario superar todo escenario de lucha, promover concordia y comprender por qué los adolescentes carecen de proyectos y permanecen en una suerte de vejez prematura producida por una indiferencia que conduce a la holganza y al estrechamiento de horizontes. En este contexto, los padres tienden, con una preocupación sobreprotectora y estéril, a dar órdenes, a molestarse y, en muchos casos, a imponer con rigidez lo que luego terminará en la nada.
Sin embargo, los adolescentes tienen una energía y una capacidad latente que muchos padres deberían descubrir para no encasillar a sus hijos como irresponsables, cómodos o indolentes. Para ello, deben comprender que la falta de voluntad y la dejadez provienen de la pérdida de motivación y de interés y que no interesa la caída sino la capacidad para levantarse.
En la medida que los adolescentes aprendan a superar cualquier fracaso o adversidad con criterios de auto-gestión y de decisión sin paternalismos, con el tiempo aprenderán a hacerse cargo de sí mismos y a actuar y pensar con mayor autonomía. Habrá que situarse, entonces, en un punto de partida positivo y saber esperar para que aprendan a encarar el futuro con más esperanza y confianza.
Por eso, los mayores deberían ver con más objetividad y calma cuáles son los verdaderos intereses de los jóvenes en la actualidad. Ello contribuirá a motivarlos para encarar un proyecto de vida que los hagan felices a través del acceso a una forma constructiva de vivir con esperanza, alegría y confianza en el talento que espera su manifestación creativa.
Dr. Augusto Barcaglioni