El inocultable descontento que caracteriza la psicología de los argentinos debe tener alguna explicación lógica. No basta con hacer referencias acerca de un sentir nostálgico expresado con arte y belleza por nuestra conspicua música. Antes de avanzar, queremos aclarar que en esta nota el adverbio “quizás” es fundamental y lo estamos empleando en un sentido probabilístico y tomando cierta licencia por la reiteración de su empleo.
Ensayando hipótesis, quizás ante la promesa de una América que haría ricos a quienes la habitaran por muy breve tiempo, lo que ocurrió fue que ni hubo prosperidad ni el tiempo fue tan breve. Quizás el dolor que sobrevino a quienes pretendieron algo importante en breve tiempo, sumado al deseo de un pronto retorno, convirtió al hábito de la queja y el descontento en semillero de nuestra ulterior resignación. De allí que quizás hubo que inventar un atajo ante tanta desesperanza. Ese atajo quizás fue concebido con ribetes de excelencia para los que tenían manías de grandeza, ya que nadie soportaría la imagen de la pobreza y del infortunio; había que trascender lo ordinario a toda costa para recuperar y darle sentido a tanto esfuerzo.
De allí quizás habrá surgido una forma de pensar que percibe la realidad desde la mera ilustración y un brillo enciclopedista interesado más en la habilidad de hacer comentarios y poder opinar de todo que de enfrentar con creatividad y esfuerzo la dura realidad. Hasta aquí todo parecía andar bien y anestesiaba el dolor de aquella gran frustración inicial de quienes pretendieron lograr mucho en el menor tiempo posible. Respecto de este atajo de corte intelectualista aplicable a las tareas prácticas y a los negocios, el mismo posee características casi simétricas respecto de aquella pretensión inicial de lograr un máximo de riqueza en muy corto tiempo. Esto quizás defina nuestras frustraciones, desalientos y probablemente podría explicar nuestros altibajos emocionales y nuestra proclividad a la inestabilidad y discontinuidad en lo que buscamos.
Pero sería injusto no mencionar el caso de aquellos que aceptaron con alegría y una esperanza estable el desafío de producir y crear para hacer grande a este país con la disciplina del trabajo y el hábito de la concentración. Seguramente en sus mentes no hubo pacto con la queja, el descontento, el desgano y el pesimismo.
Ante tantos interrogantes acerca del inexplicable descontento que nos caracteriza, la vía liberadora de esa opresión mental y anímica consiste en una genuina convocatoria cultural de la educación. Quizás la actividad de todo educador deba concentrarse en el fortalecimiento de una voluntad debilitada e inmovilizada por la comodidad, la apatía y el pesimismo ante lo que exige esfuerzo y disciplina.
Con habilidad y método, todo docente tendría en sus manos una oportunidad de promover y facilitar una transformación gradual del estado mental y psicológico que responde a la idiosincrasia de los argentinos. Con habilidad, porque tendrá que hacerlo en condiciones de hostilidad frente a un contexto indiferente con lo esencial y habituado a no saber esperar los resultados; con método, porque aún en condiciones favorables, la improvisación es mala consejera al disfrazarse de creatividad. Quizás haya que agregar lo más importante: un exceso de optimismo ante lo que aparece como posible y de firmeza intransigente ante el esfuerzo de la tarea concreta que requiere acción y decisión sin pactar con el titubeo.
Dr. Augusto Barcaglioni
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