El reproche y la recriminación como funciones de retardo de la vida
La fuerza constructiva de la vida humana se expresa en un impulso creativo que permite al sujeto vivir con intensidad y alegría los instantes y momentos de su cotidianeidad. Dicha fuerza constructiva convierte el pasado en recuerdo fecundo, amplía y expande el presente en alegría intensa y espera el futuro con imágenes de esperanza y confianza.
Para mantener la frescura de esa vida creativa y apacible o restablecer la alegría cotidiana cuando se la perdió, se hace necesario un aprendizaje que permita el fortalecimiento de la fuerza constructiva inherente a la vida.
Pero, debido al carácter universal de la inexperiencia humana, es lógico que en la vida de cada individuo siempre se deslicen fracasos, errores y desaciertos por el vacío y las “rendijas” que dejan la falta de conocimiento. Y es aquí cómo entre tales rendijas sobreviene una deficiencia que, bajo forma de reproche y recriminación, conspira contra el momento presente y nos ancla en el pasado generando ansiedad frente al futuro.
En sus diversas versiones, todo reproche cumple una función de retardo y de inmovilización del complejo sistema emocional, psíquico y mental del individuo. Es decir, el reproche afecta la lucidez mental y debilita la voluntad al hacernos perder entusiasmo y energía constructiva. De allí el carácter inmovilizador de todo reproche.
- La versión más conocida del reproche surge cuando los demás nos reprueban o increpan por alguna actuación que, al afectar nuestro amor propio y vanidad, intensifica el desaliento. En una cultura ávida de aprobación y elogios, recibir reproches por parte de nuestros semejantes o allegados, nos menoscaba y afecta en gran medida, sobre todo a quien todavía no logró la confianza en sí mismo ni la fortaleza necesaria para reconocer y aceptar serenamente sus propios errores.
- Otra versión del reproche está vinculada con las diversas formas de desaprobación, crítica o vituperio que proferimos contra alguien. Si bien no afecta de manera visible a quien las lleva a cabo, puede lastimar fuertemente o agraviar innecesariamente los vínculos personales existentes, dado que su efecto descalificador y humillante le quita valor y menoscaba a quien quizás podría ser portador de algún merecimiento.
- La tercera versión del reproche se refiere cuando lo dirigimos contra nosotros mismos frente a un error o acción fallida que no aceptamos haya ocurrido o ante una decisión de cambio en la que vislumbramos la necesidad de empezar de nuevo pero que, finalmente, quedó trunca por descuido o inexperiencia.
En este último caso, todo nuevo camino que se desee emprender se diluirá ante imágenes de recriminación contra nosotros mismos. La experiencia psicológica cotidiana nos muestra esta forma de reproche como una fuerza mental destructiva y de alto poder neutralizador de las propias energías internas.
En individuos que se han detenido en sus errores o fracasos y no han logrado sentir la vida de manera activa, los actos fallidos no se transforman en experiencia y aprendizaje creativo y se convierten en desaliento y reproche
En tales condiciones, las imágenes y pensamientos generados por esa fuerza mental destructiva desvían la dirección de la propia voluntad para realizar cambios o aceptar resultados no esperados. Es decir, el reproche debilita la energía y anula la confianza en sí mismo para decidir un cambio que se consideró posible y necesario.
Es así como el reproche actúa como un elemento disolvente de la iniciativa de cambio, al desviar la directriz del nuevo objetivo y encapsular la decisión de renovación. Por tal razón, esta versión del reproche, por su carácter paralizante, es la más temible.
Por otra parte, el reproche sobre las propias actuaciones se convierte en un aliado incondicional del pesimismo e instala imágenes de menoscabo acerca del pasado como tiempo muerto y sin sentido. Así, el reproche se comporta como el receptáculo sombrío en el que germinan el desaliento, el descontento, la queja y la falta de voluntad.
Pues no es difícil concebir el reproche como el “ácido mental” que detiene y paraliza la alquimia deseada para llevar a cabo la renovación de la vida cuando se intenta empezar de nuevo ante situaciones adversas sufridas en el pasado por error o inexperiencia.
La decisión de cambiar o de empezar un nuevo ciclo de aprendizaje es posible si el sujeto cultiva y ejerce la sabiduría para actuar y vivir haciendo desaparecer el “tizne” del reproche y despojar del terreno mental las sombras de la auto-recriminación.
Ello requiere una mente lúcida y consciente y el fortalecimiento de la voluntad para la acción y el aprendizaje. Porque el ejercicio de la propia renovación mental es incompatible con el reproche y no se reduce a una maniobra especulativa del intelecto ni a un voluntarismo impregnado de una impulsividad ciega y anárquica.
Por tal razón, la sabiduría para actuar y vivir de manera constructiva exige una revisión de los modelos mentales intervinientes a fin de superar las barreras del reproche y habilitar un campo de experiencias de aprendizaje.
Esto supone, como condición necesaria, un replanteo del modo de pensar, de vivir y de relacionarse con que se vivió la vida rutinaria anterior. A fin de no malograr dicho anhelo, cada instante que configura el tiempo presente del sujeto deberá estar regido por una firme voluntad de cambio y afianzado por la constancia y la paciencia.
Dr. Augusto Barcaglioni