Mapa oculto de la armonía y el conflicto grupal
Si tomamos cualquier grupo humano, desde la pareja, la familia, el aula escolar, el ambiente laboral, hasta el clima de las grandes organizaciones, sin excluir el mismo entorno social, encontraremos un mapa oculto configurado por dos fuerzas también ocultas y contrapuestas en constante pugna. Es la lucha entre el sabio y el necio; o mejor dicho, la lucha entre el hombre sencillo y de sentido común y el necio que ignora lo que cree saber. Así, en ese campo de lucha se enfrentan el silencio oportuno del cuerdo y la verborragia grandilocuente del mediocre.
En nuestra nota anterior dijimos que el ímpetu del necio lo lleva a mantener con firmeza lo que presume que sabe, sin advertir la rigidez de un pensamiento sostenido por imágenes inmovilizadas y estáticas. Y mientras más obstinado, el necio va a apelar al uso de su habilidad de comunicación y seducción para con-vencer al incauto y al inseguro o distraído. El hombre sabio y sencillo, en cambio, no necesita con-vencer desde una exterioridad que avasalla la lógica y la autonomía de pensamiento, sino que intercambia y dialoga para que otros piensen por sí mismos y logren su propia e íntima convicción sin ser sustituidos por modelos mentales o cosmovisiones ajenas.
En ese juego oculto, el necio hace alarde y ostentación refinada de lo que sabe de manera superficial y tosca; el sabio, en cambio, vive silenciosamente lo que realmente sabe y lo comunica con discreción generosa. Por eso, el necio, a diferencia del hombre de sentido común, siempre trata de imponer ruidosamente aquello que cree que sabe en virtud de estar dominado por la tosca rigidez de una mente interesada por cambiar el modo de pensar, de actuar y de decidir de los demás. De esto surge que la diferencia cognitiva entre ambos va a condicionar y caracterizar, perturbar o favorecer, el clima interno de cualquier grupo humano.
Así, el necio genera en los grupos en que actúa un estado de tensión y acatamiento pasivo a ciertas verdades y opiniones impuestas de manera uniforme e inflexible. Esto explica por qué en determinados lugares impera la tensión generada por las presiones de quien hace de la imposición un modo de ejercer una autoridad hueca y desvalida. Mientras tanto, el sensato trabaja con responsabilidad para promover un clima grupal que permita a cada uno decidir con autonomía y conocer las verdades que va descubriendo mediante la apertura de su inteligencia y sensibilidad a una realidad cambiante y compleja.
El necio simula su aislamiento fusionándose en la muchedumbre y tiene la habilidad de arrancar el aplauso, el elogio o la admiración de los desprevenidos; el sabio, en cambio, se comunica a través del amor y la alegría del descubrimiento, bastándole simplemente una sonrisa. Aquí se puede ver con nitidez por qué la habilidad simulatoria del necio termina por impedirle ejercer un liderazgo nutriente o llevar a cabo una simple y amable coordinación grupal. Y también se puede observar, como contrapartida, cómo el hombre sencillo e intelectualmente modesto genera el magnetismo de un trato que no necesita control porque tiene la sabiduría de descubrir el talento y de respetar la dignidad de los demás, en su función de líder social, organizacional, de educador o profesional.
Por otra parte, el necio teme y rechaza la crítica y es implacable al hacerla; el sabio, en cambio, la agradece y es constructivo y ecuánime al aceptarla. Aquí se advierte claramente el mapa oculto del conflicto y de los problemas que se suscitan cuando las fuerzas no tan visibles de la necedad interfieren en la vida social, en las organizaciones, en las instituciones, familias y grupos de cualquier naturaleza y magnitud.
La sensatez y el sentido común, contrariamente, fortalecen los vínculos mediante actitudes de confianza, comunicación y diálogo. De esta manera, la confianza desaloja el control y la crítica despiadada, al tiempo que amalgama una red de afecto y de mutua sinceridad en los diferentes planos y niveles de la convivencia humana. En esa red intangible, la armonía se va tejiendo mediante la modestia y el ejercicio de una discreción que hace del respeto y la honestidad una forma estable de convivencia.
Dr. Augusto Barcaglioni
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