Aportes pedagógicos para el progreso personal
Una observación superficial de la vida cotidiana, nos muestra a individuos que dicen tener suerte por sus logros envidiables y a individuos que manifiestan no tenerla, ya que padecen el sufrimiento de no haber logrado ciertos objetivos. Esta es una observación simplista, que atribuye a la suerte el hecho de gozar un beneficio o padecer un percance o fracaso. De allí que habitualmente la mayoría incorpora a su vida cotidiana las ideas de la “buena suerte” y de la “mala suerte”, haciendo depender de lo fortuito, del destino y de la casualidad aquellas circunstancias óptimas y condiciones desfavorables que a cada uno le toca vivir.
Esto explica dos comportamientos en cierto modo vergonzantes y que nadie quisiera reconocer frente a los demás: la tendencia a la superstición y el consumo de amuletos. Ambas conductas adoptan características que van desde un cierto grado de tosquedad hasta un nivel de refinamiento según el bagaje cultural de los involucrados. Así, tanto un analfabeto que atribuye a un objeto tangible su buena o mala suerte, como el hombre “civilizado” que asigna a la casualidad de los acontecimientos ciertos logros o fracasos, emplean la misma matriz de pensamiento. Ambos se alejan de la ley de causa y efecto y dejan de pensar con rigor para imaginar ilusoriamente que fuera de ellos existe un factor determinante que influye de manera implacable en sus respectivas situaciones.
En sentido estricto, la suerte no existe, ni en su versión favorable o desfavorable. Y para los casos aleatorios y probabilísticos, que para muchos provienen y se presentan bajo el manto de una supuesta casualidad o suerte, en realidad lo que juega y decide es la capacidad o habilidad de cada uno para saber utilizar cada probabilidad en favor o en contra del propio progreso. Esto significa que si alguien escucha, por ejemplo, una información valiosa por mero azar y ello le permite el acierto de una decisión, no es la suerte la que intervino sino la capacidad del sujeto para poder transformar un hecho inesperado en un factor causal para un proyecto. Ello, en virtud de haber estado atento o de tener conocimientos para aprovechar e integrar las nuevas informaciones a un determinado objetivo.
Lo cierto es que, en cualquiera de los aspectos de la vida humana, sea en el económico, social, familiar, profesional o intelectual, cada uno se encuentra en el lugar o posición fijada y determinada por su propia capacidad y no por la buena o la mala suerte. Tal aseveración puede corroborarse por la experiencia propia y ajena y debería constituir un principio pedagógico que oriente la formación de los jóvenes, muy propensos a atribuir los logros y fracasos a factores externos y a un destino implacable.
Esto explicaría también aquellos casos de infortunio que acechan a tantos individuos exitosos que, por falta de capacidad para adaptarse y ubicarse con acierto a una nueva vida, despilfarran dinero, prestigio y oportunidades. Tales desaciertos no surgen de la mala suerte sino de la actuación e intervención de la ley de causa-efecto, generando resultados cuya índole y características serán acordes con la falta de capacidad para actuar que adolece el sujeto, mientras que otros potenciarían, por su capacidad y talento, los elementos y oportunidades que les brinda una nueva situación.
Asimismo, una capacidad puede llevar a un individuo a una posición favorable que, con el tiempo, se desvanece ante la ausencia de otras capacidades necesarias para sostener dicha posición. Quien accedió a una fortuna por su capacidad para lograrla, la podría perder si no adquiere otras capacidades para mantener ese estado. Esto explica las diferencias entre los individuos; pues cada uno ostentará la situación que fija y determina la capacidad real que posee, sea para causarla, sea para mantenerla, sea para perderla o deteriorarla.
A modo de un aporte pedagógico para que el progreso personal no sea considerado como un producto de la suerte, diríamos que cada uno se encuentra en el lugar fijado por las capacidades que cultivó. Es la capacidad del sujeto la que determina en qué posición y lugar va a estar. Esto es importante tenerlo en cuenta, ya que la creencia en la buena o la mala suerte actúa como una parálisis mental que inmoviliza la voluntad y le impide al sujeto ver las variadas alternativas para tomar decisiones de crecimiento acordes con sus conocimientos, fuerza y talento.
Cuando un alumno atribuye su fracaso en un examen a las causas reales que actuaron y no a la mala suerte, estará motivado y orientado para encarar su formación en el futuro con más seriedad. Inversamente, quien atribuye el éxito de su examen a factores ajenos a su capacidad, en realidad se desvía de su propia realidad. Sea por éxito o por fracaso, la apelación a la suerte como causa explicativa es una forma de colocar afuera lo que en realidad se origina en el interior de la mente humana.
Culpar a la mala suerte por un fracaso, es un recurso ingenuo para atenuar el dolor que provoca un resultado adverso. Y atribuir a la buena suerte el logro de un resultado exitoso, es una forma evasiva para no reconocer una capacidad que, advertida por el sujeto, lo comprometería para encarar acciones futuras. En ambos casos, se pretende que la suerte se encargue de todo para no sentir el peso del reconocimiento del error o del compromiso para la acción constructiva.
El progreso y el fracaso personal no surgen ni se presentan como consecuencia de la intervención de elementos ajenos al sujeto. Si bien los elementos del entorno actúan e impactan en la vida del sujeto, es éste quien decide el modo de aprender y convertir el fracaso en oportunidad de aprendizaje y el éxito en un nuevo aprendizaje y valoración de sí mismo.
Dr. Augusto Barcaglioni
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