Cómo llegar a ser el diseñador de la propia inteligencia
Una característica de la violencia blanca es que, empezando por la propia víctima, casi nadie advierte cuando se la ejecuta y muy pocos detectan sus efectos y consecuencias. Salvo casos excepcionales, el destinatario no tiene elementos ni recursos mentales y emocionales que le permitan registrar la violencia ejercida sobre su mente y su sensibilidad. A diferencia de la violencia “roja” (conocida bajo las diversas formas de agresión física y verbal), la violencia “blanca” se alberga en los rincones más profundos y más escondidos de la mente que fue víctima.
La característica principal de la violencia blanca está en el hecho de que afecta y condiciona el modo de pensar y sentir, por lo que quien la sufre, o sufrió, no advierte que su modo de ser, sus comportamientos, sus deficiencias y, por así decir, “traumas”, responden a la falta de recursos de su mente para poder neutralizar las consecuencias de la agresión sutil. Así, podríamos suponer o inferir que a un niño, en virtud de su estigma, no le resultará fácil comprender y liberarse de los condicionamientos impuestos por el modo de pensar y por los paradigmas y modelos mentales de sus padres y docentes.
Como tampoco un niño podrá escapar fácilmente de los embates que un modelo obsoleto de enseñanza lo sumerge en profundo abatimiento y desgano. Sin motivación alguna, incrementa la nefasta y destructiva sensación de no ser capaz de aprender por sí mismo, de tener miedo a preguntar y a cuestionar lo que su mente todavía no advierte. Así, su mente y su psiquis caen en la violencia blanca de un prejuicio que le prohíbe indagar y analizar con autonomía lo que podría aprender con alegría. De aquí en más, el estigma de la falta de confianza en sí mismo se instala para generar dependencia ante los demás e inseguridad ante la propia vida.
En tales casos, estamos en el plano más delicado de la historia de todo ser humano, pues la inteligencia en formación y la inexperiencia reclaman y exigen modelos metodológicos cuya flexibilidad adaptativa e integralidad deben guardar proporcionalidad con la capacidad de los niños y adolescentes en situación de aprendizaje. Es decir, a menor capacidad e inexperiencia, mayor necesidad de adaptabilidad y flexibilidad para llevar a cabo el proceso formativo, tanto en el plano familiar como escolar.
Por eso, constituye un trabajo de diseño y artesanía mental ayudar a los individuos, sea cual fuere su estado y situación cronológica en la vida, a indagar e identificar esos rincones ocultos que albergan las consecuencias de la violencia blanca ejercida en algún momento de la vida. Para no confundir los planos, no se trata de utilizar métodos terapéuticos sino pedagógicos, que rehagan el camino por la vía del des-aprendizaje en el que radica el proceso mayéutico[1].
De allí que no se trata de quedar en la observación de los efectos, sino de promover el proceso pedagógico por excelencia, expresado en la máxima socrática del conócete a ti mismo. Pues no es suficiente reconocerse como portador de conductas de timidez, envidia, soberbia o pesimismo (lo que sería un avance loable ante quien ni siquiera identifica tales comportamientos), sino comprender que tales conductas provienen de la violencia blanca que en determinadas etapas de la vida infantil, adolescente o adulta, afectó la frescura de una mente y un corazón dispuestos a pensar en la construcción del bien para sí mismo y para los demás.
A fin de facilitar desde el método pedagógico este proceso de re-diseño de la inteligencia, resulta insoslayable que el proceso formativo del sujeto no debe excluir la identificación y superación de los condicionamientos proclives a las conductas de timidez, envidia, soberbia o pesimismo a través de la violencia blanca.
Dr. Augusto Barcaglioni
[1] El proceso mayéutico constituye la esencia del aprendizaje constructivo, dado que quien enseña no violenta la mente y la sensibilidad con informaciones yuxtapuestas; por el contrario, genera en quien aprende un doble juego: por un lado, des-aprender los conceptos obsoletos y rígidos y, por otro, generar re-aprendizajes por vía consciente y autónoma que lo conduzcan a la íntima convicción de lo que aprende.