Desaciertos e incoherencias de la mentalidad argentina

 

Fundamento pedagógico de la idiosincrasia argentina

Detrás de lo que aparece y vivimos hoy en día en nuestro país, y viendo un poco más allá de la marginalidad y la pobreza, de la insatisfacción creciente de la gente, de la falta de oportunidades del recién graduado y del subempleo que de manera humillante vive el profesional, quizás debiéramos reflexionar en profundidad para comenzar a hacer y promover cambios reales y sin caer en la tentadora ficción.

Si a ello agregamos el impacto psico-social que provocan la corrupción de no pocos políticos, las paradojas de ciertos jueces sin rigor ni equidad, el hambre en medio de trigales y la presencia de médicos sin sensibilidad, de docentes sin plenitud ni alegría, de familias que no pueden tener la sensación del hogar cálido, podremos concluir que detrás de tantas otras contradicciones, se esconde la usina generadora de tales desaciertos e incoherencias: la mentalidad de los argentinos.

Cuando hablamos de la mentalidad argentina, nos referimos a una modalidad de pensar y hacer, cuyas consecuencias se manifiestan aún en los rincones más ocultos de nuestra vida cotidiana. Los argentinos aludimos a ella con cierta gracia, desdén e indiferencia y hasta llegamos al punto de aceptar con pasiva y enfermiza resignación el carácter negativo de una lógica que nos está cerrando el horizonte de la esperanza y del futuro. 

Como condimento adicional, somos eufóricos y agotamos demasiada energía en hablar mucho. Ello debe ser como resultado, tal vez, de ver todo claro y al mismo tiempo ser débiles de voluntad, configurando una mentalidad proclive a volar alto y caer, por cualquier detalle adverso, en el pesimismo, la apatía y la indolencia. Parecería que esta modalidad, propia del aturdimiento y opacidad mental del individuo que ignora su propia ignorancia, nos acerca sin darnos cuenta al perfil pedagógico de la estupidez.

Es así como esta idiosincrasia se expresa de manera paradojal y discontinua: si estamos mal, nos indignamos al principio hasta acostumbrarnos al fin; si estamos bien, generamos entusiasmos desmedidos; si nos ilusionamos con algún proyecto, prometemos lo imposible y terminamos por cumplir a medias e irresponsablemente, con el agregado de lamentos y culpas a terceros. Cuando los argentinos hacemos diagnósticos en lo social, político o cultural, parecemos expertos y quien escucha es probable que al cabo del tiempo compruebe que esa lucidez inicial no era más que una capacidad oratoria que ocultaba la improvisación, la resignación y la comodidad (o quizás la estupidez). 

Por todo ello, es necesario tomar conciencia de la forma como funciona nuestra mente a fin de desactivar un sistema de pensamiento que actúa y provoca, aún en los pequeños detalles, actitudes de irresponsabilidad, dejadez y resignación. El esfuerzo formativo que ello requiere, permitirá habilitar la mente y la voluntad para poder comprender, decidir y resolver los problemas sin apelar a la ilusión y a la casualidad, componentes evasivos que han alimentado una cultura de sustitución del esfuerzo tenaz e inteligente. 

Quizás así evitemos abandonar los proyectos cuando el camino se nos haga difícil y podremos avanzar sin pesimismo cuando en la mitad del trayecto aparezcan las dificultades. Entonces, la constancia y la perseverancia serán los sustitutos genuinos y oportunos de esa absurda propensión infantil que nos lleva a construir imágenes de grandeza y a prometer fantasiosamente lo que aparece como posible de hacer o realizar, pero sin llegar a concretar nunca nada.

Este proceso de sustitución de la estupidez por la inteligencia, por otra parte, no surgirá desde el voluntarismo político y hasta superficial de los supuestamente capaces e idóneos. Por el contrario, requiere, por la índole misma de la estupidez, educar y formar la inteligencia y la sensibilidad desde los detalles y circunstancias propias del seno de una familia y de una escuela comprometidas con los valores que se nutren en el ejemplo y en la honestidad del pensar y actuar.

Esta es la tarea creativa por excelencia que les cabe a los padres, educadores, dirigentes sociales, políticos, profesionales y a tantos otros que, por la índole de sus respectivas funciones, no deberían soslayar el esfuerzo cotidiano y perseverante para la construcción de una cultura signada por la coherencia, la dignidad y la reflexión inteligente y aguda.

Dr. Augusto Barcaglioni

Cognitio
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar