Si bien la filosofía aparece para un competitivo y oportunista del mercado como algo inútil, propio de los románticos, utópicos o delirantes, los hechos muestran que aquel que aprendió a ver y a pensar la vida con un sentido más profundo, está en condiciones más ventajosas aún para competir y aprovechar las oportunidades del campo práctico y “terrenal”. Pues quien sabe elegir no cae víctima del estrés y no se conforma con una actividad limitada por los horarios y abrumada por el apuro. Así, la filosofía le ayuda a lograr el sentido de lo que hace, el “para qué lo hace” y qué hacer con lo que obtiene de lo que hace de manera autónoma y creativa.
Recordando a Deleuze y Nietzsche, para quienes la tarea de la filosofía no es otra que combatir la estupidez, observamos que la fama del filósofo como un ser inútil e ineficaz, no es tal en el contexto de la incertidumbre, la alienación y la complejidad de nuestros días. Quienes se auto proclaman prácticos y realistas, reniegan del pensamiento filosófico porque son víctimas de un prejuicio que los llevó a ubicar el saber causal en meras teorías relegadas por la incapacidad de los filósofos diletantes.
En realidad, tal pragmatismo y prejuicio aniquilan la realidad primaria y esencial del ser humano: su capacidad crítica, su inteligencia autónoma y su creatividad. Porque la estupidez supone un estado mental de anestesia que coloca al sujeto en condición de objeto manipulable y propenso al diseño externo de las modas, los medios y la publicidad.
Y es en ese contexto donde la filosofía emerge como un saber reflexivo y como una acción concreta por parte de un sujeto que advierte en sí mismo su autonomía y sus posibilidades de evolucionar y ser más.
Para un pragmático, que busca la utilidad por sobre todas las cosas y la rentabilidad por sobre los afectos, ser más equivale a tener más posesiones tangibles, en desmedro del conocimiento que permite ser más y valer más por sí mismo y por los valores y capacidades que se poseen.
Quienes transitan su vida de manera mecánica y automatizada y consumen de manera casi compulsiva, llegan a la gran paradoja de no poder disfrutar por la sobre-carga a que lo somete una vida laboral que lo esclaviza y transforma en objeto manipulable. Quienes encuentran en la filosofía un saber que despliega una actitud evolutiva, disfrutan el placer de la autonomía de pensamiento y se inmunizan de todo intento de idiotización y manipulación.
A modo de referencia, podríamos establecer algunos puntos donde tener una actitud filosófica no implica ser inútil, sino vivir la vida de manera práctica, autónoma y feliz:
En primer lugar, la filosofía ayuda a pensar al sujeto de manera más sutil y a comprenderse a sí mismo y comprender a los demás a partir de un principio de tolerancia y sentido colaborativo. Lejos de estar aislado y en condiciones solitarias, la comprensión de la vida propia y ajena le permite vivir en constante comunicación, afecto y afabilidad.
En segundo lugar, hay que tener presente que toda comprensión filosófica, apoyada en el propio pensar y sentir, permite advertir que las cosas no son lo que parecen, que lo que se entiende como realidad se oculta bajo el llamativo y seductor ropaje de la apariencia sensible. Al romper el disfraz de la apariencia y de la fantasía mediante el ejercicio de su capacidad para pensar por sí mismo, puede razonar con mayor acierto, relacionando, analizando, estableciendo comparaciones y descubriendo similitudes y diferencias de manera creativa y sin estar sometido a pensamientos ajenos y seductores.
De esta manera, cuando el filósofo elige o toma decisiones, lo hace ejerciendo su capacidad reflexiva y sin caer en los arrebatos impulsivos instigados por las industrias del entretenimiento y de tecnologías al servicio de los estándares de velocidad. Lejos de estar aprisionado en el movimiento inercial del reloj, su lucidez mental lo ampara y aleja de las sombras de la masificación y de la despersonalización urgida por las modas y costumbres que incitan a un consumo de fantasías e ilusiones.
En virtud de su capacidad creativa y pensamiento autónomo, el filósofo actúa en un escenario mental con libreto propio. Con ello, queda libre de las condiciones que conducen a la satisfacción compulsiva del esclavo moderno, que no alcanza a vislumbrar los barrotes de su cárcel mental. De esta manera, accede a una vida auténtica, a un tiempo auténtico (M. Heidegger) en cuyo devenir puede rescatar su propia existencia de los condicionamientos de la superficialidad y de la manipulación sofisticada del intelecto.