La tramposa euforia de año nuevo

Las explosiones emocionales, correlato de los fuegos artificiales 

 El deseo de renovación que aflora en estos días en casi todos los habitantes del planeta, es honesto y sincero. Todos anhelan de verdad hacer un corte con lo viejo, con una vida rutinaria o aburrida y con algunos defectos o hábitos que complican los vínculos y relaciones cotidianas. Así, la gente en estas circunstancias vive la grata sensación de poder avizorar algunos cambios y de gozar por anticipado los incuestionables beneficios y resultados de una renovación, con la esperanza de que los cambios ocurran tal como se imaginan.

Este comienzo y anhelo ferviente no deja de ser un estímulo valioso para hacer posible la mejora de muchos aspectos relacionados con nuestra vida personal, familiar, laboral o social. Hasta aquí, todos coinciden en tener en su mente dicho objetivo o aspiración. Pasar de un año que termina a un año nuevo, vendría a ser una forma de superar lo viejo, con la esperanza de que algo nuevo se aproxima y generará placer, bienestar y alegría. Esto explica la euforia generalizada en casi todos los rincones del planeta. 
 
Sin embargo, tal coincidencia se va quebrando y apagando al poco tiempo: si bien algunos perseveran y llegan a cumplir el objetivo con eficacia, otros comienzan y luego interrumpen el camino iniciado y la mayoría ni siquiera lo inicia, manteniéndolo como imagen a lograr algún día indefinido. Si bien no tenemos estadísticas sobre tales conductas, es posible observar la propia estadística personal acerca de los objetivos que nos planteamos en años anteriores. Probablemente encontraremos que en muy pocas ocasiones hemos perseverado y logrado objetivos a conciencia. En tal sentido, será conveniente indagar y reflexionar sobre los mecanismos cognitivos que suelen intervenir en estos procesos tan conocidos de la vida personal. 
 
Cuando se desea un cambio, ello puede reflejar la existencia de un proyecto real o la ilusión de una renovación que nunca se concreta. Todo depende si hay un proyecto entre manos o la mente está embriagada con imágenes fantasiosas. Esto explica la serena alegría que surge en quien guarda en su corazón la permanencia de un proyecto, a diferencia de quien manifiesta emociones pasajeras propiciadas por la ilusión. 
 
Cuando no hay proyecto, en la mente se filtra la ilusión y la euforia se convierte en una explosión emocional alimentada por fuertes deseos. Si bien todo deseo se comporta como un ámbito de energía que todos construimos y nos permite iniciar y concretar un plan o lograr un objetivo, hay que tener en cuenta que entre el deseo y la concreción hay un tramo que necesariamente habrá que cubrir con voluntad, decisión y esfuerzo. Pero muchas veces ese tramo se cubre con una euforia tramposa y excesiva, que sustituye el esfuerzo y se comporta como una pantalla que simula la acción y el esfuerzo. Por eso, cuando hay euforia sin proyecto, ella se traduce en explosiones emocionales que guardan un exacto correlato con los fuegos artificiales de estos días: se encienden, son fugaces, atractivos y se apagan muy pronto. 
 
Esta euforia excesiva preanuncia la falta de cumplimiento del anhelo y hasta podría ocultar la ausencia de decisión y de esfuerzo para llegar a un objetivo. Por eso, y más allá del encuentro placentero de las familias y amigos, estas fiestas tienen un denominador común en quienes viven rutinariamente, dado en la manifestación de una euforia estrepitosa proveniente de la ilusión. En tal caso, es muy seguro que la euforia del nuevo año termine en rutina, dejadez y abandono de las iniciativas, en una relación directamente proporcional con su naturaleza ilusoria y su manifestación estrepitosa inicial. 
 
Pues el recurso de la euforia expresa esa enfermedad del vacío humano, al poner en el centro de los intereses del momento un simbolismo pasajero de cambio y prosperidad como si fuera una realidad estable. Que la euforia sea un símbolo del cambio deseado no significa que el cambio se realice, pues sería confundir el deseo de algo con su logro efectivo. Esta es la trampa de lo que sería el “espectáculo de la euforia”, una conducta explosiva que culmina en un espectáculo ingenuo y hasta con desbordes egocéntricos. Pues si bien es válido festejar con euforia, este símbolo comunitario debe ser una expresión moderada y serena de un cambio genuino a lograr dentro de sí mismo para luego compartir generosamente con los demás. 
 
Quien quiere cambiar y encarar nuevos proyectos, no espera el acontecimiento del nuevo año para sentir una fuerza y entusiasmo que deberían haber estado presentes mucho antes. Por eso, en los emprendedores se observa, también como denominador común, una cautelosa y prudente actitud que guarda y reserva la energía necesaria para decidir y llevar a cabo el proyecto deseado con discreto entusiasmo y solidaria alegría. 
 
Aquel que guarda un silencio productivo y piensa apaciblemente dentro de sí mismo, es muy seguro que promoverá verdaderos cambios sin esa necesidad de expresar una euforia desenfrenada que conduce a un aturdimiento que termina por anestesiar y debilitar la voluntad hasta reanimarla fugazmente con la euforia del año siguiente.
 
Dr. Augusto Barcaglioni
 
 
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar