No interesa la caída sino la capacidad para levantarse

Una “didáctica del tropiezo” para conocer la naturaleza del contratiempo

Proteger a un hijo no implica impedirle que tropiece​

Una de las características de nuestra cultura, que se manifiesta a lo largo de la vida de todo ser humano, es prevenir e impedir los tropiezos y las caídas, sobre todo cuando están en juego los propios hijos. Este es el comportamiento habitual por el que los padres, en general, viven pendientes y preocupados ante una posible caída o tropiezo de sus hijos, asimilándolo a la idea de fracaso, con la consiguiente angustia y dolor que quisieran evitarles con alta dosis de sobreprotección.

Se entiende por tropiezo o caída a una situación de equívoco, de error, de claudicación o debilidad que, por imprudencia o falta de reflexión, va a traer aparejados algunos problemas y secuelas negativas y desagradables. Por eso, muchos ven en las caídas y tropiezos una suerte de amenaza o impedimento que afecta y/o daña la calidad de vida de quien tuvo alguno de tales percances.

Esto explica la actitud inquieta de la mayoría de los padres, que piensa siempre en la forma de neutralizar antes o de anestesiar después el dolor provocado ante cualquier desatino sufrido por sus hijos. Teniendo en cuenta esto, trataremos de desmenuzar la situación y ver de un modo más creativo y menos alarmante una adversidad que encierra enseñanzas de gran riqueza pedagógica y formativa.

En realidad, se tropieza o sobreviene una caída por falta de experiencia, de ejercitación e, incluso, de conocimientos. Eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra expresa este concepto. Sin embargo, la mayoría de los padres cuando previene a sus hijos sobre los tropiezos y caídas a que pueden verse expuestos, seguramente está pensando en las complicaciones derivadas de la imprudencia cometida. Pues se temen más las consecuencias del tropiezo que el tropiezo mismo. Esto conduce a una actitud que encierra una aparente responsabilidad, que consiste en concentrar la preocupación en prevenir los efectos de la caída pero no la caída en sí. 

En términos de una prevención formativa, habrá que aludir a las causas de las posibles caídas y tropiezos y no quedarse inmovilizado en el dolor de sus consecuencias. Pensar en la caída en sí es pensar en las causas reales que conducen a la caída y en esto se piensa muy poco. Esto permitiría el acceso a un conocimiento que, al superar la periferia de los resultados dolorosos que podrían sobrevenir o que ya están presentes, coloca el centro de observación en las causas profundas del tropiezo sufrido o a sufrir.

En posesión de este conocimiento más real y menos superficial, quien padeció un hecho doloroso o adverso se asegura no volver a caer ni tropezar, dado que accedió a un aprendizaje causal. Esto es lo que habitualmente se denomina experiencia. Con lo cual, podríamos decir que la experiencia ayuda a evitar las caídas y tropiezos en virtud del conocimiento consciente y responsable de las propias fortalezas y debilidades.

De aquí resulta que no es lo mismo prevenir el tropiezo que impedirlo. Para prevenirlo, hay que tener acceso a los conocimientos y experiencias que aseguran no volver a caer ni tropezar. Para ello los padres deben superar la instancia de la periferia y la superficialidad, al estilo de “si haces tal cosa, te sucederá algo terrible” y entablar con sus hijos un proceso complejo de diálogo, de intercambio, de mucha paciencia e insistencia para una comprensión cabal y profunda de las propias limitaciones y aptitudes. Como dijimos, generalmente se opta por una burda simplificación que, a modo de advertencia acerca de las consecuencias negativas del error que pueda cometerse, no genera experiencia ni aprendizaje alguno. 

Hasta sería preferible que el niño y adolescente hagan la experiencia del tropiezo y, en algunos casos leves y con los debidos recaudos, aplicar una suerte de “didáctica del tropiezo” para que sepan y conozcan la génesis y la naturaleza del contratiempo. Se entiende, por supuesto, de un tropiezo seguido de aprendizaje, ya que sin éste habría riesgo y desamparo.

Por lo tanto, prevenir el tropiezo es educar desde una paternidad nutriente y, en los casos y circunstancias que lo ameriten, dejar que tanto el niño como el adolescente tropiecen y aprendan de tal percance. Si bien podría resultar polémico, el hacerlo con prudencia y discreción podrá asegurarles nuevos conocimientos que les han de permitir un paso firme y seguro para transitar en el futuro los inevitables caminos escarpados.

Por tal razón, impedir el tropiezo es anti-pedagógico y responde a una mentalidad asistencialista y a un paternalismo dañino y sobreprotector. Sustituir el proceso de la caída o del tropiezo es una forma sutil de asistencialismo, ya que inmoviliza el pensamiento y anula la confianza y la valoración de sí mismo que siempre otorgan la experiencia y la comprensión de los desaciertos. Evitar el tropiezo es, en realidad, dejar debilitado al que camina y convertirlo en dependiente y sumiso por falta de destreza para levantarse y para retomar el camino activo. 

Al pedagogo, como genuino educador, no le interesa el tropiezo ni la caída; ni tampoco la cantidad o gravedad de las mismas; le interesa la capacidad para levantarse, capacidad que, sin dudas, se adquiere con tropiezos y caídas. De allí la diferencia entre pretender educar con un criterio asistencialista enrolado en el educare conductista y educar como un pedagogo y educador nutriente que guarda la distancia prudencial para no asfixiar la capacidad creativa de quien se encuentra en situación de aprendizaje.

En este proceso consiste y se funda el verdadero respeto a la dignidad humana y a la propia identidad. Lejos de toda declamación, el educador debe resguardar y promover una acción formativa coherente sin imponer modelos que matan la creatividad y cercenan el talento. Es a través de la motivación intrínseca para aprender en cada situación y circunstancia hostil y dolorosa que suele presentarse en la vida, como el individuo podrá evitar la dependencia y el desamparo del asistencialismo paternalista.

Dr. Augusto Barcaglioni

 

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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar