Se perdió la alegría y la personalidad busca aprobación a costa del ridículo
Consta a la observación personal que la alegría es el indicador más evidente de una vida bien vivida. Cuando falta alegría, se desdibuja y opaca cualquier actividad, se pierde contacto con los demás y la ausencia de estímulo y motivación impide generar nuevos proyectos y aprendizajes. Por eso, y dado que tal carencia es un vacío que conduce a una pérdida gradual de energía, se la busca a toda costa y a cualquier precio.
Así, vemos que muchos llegan a "comprar" alegría a través del aturdimiento, de la frivolidad, del consumismo, de la ilusión o de los afectos forzados. De esta manera, presenciamos en la actualidad uno de los espectáculos más absurdos y lamentables del ser humano, que consiste en simular ser feliz y aparentar lo que no se es en realidad bajo la ilusión de ser aprobado y tenido en cuenta por los demás.
El absurdo concepto de alegría como un bien tangible, cuya posesión es posible lograr mediante contra-prestaciones de consumo en el nivel del status, del lucimiento personal y del intercambio de afectos cuasi fenicios, es un desvío que conlleva mayor confusión y angustia. En este sentido, la luz artificial ilusoriamente provista por esas alegrías que surgen de una frivolidad y banalidad al límite del ridículo y de la pérdida de la dignidad, es una evidente forma de oscuridad.
La avidez de ser aprobado y el riesgo de permanecer fuera de sí mismo para lograr a toda costa un imaginario lucimiento, vacía la vida, le quita sentido, alegría y bienestar. En tal estado, el objetivo de la vida se reduce a consumir compulsivamente aquellas cosas que generan la ilusión de ser más por el mero hecho de llamar la atención de los demás. Es tal su fuerza alienante que, con tal de ser percibido, el sujeto maltrata su intimidad aún bajo el costoso y degradante precio del ridículo y de la falta de dignidad.
Al ser sustituido por elementos y situaciones provenientes de un entorno seductor y atractivo que persigue el enaltecimiento egoísta de una personalidad vacía, el sujeto se convierte en uno más dentro del rebaño cerrado sostenido por la ilusión de ser lo que no se es. Al dejar de ser, y agotado el tiempo precario de la ilusión, sobreviene una decepción que incita al sujeto a nuevas búsquedas de alegrías artificiales en circuitos, muchas veces adictivos, que reiteran el vacío creciente de la insatisfacción crónica.
Por otra parte, una vida activa y consciente, que se interroga seriamente, que busca conocer y aprender más, que somete las apariencias a la prueba de la duda creativa, que se confronta a sí misma sin temor y que no se estanca en la rutina de las certezas, configura una vida alegre y saludable que llena de manera autónoma e inteligente sus propios vacíos. Por eso, recuperar la vida propia implica percibirse a sí mismo como fuerza constructiva en evolución para ser cada día más y acceder a sutiles comprensiones que permitan salir de la oscuridad mental y del vacío emocional.
Desde una visión filosófico-pedagógica, tal estado mental le permite al sujeto ejercer la titularidad de sí mismo, con capacidad para vivir de manera autónoma y sin quedar sometido a estereotipos inculcados por una educación alienante. La alegría genuina proviene de la confianza y del conocimiento de sí mismo y, desde este lugar central, el sujeto hace brotar de su propio interior una fuerza sin artificios para aprender sin miedo de los errores propios y ajenos. Es así como podrá ayudar a los demás con generosidad y sin ostentación y reconocer sus propias debilidades y deficiencias sin sentir menoscabo alguno.
Esto, por su parte, le permitirá experimentar íntimas emociones superiores y ejercer la capacidad para ubicarse y vincularse con sencillez, modestia y sin soberbia junto a quienes anhelan enriquecer el proceso de la propia superación personal y enaltecer su existencia sin desvirtuarse a sí mismo. En todo esto radica la gran diferencia entre la alegría aparente y forzada, que hace al sujeto prisionero de las apariencias de la vanidad y de la contaminación de la soberbia, y la alegría fresca, apacible y generosa, que emerge de manera sencilla y espontánea a través de un pensar y un sentir alimentados por la lucidez, la autonomía y la transparencia de la propia conciencia.
Dr. Augusto Barcaglioni
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