Los jóvenes no escuchan, simplemente observan a los adultos

Un  análisis pedagógico de la incoherencia 

A simple vista, y sin profundizar demasiado el tema, muchos consideran que la mayoría de los padres están convencidos de que sus hijos actúan por rebeldía y cierto desdén. Ello responde a la tan mentada queja acerca de que los adolescentes no escuchan a sus mayores. Esto es verdad; los adolescentes y jóvenes no escuchan a sus mayores. Pero lo que éstos no saben, o saben a medias, es que aquéllos los miran con mucha atención, al punto de no perder el más insignificante de los detalles. 

Y qué miran los jóvenes en sus padres y docentes?; ¿qué les llama la atención?

Miran dos cosas: cómo viven, piensan y actúan y si guardan cierta coherencia entre lo que dicen y lo que piensan y hacen. 

La mayor de las ingenuidades de cualquier padre o docente frente a sus hijos o alumnos, según los casos, es la de tener la seguridad de ser escuchados y en ese convencimiento reposa la ilusión y la creencia de que así cumplen con su rol educador. Nadie escucha si al mismo tiempo no mira la manera de pensar y actuar de quien habla. De acuerdo con el resultado de esa ecuación entre el pensar, el hacer y el decir, quien habla podrá encontrar, o perder, el aval de su interlocutor acerca de lo que dice. 

Esto podría implicar que muchas veces el consejo que se brinda termina siendo un acto henchido de presunción e ingenuidad; pues se presume que dando consejos o haciendo advertencias, seguramente cambiará la actitud y la conducta de quien escucha. A todo esto, el que escucha mira y observa a quien habla y al mismo tiempo trata de correlacionar lo que dice con su conducta.

Si la correlación es negativa, es preferible no haber hablado. Cuando el adulto deja al descubierto su incoherencia, quienes escuchan no aceptan semejante fisura o doblez, puesta en evidencia cuando el actuar y el hablar no guardan ni devienen de una cohesión con el modo de ser y de pensar. Esto en razón de que la secuencia que se origina primero en el modo de ser y pensar de una persona prosigue luego en su actuar y culmina en su decir.

Según dicha secuencia guarde consistencia y se mantenga transparente, es lo que determinará el respeto para quien trata de ser escuchado. En términos pedagógicos, y sin entrar en el análisis filosófico del comportamiento y del lenguaje, nuestro obrar y hablar dependen de nuestro modo de ser y de pensar.

Salvo que simulemos, siempre actuamos y hablamos tal como somos y pensamos. Por eso, los casos de simulación en el obrar y en el decir reflejan una escisión que oculta el verdadero modo de pensar y, aunque algunas veces pase desapercibida, dicha doblez es captada por quien observa con frecuencia los movimientos mentales, las actitudes y la conducta del incoherente. 

Es por ello que quien llega a tal escisión, cuando se enfrenta al mundo y se comunica con los demás, cae en la ingenuidad de creer que con sólo hablar para ser escuchado, ello será suficiente y no le exigirá esfuerzo ni cambio alguno. Pero el hacer, expresado en la conducta y el ejemplo, conforma la imagen cuya fuerza viene a ser el grito que impide escuchar lo que se dice. Ese grito contundente, expresado en lo que el niño, adolescente y joven miran y observan en la conducta y en el ejemplo de sus padres y educadores, impide escuchar los susurros debilitados por la incoherencia entre el decir y el hacer. 

Grandes avances podrán hacer los padres y educadores con los jóvenes si, por lo menos, aquéllos comienzan a advertir que, lejos de ser escuchados, en realidad son observados. “No me escuchan, me observan” sería la síntesis elocuente cuya práctica permitiría generar vínculos y relaciones sinceras y desprovistas del germen de una incoherencia que termina en la sospecha y convierte a la convivencia social en un lugar de incomodidad y desconfianza.

Esta es la premisa pedagógica fundamental para que, tanto los educadores, como los profesionales, empresarios, líderes sociales y políticos comiencen a aportar con su coherencia y solidez en el pensar y actuar las bases firmes para que el edificio moral y social se fortalezca y haga posible el anhelo colectivo del bien común.

Dr. Augusto Barcaglioni

Cognitio
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar