Primera parte
Se observa con frecuencia que quienes dicen vivir en el límite son considerados como personas activas que no pueden parar ni detener el proceso febril de su propia actividad. También se observa que quienes viven en el límite lo manifiestan con cierta jactancia, como si estuviesen dotados de una gran fuerza de voluntad y capacidad para hacer. Tal jactancia se manifiesta en expresiones tales como “no puedo parar”, “soy un adicto al trabajo”, “estoy a mil”, “mi agenda está colapsada”.
Cabría preguntarse por qué se ostenta como cualidad o como algo neutro a tales expresiones, cuando en realidad están indicando todo lo opuesto, ya que vivir en el límite no es una cualidad ni tampoco algo neutro y sin consecuencias. Trataremos de mostrar aquí que tales expresiones, lejos de responder a una cualidad personal, más bien ponen en evidencia que el sujeto vive un estado de aceleración y agitación que no le permiten disponer de su tiempo con razonable equilibrio.
Así, se observa que todo se realiza bajo la ecuación estímulo-respuesta, tendiente a mecanizar la vida y acercarla a los parámetros de velocidad, apuro y agitación.
Estar muy ocupado no es trabajar a conciencia sino responder de manera automatizada a las rutinas habituales. De allí que la pérdida del disfrute por la agitación inherente a la acción en la tarea que se realiza, impide la reflexión, por lo que la mente deja de pensar con aplomo y serenidad.
Asimismo, vivir en el límite podría encubrir el desdén por la reflexión y en ciertos casos constituiría un recurso inconsciente para no pensar ni ocupar el tiempo de manera más creativa e innovadora. Ello evitaría el compromiso con procesos nuevos de mejor calidad en la respuesta, al modo de “no puedo mejorar los procesos porque estoy muy ocupado”.
Esta dispensa ficticia de la mente ocupada sería para el sujeto una suerte de “negocio”, porque imagina que le ofrece “ventajas”, siendo una ellas la “ventaja de no cambiar todavía”. Es la ventaja imaginaria de que por falta de tiempo y por razones justificadas no se puede asumir todavía el cambio de algunas modalidades negativas, ni encarar nuevos proyectos, ni hacer esfuerzos adicionales respecto de cuestiones importantes que tienen incidencia en lo laboral, familiar o personal o de cuestiones de la vida práctica relacionadas con pequeños cambios como el tiempo de esparcimiento, ejercitar la vida social, encarar una dieta o cuidar la salud.
Vivir en el límite implica no disponer de suficiente tiempo y si se tiene poco tiempo significa que la vida está ocupada en algo útil. Con este argumento falaz, la mente nos hace trampas para dilatar nuestros proyectos y eludir sin culpas ni reproches el esfuerzo del cambio que desearíamos hacer en el plano ideal.
(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los
temas más sensibles y críticos)