Hoy lunes, empieza la semana laboral y, según los modelos de pensamiento que gobiernan la mente de quienes tienen que cumplir horarios y realizar las tareas de siempre, algunos sentirán que van a trabajar y otros que van a estar ocupados. No es lo mismo trabajar que estar ocupado y de la comprensión de esta diferencia depende que cada día de la semana transcurra en medio de satisfacciones o de insatisfacciones y quejas.
El trabajo constituye una suerte de juego adulto que ennoblece y alegra la vida humana y le permite acceder a planos de mayor autonomía y libertad. Tal sensación incide favorablemente en un despertar creativo hacia nuevos proyectos. Esto lo puede hacer quien siente que trabaja con la plena consciencia de desplegar lo mejor de sí mismo en aquellas cosas que sabe y le gusta hacer. Como una primera aproximación al sentido del trabajo, diríamos que tiene que ver con lo que hacemos y queremos hacer porque nos gusta y otorga placer; por lo tanto no nos fatiga ni nos lleva al hastío. Se trata, en este caso, del trabajo bien hecho y realizado en un clima grato que nos impulsa a ser cada vez mejores en aquello para lo cual sentimos que estamos preparados y tenemos vocación.
Estar ocupados, por el contrario, implica un desgaste de energías porque no nos agrada lo que hacemos o no nos sentimos capacitados en lo que hacemos. El rutinario es quien padece una monotonía que lo lleva a la insatisfacción por lo que hace porque siente que su creatividad y talento se están desperdiciando en cada momento a través del correr aburrido de todos los días. Por eso el rutinario, sea cual fuere su tarea en la empresa u organización en que actúa, sea directivo, jefe o subordinado, siempre tendrá la sensación de que su lugar de trabajo es una cárcel mental que le impide ser autónomo y desplegar su vida con libertad y satisfacción.
Para saber si trabajamos o estamos ocupados, bastaría hacernos algunas preguntas y reflexionar sobre el contenido de las respuestas que surjan dentro nuestro:
¿El trabajo resulta ser en nuestra vida una carga inevitable que hay que llevar?
¿Sentimos el trabajo como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento?
¿El trabajo resulta insoportable y no despierta interés ni motivación?
¿Cuándo trabajamos sentimos que desplegamos nuestro talento y capacidad?
¿Sentimos el trabajo como un encierro sin futuro?
Tales preguntas apelan a nuestros paradigmas y modelos mentales adquiridos a lo largo de la vida. Y deberían llevarnos a buscar una manera de salir de nuestra propia cárcel mental rompiendo los barrotes de la rutina a través de herramientas que debemos adquirir con un mayor conocimiento y confianza en nosotros mismos. Esta sería una manera creativa de poder desplegar nuestras capacidades y talento con verdadera motivación. Por eso, el rutinario encierra su talento en la cárcel de la repetición monótona por no haber podido descubrir dentro de sí mismo esas posibilidades.
La rutina es un virus mental que contagia y afecta tanto a quienes conducen y ostentan grandes cargos y funciones como a quienes operan con tareas sencillas. La rutina no surge de lo que se hace sino del cómo se lo hace. Un colector de residuos, un cartonero o un albañil pueden sentir el placer de que lo que hacen tiene relación con el bienestar de la comunidad o con el edificio imponente que surgirá poco a poco. Conscientes de que no deben consentir la explotación de su dignidad, es muy probable que lleguen a una auto-realización y alegría que quizás el profesional ambicioso no puede lograr con su frivolidad.
Dr. Augusto Barcaglioni
(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los
temas más sensibles y críticos)