Padres ingenuos frente a las travesuras de sus hijos

Adultos que rigen su vida con el modelo permisivo paterno

En general, se suele atribuir a los errores y a los descuidos de la educación recibida en la infancia algunas conductas y comportamientos que el adulto adopta al margen de los criterios éticos y de solidaridad.

La deficiente atención de los padres, la ausencia de ejemplaridad, la autoridad sin equilibrio, las amistades y un cúmulo de circunstancias ambientales adversas son factores que inevitablemente inciden en los comienzos del desarrollo ético del niño.

Del amplio repertorio de factores condicionantes, es conveniente y oportuno advertir los casos donde, si bien hubo una mínima presencia paterna, el descuido involuntario y la permisividad afectaron y resultaron insuficientes para lograr los fines formativos del niño y adolescente.

Estos casos (a diferencia de los casos severos, derivados de la desprotección y del abandono extremo) por ser aparentemente inofensivos, no son tenidos en cuenta por la mayoría de los padres y educadores. La perniciosa ingenuidad de los padres frente a las travesuras de los pequeños tiene sus consecuencias formativas adversas y puede perjudicar el desarrollo moral del niño.

La llamativa frescura con que el niño de corta edad elabora una inocente y ocurrente mentira para ocultar algo, activa en la mayoría de los padres un sentimiento con rasgos aprobatorios y hasta festivos. La reiteración de tal situación podría ir generando en aquél, transcurrido el tiempo, el hábito de ocultar los hechos y disfrazarlos con mentiras, con las consiguientes dificultades potenciales e imprevisibles que ello pueda encerrar.

Sin pretender exagerar, podríamos decir que, en cierto modo, la deshonestidad se podría originar en la infancia por esa ingenuidad y descuido de los padres. Al excederse en los halagos, al festejar y consentir actitudes confusas o al ser permisivos a ultranza, alimentarán en los hijos una serie de imágenes proclives a la laxitud del pensar y actuar y/o a la indiferencia ante determinados valores.

La falta de advertencia y el descuido conduce a muchos padres a justificar o dejar pasar comportamientos que, a pesar de aparecer inofensivos, no dejan de provocar debilitamientos y confusiones que pueden terminar en una anarquía interna en el niño. Es así como, ya desde ese  estado prematuro, el niño experimenta la confusión que originan los halagos fuera de lugar.

Al respecto, podríamos advertir abundantes ejemplos de la vida cotidiana que explican, pasado un cierto tiempo, la deshonestidad ulterior de algunos adultos. Basta hacer el recorrido del trayecto cognitivo y psico-emocional desde la infancia para advertir la influencia y el desacierto de algunos padres en el proceso formativo de sus hijos:

  • Las ocurrencias y las picardías del niño para ocultar un episodio que lo comprometería, despiertan en los padres un caudal de simpatías, y hasta de admiración, por la vivacidad y la supuesta inteligencia desplegada para evadir las consecuencias de un hecho.
  • Dicho descuido da por válidas ciertas mentiras y actitudes de engaño como recursos para eludir los problemas o salir airosos de situaciones complicadas.
  • La complicidad de los padres para evitar con argucias el esfuerzo de enfrentar obligaciones y exigencias, lejos de ayudar a sus hijos, les genera el hábito del camino fácil, de la irresponsabilidad y del incumplimiento.
  • La excesiva indulgencia y permisividad es un descuido que los padres no advierten ni consideran grave, al punto de no medir las consecuencias que traen aparejadas para el desenvolvimiento de la vida adulta.
  • Las inocentes artimañas del niño para simular ante los demás estados o virtudes que no tiene, es una ocurrencia llena de innovación que los padres dejan pasar sin cuestionamiento alguno. Ello podría promover en la adultez actitudes de engaño y simulación y la tendencia a mostrar una vida aparente y ficticia.

En ninguno de esos casos, lo padres logran advertir en sus propios hijos el impacto negativo que trae aparejado el descuido y la indiferencia en los comportamientos y en las conductas aparentemente inofensivas. En tal sentido, la experiencia universal nos permite observar que el adulto que rige su vida con el modelo permisivo paterno, en cierta manera mantiene intactas las imágenes vividas por el consentimiento y la aprobación complaciente de los padres.

Sin dejar de advertir los alcances polémicos de nuestra hipótesis, podríamos plantear que es muy probable que el amplio espectro de las disfuncionalidades de ciertas conductas que se mantienen al margen de los criterios éticos, se originaron y fueron gestando en la infancia de manera gradual e imperceptible por ingenuidad, descuido o indiferencia de los  mismos padres.

Salvo las enmiendas y las correcciones a tiempo, cualquier niño que no vivió los cuidados y el amparo de sus padres, podría correr el riesgo de ser en su adultez un individuo cuya conducta y valores respondan y estén regidos por los modelos mentales provenientes de la transigencia y la tolerancia excesiva.

Ello tiene un fundamento cognitivo y pedagógico, dado que es inevitable que el individuo mantendrá intacto el recuerdo del consentimiento y de la aprobación paterna recibidos en su infancia, sobre todo cuando se justificaron comportamientos y actitudes que despertaron simpatías en los adultos.

En tales casos, es muy probable que preanuncien tendencias reñidas con los principios éticos básicos e impidan, ya desde la misma infancia y adolescencia, conducir la vida con la íntima convicción de los valores que la deben regir y orientar.

Por eso, frente a los riesgos que surgen de una infancia descuidada, los padres y educadores deben retomar con seriedad, responsabilidad y firmeza, la iniciativa y el compromiso de orientar la mente y la sensibilidad de niños y adolescentes para inducirlos a vivir y actuar con autonomía y con la íntima convicción y confianza de que ser honesto por temor o por conveniencia, en realidad no es ser honesto.

Dicho compromiso debe tener un sentido nutriente y nunca autoritario o demagógico. Ello permitirá revertir la irresponsable alegría festiva y promover, cada día y en toda ocasión, el consejo cálido y afectuoso de padres emocionalmente equilibrados para orientar a sus hijos ante hechos y actitudes que, aunque leves, poseen un gran  impacto para el futuro moral de los mismos.

Dr. Augusto Barcaglioni

Cognitio
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar