Vivir la vida en plenitud implica renovarse con nuevos aprendizajes
Para Aristóteles, la esencia de la vida está constituida por el movimiento, definiéndola como la sustancia a la que le compete moverse por sí misma. En tal sentido, no se trata de cualquier movimiento, sino del movimiento autónomo, inherente a los variados procesos de variación y cambio propios de los seres vivientes. Esta propiedad se diferencia y opone al movimiento inercial, que resiste la variación para mantener el reposo.
En consecuencia, la vida constituye una fuerza de carácter constructivo que, para llevar a cabo el proceso de la misma, va incorporando nuevos elementos que generan instancias y procesos de superación respecto del estado anterior. Esto configura y explica la dinámica evolutiva de los seres vivientes. Por lo tanto, la tendencia al reposo y la resistencia al cambio son movimientos inerciales incompatibles con la vida.
La vida humana, por su parte, se rige por el mismo principio y está cimentada en la actividad y en el movimiento como sucesión de instantes en los que el sujeto va plasmando permanentemente su pensar y su voluntad de hacer. De allí que, aplicado a los diferentes planos en que la vida humana se manifiesta, la exigencia de renovación es ineludible y constituye un principio universal que rige los niveles bio-psíquico, mental y sensible del ser humano.
Aplicando estos principios al campo actitudinal y del comportamiento, surge que la decisión de cambiar es una forma de renovarse y de empezar nuevos ciclos superadores, lo que exige una revisión de los modelos mentales con que se vivió la vida rutinaria anterior. Ello supone replantear, a través de nuevos aprendizajes, el modo de pensar, de vivir y de relacionarse, tal como lo sugiere todo proceso de renovación.
Esta voluntad de renovación debe estar cimentada por el anhelo de superación del sujeto y exige una serie de condiciones a tener en cuenta para no malograrlo. Así, la capacidad para empezar de nuevo ante ciertos fracasos y dificultades es posible ejercerla si se lleva a cabo acorde con el movimiento de la vida que, como dijimos, reclama una visión de superación. En individuos que no han aprendido a ver la vida como actividad y movimiento, los errores y actos fallidos se convierten en fracaso, desaliento y frustración, mientras que aquéllos son oportunidades de aprendizaje para quienes anhelan superarse y ser más.
En rigor, siempre estamos empezando a vivir nuevos instantes y no todos están dispuestos a renovar la vida para que la misma sea comprendida con la espontaneidad inherente a cada instante. Por eso, se hace difícil empezar de nuevo.
Esto ocurre porque, en contraposición a esa sucesión de movimiento y actividad creativa, se ha concebido la vida desde un tiempo cronológico, como sucesión lineal y sumatoria cronológica de días, meses y años. En esta visión inauténtica de la vida y del tiempo (M.Heidegger, 1889-1976) todo transcurre en una monotonía incompatible con la conciencia creativa del devenir de un tiempo trascendente.
Por eso, quien comprende y vive su vida como actividad y movimiento, siempre podrá ejercer el arte de empezar de nuevo. En esa sucesión de instantes desplegada conscientemente en el trayecto de la vida, se encuentra el concepto oculto de la juventud, la cual es un estado mental que impulsa a comenzar siempre y a ver en cada situación el desafío de nuevos aprendizajes.
En rigor, y considerando el tiempo no sólo en su dimensión cronológica, sino también en un marco trascendente, vivir la vida en plenitud exige aprendizajes adaptativos y abiertos que permitan vivir con intensidad los instantes y momentos de la vida a través de una constante renovación del pensar y del sentir. Esto permitirá generar y restablecer el impulso creativo de la vida cotidiana desde una dimensión que permita encontrar el sentido trascendente de lo que se piensa, se hace y se aprende.
Dr. Augusto Barcaglioni