Los contenidos de la mente

Impacto de los pensamientos e imágenes en la vida cotidiana 

Los enfoques cognitivos establecieron, ya desde la antigüedad, que la conducta humana depende de la representación mental que el sujeto construye para llevar a cabo un proyecto o definir el sentido de sus actos y comportamientos y de lo que aspira en la vida. En tal sentido, la experiencia cognitiva nos indica que el contenido de la mente define el contenido de la vida, dado que éste depende de lo que elaboramos y concebimos internamente.

De allí que dicha representación actúa como elemento previo e insoslayable en todo el abanico del comportamiento humano, sea en aspectos relacionados con cualidades y virtudes como con disfunciones o defectos. Surge, entonces, que la actividad del ser humano procede de las imágenes y pensamientos que va construyendo, siendo éstos el elemento causal del amplio espectro comportamental. 

Sin embargo, este orden de precedencia y de procedencia cognitiva no es advertido por la mayoría de las personas, dado que no todos son conscientes de que el pensamiento causa y condiciona la conducta del sujeto que actúa. Quienes ignoran dicha relación causal, en realidad no se conocen a sí mismos ni pueden lograr el dominio de sus acciones y comportamientos, interpretados muchas veces como productos del azar o de la ecuación mecánica del estímulo-respuesta. 

Muchos creen ilusoriamente que el conocimiento de sí mismo consiste en el conocimiento del repertorio de conductas y comportamientos que habitualmente utilizan para vivir y actuar, sin advertir que dicho repertorio se mantiene en la periferia de la vida. 

De allí la importancia de que el sujeto conozca los contenidos de su mente como base del dominio personal y de la comprensión del amplio abanico de las conductas provenientes de la toma de decisiones. Ello le permitiría ser consciente de una relación dinámica para comprender y acercarse al universo de lo que piensa, hace, realiza u omite en la actividad cotidiana que lleva a cabo en el transcurso de su vida.

Veamos cómo funciona tal relación tomando como referencia algunos comportamientos disfuncionales que provienen de la falta de conciencia del sujeto, de sus condicionamientos y de las situaciones adversas que intervinieron en el historial psico-emocional a lo largo de su vida: 

Quienes durante su niñez fueron censurados sin recibir explicaciones por parte de padres y docentes, tal omisión condiciona un modo de actuar y de pensarse a sí mismos acorde con la descalificación recibida. El impacto adverso recibido se transforma y actúa como contenido mental y requiere un trabajo pedagógico que permita el cambio o la reversión del mismo por parte de quienes todavía creen en su incapacidad y la aceptan con sumisión.

La conducta del pesimista, que da por hecho la pérdida de las condiciones que podrían favorecer una determinada decisión, proviene de un pensamiento o representación mental ensombrecida y fija que se mantiene incorporada a su vida personal. En tal caso, el pesimista debería advertir la relación causal existente entre esas imágenes y pensamientos adquiridos e inculcados y las actitudes y comportamientos de naturaleza adversa.

La conducta de la persona simuladora, que necesita ofrecer cualidades aparentes sobre sí mismo, se gesta a instancias de pensamientos e imágenes mentales relacionadas con el vacío personal y con las carencias que incitan al propio sujeto a mostrar lo que no es.

La conducta del necio, al pretender imponer un criterio erróneo y sostener ciegamente lo que presume que sabe, surge y proviene de la rigidez de las imágenes que no le permiten abrirse con flexibilidad a la búsqueda de nuevas alternativas.

La conducta del indeciso, que se ve impedido de elegir con soltura y autonomía entre varias posibilidades, es un efecto que surge de un exceso analítico que le presenta imágenes mentales simultáneamente viables pero no simultáneamente realizables que inducen a la confusión y al desatino.

Las conductas del impaciente y del intolerante son efectos de representaciones mentales inducidas, en el primer caso, por imágenes de apuro y, en el segundo caso, por imágenes que tienden a la nivelación, a la uniformidad y a la manipulación del pensar y sentir ajenos. 

Frente a tales modos de actuar, y a los efectos de revertir, modificar o superar los comportamientos disfuncionales, el sujeto debe conocer los pensamientos e imágenes que influencian su vida y dominan su mente. Todo cambio que se intente desde el nivel periférico de la conducta es insuficiente y no apunta a la raíz causal de donde proceden dichas disfuncionalidades. Sería una ilusión equivalente a la del alcohólico, que cree superar su adicción por el solo hecho de no adquirir alcohol, cuando en realidad no pudo revertir ni superar la imagen y la representación mental del impulso a consumirlo. 

Como se podrá observar, las imágenes mentales definen y deciden lo que vamos a realizar y vivir en cada momento, lo cual exige dominar y gobernar la propia mente. De allí el valor pedagógico de indagar y evaluar los contenidos de la mente y de las representaciones mentales que cada uno posee y que confieren a cada individuo sus rasgos, su idiosincrasia y sus características.

Tal situación convierte en más evidente la necesidad de adquirir una conciencia creciente acerca del valor de precedencia que los pensamientos y representaciones mentales tienen respecto de la conducta y el comportamiento. Ello supondría un cambio radical de las estrategias pedagógicas, tanto en el plano familiar, como social y escolar, sintetizado en un nuevo paradigma y modelo mental pivotado en el desarrollo del intelecto por parte de quienes anhelan ejercer el arte de educar.

Dr. Augusto Barcaglioni

 
Cognitio
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar