El temple humano se crea y se perfecciona
Cuando la falta de confianza en sí mismo se apodera de la mente del sujeto, éste deja de tener una mirada alentadora de su propia vida. El horizonte de la esperanza se cierra, “vive al día”, le teme al futuro, suprime la confianza en los demás y aniquila las posibilidades de cualquier proyecto de crecimiento. Es la manera de morir lentamente en el pesimismo y en la oscuridad de una mente que no encuentra estímulos ni alicientes para nuevos proyectos.
Al perder el sentido de la vida, todo lo que se hace se realiza rutinariamente y sin la energía creativa que generan los vínculos solidarios. Y ante la falta de alegría, aparece la búsqueda compulsiva de satisfacciones a cualquier precio para salir engañosamente del infierno de un tiempo que cada vez se hace más insoportable.
Este encadenamiento secuencial de estados anímicos no es una descripción exagerada de lo que realmente sucede en una vida sin horizontes y sin confianza en la propia capacidad. Consciente o inconscientemente, todo individuo siente ese hartazgo cuando no valora o desconoce su talento o no encuentra el estímulo que le podría dar confianza y seguridad en los diversos campos en que desearía actuar con solvencia e idoneidad.
Por eso, busca esa confianza y seguridad en la anestesia de la frivolidad o en un socorro ajeno que lo debilita cada vez más. Sería una mente anémica que aspira a una suerte de “subsidio” para soportar y sobrellevar el peso de una vida que no aprendió a ver ni a confiar en sus capacidades latentes y todavía ocultas.
La vida humana, como tal, reclama independencia y autonomía y siente denigración ante la dependencia y la sumisión. El creciente estado de pasividad que afecta la inteligencia de los jóvenes les impide comprender y pensar con confianza en cada situación donde imperan los problemas y las dificultades. Se advierte un “destemple” cognitivo y un debilitamiento con efectos disfuncionales que afectan el estado de ánimo y la capacidad para enfrentar las situaciones difíciles en cualquiera de los diversos campos en que se despliega la vida.
Tanto los padres como los docentes deberían pivotar sus respectivos objetivos educativos en base a los elementos empíricos mencionados. De ello podría surgir un programa formativo tendiente a afianzar un verdadero y genuino desarrollo personal y no tanto un programa de desarrollo de contenidos escolares.
Por otra parte, los actuales escenarios mundiales exhiben una crisis que afecta el modo de pensar y vivir de la sociedad actual. Si bien es una crisis que convive con los promisorios adelantos científico-tecnológicos y con un cambio en las expectativas en la calidad de vida, la crisis y la pérdida gradual de los valores esenciales del ser humano hacen prevalecer y terminan por instalar meros enunciados acerca de expectativas y promesas ilusorias, en detrimento de los cambios reales y concretos que necesita el desarrollo individual y social.
Teniendo en cuenta que el temple humano se crea y se perfecciona en base al talento y a la capacidad individual, las indicaciones pedagógicas dirigidas a la familia y a la escuela deben partir del convencimiento de que educar no es informar ni instruir con contenidos estáticos. Para ello, la meta prioritaria debe estar puesta en la ampliación de la confianza en el propio talento y en la creación de nuevas capacidades que permitan a los niños, adolescentes y jóvenes preparar la propia vida para actuar con autonomía de pensamiento, responsabilidad frente a los demás y confianza en sí mismos.
Ello implica que tanto los padres como los docentes deberían ayudar a desarrollar y promover actitudes, valores y las competencias humanas y profesionales, según los casos, que les permitan el desarrollo y la evolución de quienes reclaman saber para crecer, conocer para actuar, comprender la vida para ser feliz y pensar para decidir.
De esta manera, desaparecerían gradualmente la tan conocida crisis de valores y la obsolescencia educativa que cada vez se acrecienta. Pero ello exige de manera insoslayable que los educadores respondan con creatividad a los nuevos desafíos y dejen de estar adaptados pasivamente al rigor de las normas y procedimientos rutinarios.
Alejados de todo sometimiento mental, podrán ayudar a cada estudiante a ampliar la confianza en sí mismo y a fortalecer en ellos la autoestima y el talento. Es así como cada educador se convertiría, desde su modesto, desinteresado y silencioso lugar, en verdadero instrumento de reversión de la crisis de valores y en un pilar insustituible y generoso para la construcción del bien común y el acceso a la felicidad y al perfeccionamiento del ser humano.
Dr. Augusto Barcaglioni