Si cuando hablamos de educación estamos pensando en la acepción educare, probablemente pensaremos que la herramienta para educar es el contenido y la información. Pero, según dijimos en una nota anterior, esta acepción es insuficiente, ya que coloca al docente en una situación de proveedor de datos e informaciones y fomenta la pasividad mental por ausencia de hipótesis. En la acepción EDUCERE, por el contrario, debemos pensar en herramientas centradas en el sujeto.
Para responder a tal acepción, debe utilizarse un herramental activo de naturaleza cognitivo-funcional, cuya finalidad consiste en extraer las habilidades y capacidades que potencialmente posee todo individuo en situación de aprendizaje. Lejos de constituir un repertorio sofisticado, las herramientas para aplicar y promover el EDUCERE son sencillas y de aplicación inmediata. Se requiere amplitud mental para percibir la realidad, idiosincrasia, necesidades y preferencias individuales y grupales.
De ello surge que para conocer la herramienta didáctica adecuada primero hay que conocer a quién hay que educar. A partir de este conocimiento básico y esencial, eminentemente empírico y que no se adscribe a nomenclaturas cuya teorización aleja al docente de la realidad viva del grupo, aquél podrá adecuar medios y estrategias que emergen de la vinculación y comunicación interpersonal. Obviar esta condición inexcusable, aleja toda posibilidad de generar un proceso constructivo y creativo frente a los alumnos y hasta genera en ellos fuertes resistencias para aprender. Quizás aquí, y en ciertos casos y circunstancias, aparezca el germen de la tan mentada violencia escolar o de la indisciplina, desinterés o indiferencia de quienes no encuentran estímulos ni incentivos para aprender.
Cualquier docente preguntará, entonces, qué debe hacer y cuáles son las herramientas a utilizar. Cumplida la condición antedicha (que requiere un tratamiento por separado, más profundo y meticuloso, dado que su complejidad involucra aspectos relacionados con el estado psico-emocional y cognitivo del docente), se podrá allanar el camino que permitiría utilizar herramientas orientadas a la generación de un proceso de aprendizaje creativo. A partir de allí, todo docente, con costo cero y sin erogación alguna, podrá utilizar un herramental sencillo pero activo.
El sentido común indica que este proceso no se podría realizar sin la motivación e interés de quien aprende, por lo que el trabajo didáctico deberá presentar hipótesis, situaciones conflictivas y estar encauzado al proceso creativo del grupo mediante tareas que inciten la búsqueda permanente de nuevas hipótesis. La formulación de preguntas previo al desarrollo temático, la presentación de situaciones polémicas, la confrontación de hipótesis, la simulación analógica, la construcción de escenarios alternativos, requieren un juego creativo que permita al grupo dinamizar su estado mental y orientarlo a un aprendizaje efectivo. El resultado de este proceso mayéutico inherente al EDUCERE, será la íntima convicción del alumno acerca del contenido de aprendizaje.
Si bien en su enunciado parecería una obviedad fácilmente entendible por cualquier persona, su ejecución y dominio apelan necesariamente a la creatividad del docente, a la flexibilidad de pensamiento, a su capacidad e idoneidad en el área de su especialización. Muchos docentes, pertrechados de un repertorio de técnicas cono las señaladas no logran, sin embargo, motivar al grupo para una tarea productiva ni extraer el talento individual. Ello ocurre porque le confieren a tales técnicas una finalidad en sí misma y despojadas de vitalidad, cuando éstas son simples medios cuyo valor potencial depende del conocimiento del grupo, de sus necesidades e intereses.
Dado que las técnicas deben adecuarse a la realidad viva del grupo, esta exigencia requiere del docente una actitud mental abierta, creatividad y dominio de situaciones imprevistas que el grupo pueda plantearle. Esta es la condición que permitirá a todo docente saber cómo debe actuar, qué debe hacer y qué debe evitar, sobre qué intereses focalizar su praxis didáctica, qué grado de voluntad para aprender tiene el grupo, qué significación tiene para la vida de cada uno el tema que se presenta y advertir, ante la falta de interés por aprender, nuevos caminos ad hoc.
Saber hacer esto define al verdadero pedagogo, al educador creativo e innovador. El resultado de esta función acelerativa y adaptativa permitirá a quien aprende responder a los cambios y fluctuaciones del entorno mediante el despliegue de su propio talento y sin vulnerar su identidad y dignidad personal.
Dr. Augusto Barcaglioni
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