¿De dónde proviene la corrupción?
Si bien la mayoría de las personas desaprueba y rechaza con decidida convicción cualquier indicio de corrupción, son muy pocos los que pueden vislumbrar por qué y cómo se origina. Ello se debe al hecho de no advertir que todo comportamiento vil tiene una suerte de "sede central" en el interior de la mente del propio sujeto.
Esto es importante tenerlo en cuenta, ya que muchas veces se atribuye a factores externos la causa de la corrupción. Por eso, generalmente se cree que la presencia o ausencia de control determina que la corrupción esté ausente o presente, según el caso.
Esto no es así, pues el control es un elemento externo que, si bien cumple una función de regulación extrínseca y de disuasión social por vía de premios y castigos, ello no dispensa ni desliga al corrupto la condición de tal.
Si bien la conducta externa y aparentemente correcta de un individuo corrupto puede estar regulada y "disfrazada" por el sistema de control imperante, la matriz del pensamiento ilícito, como tal, queda intacta. Aunque varíen las circunstancias de la corrupción por el control externo, la disposición mental del sujeto envilecido no logra, por ese solo hecho, su reversión, al punto de que resulta imprevisible y muy probable una ulterior manifestación de su deficiencia.
Cuando un individuo pone al descubierto su incoherencia, manifiesta una fisura o doblez que se pone en evidencia en comportamientos que no guardan cohesión con su modo de ser y de pensar. En esta matriz cognitiva precaria nace y se gesta la corrupción, cuyo impacto y envergadura irán adquiriendo distintos matices, grados y niveles de gravedad según los intereses e intenciones del corrupto.
En sentido ético, la corrupción es una escisión que oculta el verdadero modo de pensar y sentir, tal como se evidencia en los casos de simulación en el obrar y en el decir, presentando el disfraz de una conducta que, si bien busca la aprobación social, en realidad el propio sujeto queda inmerso en variadas formas de apariencia e hipocresía.
Como se podrá observar, el proceso que desencadena la corrupción nace en la propia mente del sujeto, conduciéndolo a una permanente oscilación entre la ética de la conveniencia y la ética del temor. En tal sentido, la conducta ética no se regirá por el principio de la íntima convicción, sino por cuestiones relacionadas con los intereses, temores y deficiencias del sujeto. Cuando esto ocurre, tales oscilaciones y escisiones tienen como correlato la pérdida de la integridad personal, manifestada en la mente vacía y en el corazón dividido del corrupto.
De allí que para superar y/o extirpar los procesos de corrupción desde su misma raíz mental, cognitiva y volitiva, habrá que promover valores orientados, fundamentalmente, a cultivar la coherencia interna del sujeto en todos los órdenes y planos de su vida. Este es un desafío pedagógico que no se adscribe a meros enunciados teóricos relacionados con la ética del deber ser, ni a prohibiciones, ni a controles estériles, ni a criterios punitivos.
Por el contrario, y sin soslayar los casos de gravedad y perjuicio social que demanda la aplicación urgente de tales criterios extrínsecos, la superación y eliminación real, y no aparente, de la corrupción exige un trabajo pedagógico de envergadura y profundidad. Tal abordaje permitirá mantener de manera continua el cumplimiento de un objetivo orientado a elevar las condiciones humanas en el amplio campo de los vínculos sociales.
Tal propósito será posible a través de una educación de la mente y de un despliegue honesto de la sensibilidad como vías de acceso a un enriquecimiento de la conciencia moral. Esta es la condición inexcusable para inducir, bajo los auspicios de la educación familiar y escolar, la conducta y el obrar de los individuos a una dimensión de compromiso con los valores superiores y solidarios que hacen a la dignidad del ser humano y al bienestar de la sociedad.
Dr. Augusto Barcaglioni