Cómo salir de las zonas áridas de la rutina y el vacío
Para lograr una referencia más precisa acerca de si ejercemos o no nuestra capacidad creativa en la vida cotidiana, debemos indagar y preguntarnos en qué estado mental nos encontramos. Seguramente podremos detectar e identificar un estado que muchas veces no se registra como adverso o negativo y que, para muchos, resultaría normal y hasta inofensivo. Se trata del aburrimiento, una palabra que no es para nada neutra sino, por el contrario, encierra el germen de la aridez de pensamiento y del vacío sensible de una persona.
La intensidad y frecuencia del aburrimiento no depende, como generalmente se acepta, de causas ambientales, sino del ambiente interno del propio sujeto que, vacío y sin aspiraciones, transita de manera automatizada los momentos del día. En ese estado, el aburrimiento, al imponerse en la vida como un hábito casi desapercibido por los demás, termina aniquilando la frescura de la creatividad y el talento. Podríamos decir que el aburrimiento vendría a ser el termómetro o indicador práctico para medir la creatividad y la motivación personal.
El aburrimiento se impone cuando no hay alegría y cuando, por falta de estímulos, se perdió el entusiasmo y los motivos para darle a la vida un contenido y un sentido. En ese estado, se resiente la capacidad de respuesta para atender los reclamos de la vida cotidiana y, por la falta de atención que ello implica, las oportunidades que se presentan pasan desapercibidas. Ello predispone al sujeto a no tomar decisiones ni a introducir cambios productivos e innovadores en la tarea diaria.
De allí que el aburrimiento bloquea e impide la búsqueda de nuevas alternativas, cerrando a la inteligencia el horizonte de las oportunidades y desafíos. El sujeto, en ese estado de opacamiento mental, se ve amordazado en una oscuridad que no le permite ver más allá de aquello que circunstancial y esporádicamente lo pueda distraer y entretener. El consumo de entretenimiento y la avidez compulsiva de relacionarse con amigos de ocasión, por el solo hecho de querer evadir y anestesiar la soledad implacable del aburrimiento, es la expresión cabal de la falta de contenido y de vitalidad como consecuencia muchas veces inadvertida de la pérdida de creatividad.
El aburrimiento se instala en la vida de una persona como un efecto y un estado consecuente de la pérdida de horizontes y de la falta de confianza en su propia capacidad. Por eso, conduce a perder el interés por los demás y al desdén por la cooperación y la colaboración. En ese vacío de la vida, el tiempo no es aprovechado productivamente, por lo que el sujeto se aproxima a terrenos de infertilidad que, en el futuro, lo convertirán en un ser rutinario y falto de voluntad que, lejos de trabajar constructivamente, siempre estará ocupado en actividades mecanizadas.
Así como el aburrimiento mata a la creatividad y, como acabamos de ver, la pulveriza transformándola en rutina, inversamente, la creatividad es el medio adecuado para alejar el aburrimiento crónico. Lograr esto último no viene de un voluntarismo fácil, sino que exige al sujeto estar atento para detectar los bloqueos mentales que intentan sepultar su creatividad.
Para salir de esa zona árida de la rutina y del vacío generado por el aburrimiento crónico, el sujeto debe hacer dos cosas ineludibles e impostergables: en primer lugar, reconocer su potencial creativo y aceptarse a sí mismo y, en segundo lugar, identificar y superar aquellos condicionamientos y bloqueos mentales que limitan y afectan negativamente su vida personal y de relación.
Dr. Augusto Barcaglioni