Suicidio oculto en los rincones del pensamiento
Los rincones de la mente guardan secretos inaccesibles aún para el propio sujeto. De allí que la recomendación socrática del conócete a ti mismo no se refiere a una simple maniobra auto-diagnóstica propia de los test de personalidad. Tampoco se trata de identificar minuciosamente las emociones y condicionamientos que aquejan con frecuencia a cada individuo. Se trata de algo más profundo, de ir a aquellos rincones de la mente, desconocidos y de difícil acceso, a través de un proceso de comprensión y bajo la estricta condición de que su protagonista ejerza su autonomía intelectual y su titularidad sin ser sustituido por la opinión o el pensamiento ajenos. Es un trabajo de reflexión sin intermediarios que no se limita a un período de tiempo, sino que abarca todo el trayecto existencial del ser humano.
Por eso, los educadores, tanto en el rol de padres como de docentes, incluyendo las variadas gamas institucionales que ofrecen soluciones “a medida”, deben mantener un delicado equilibrio para no invadir el recinto cuya única y exclusiva llave de acceso debe aprender a buscar su propio dueño. Cuando esa llave se pierde o se la hipoteca, el dueño queda sin la base sobre la cual construir y diseñar el recinto de su propia vida. Es allí cuando sobreviene la invasión de extraños a través de estereotipos, paradigmas, modelos mentales u opiniones consumidas pasivamente por el sujeto por no ejercer su autonomía y capacidad de iniciativa.
En ese terreno arrasado, en esa mente obnubilada por la presión de las modas y por el deseo de ser reconocido, amado o aceptado a cualquier precio, emergen la insatisfacción crónica, la sensación de vacío y la pérdida del sentido de la propia vida. Diríamos que la soledad se apodera de la vida y el tiempo se hace insoportable. Esto explica las diferentes formas de apelación a los “calmantes del sufrimiento”, cuya utilización dispersa y vacía aún más la vida mientras transita por un tiempo neutro, cronológico e inauténtico (M.Heidegger).
En esta vida ávida por consumir calmantes y distracciones, no se quiere pensar ni tomar iniciativas; no hay proyectos; simplemente hay que pasar el tiempo lo más aliviado posible. Hasta la búsqueda compulsiva de compañía, de ocupaciones y trabajos alienantes o de entretenimientos frívolos pueden transformarse en poderosos placebos para calmar tanto dolor. Si lo pensamos bien, este cuadro de situación guarda un paralelismo exacto con el enfermo terminal y sin esperanza que optó por entregarse sin luchar.
Así, la vida transcurre en un hastío que coloca al sufrimiento como moda. Cercenada su vitalidad y sin horizontes, la mente pierde la frescura creativa del entusiasmo y no atina siquiera a enfrentar la luminosidad de la duda y el interrogante inteligente. Es así como se refugia en un laberinto que encuentra en la apología del sufrimiento una forma de anestesiar el descontento profundo de no saber buscar qué es la vida, para qué vivirla o para qué existir.
Esto quizás nos vaya transformando en “suicidas discretos” y nos impida reflexionar, aún ante el prejuicio y la ilusión liberadora del suicidio convencional, que sólo a través del conocimiento de sí mismo accederemos a un estado en cuyo temple la incertidumbre, el dolor, el sufrimiento y el vacío no podrían tener cabida. Por eso, la confianza en sí mismo brindada por la comprensión de nuestra realidad personal, conducirá al tiempo auténtico (M.Heidegger), que podrá ser pedagógicamente rescatado por una educación que tenga en el desarrollo del talento adormecido su finalidad principal.
Dr. Augusto Barcaglioni
(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los
temas más sensibles y críticos)