Correlación entre la estupidez y el mal uso de la inteligencia
Sin ánimo de apropiarnos del formato de una expresión que hace un tiempo recorrió el mundo mediático tratando de evidenciar la importancia y prioridad de la cuestión económica colocándola como eje central de la vida social, no deja de ser oportuno reflexionar aquí sobre la correlación entre la estupidez y el mal uso de la inteligencia.
Siendo que la causa de la estupidez humana proviene de la falta de ubicación y de adaptación frente al campo de acción en el que alguien debe dar una respuesta oportuna y sensata, es válido suponer que la sola presencia de la estupidez es un elemento suficiente para condicionar el normal desarrollo y funcionamiento de las cosas.
Además la estupidez impide al portador ser consciente de la misma, por lo que jamás someterá su modo de ser y de actuar a una posible y saludable revisión crítica. Ello, porque la estupidez conduce a la creencia e ilusión de poseer capacidades y cualidades que no se tienen. Por eso, el estúpido es un necio, dado que cree que sabe.
Es por esto que la estupidez tiene correlación con la falta de ejercicio de la función de pensar, lo que conduce al sujeto a un estado de lentitud provocada por el abandono y la inercia mental.
Por otra parte, infinidad de ejemplos nos permite comprobar que la gran mayoría de los problemas tienen como génesis la precariedad en el modo como los individuos utilizan su mente y en la insuficiente capacidad para pensar y resolver los conflictos. Este cuadro psicológico define claramente la estupidez y las carencias para una acción práctica consciente.
Si quienes dirigen, conducen o lideran en determinadas áreas de la vida social, sea en su versión familiar, institucional, en lo económico, político, cultural o social, pretenden convencer y mantener sus opiniones a toda costa y a expensas de la autonomía de pensamiento de los demás, es porque están seguros de que muy pocos individuos piensan y reflexionan.
De allí que el ámbito propicio del demagogo y la oportunidad del manipulador para imponer y decidir discrecionalmente está constituido por el amplio universo de la estupidez humana. Pues ambos observan que la mayoría opera siempre bajo el efecto del interés de corto plazo y al margen de todo razonamiento. Por eso, el abuso del poder (aún en padres manipuladores) se gesta y perpetúa en las mentes distraídas y en individuos que no realizan el esfuerzo de pensar.
Quizás desde su buena fe, agilidad mental y transparencia, balbuceando el futuro y no dejando su intelecto aprisionado en la inmediatez de lo fugaz e ilusorio, nuestros hijos y niños en edad escolar estén gritando a cada uno de los adultos responsables de su educación: “el gran problema que a todos nos afecta es el mal uso de la mente, no dejen que nos transformemos en estúpidos…”.
Quizás un sabio y coherente observador también nos diría en esos momentos: “cuiden la mente, aprendan todos a usarla para no caer atrapados en la estupidez irreversible”. Como educadores, y respondiendo al desafío del proceso pedagógico a implementar en la práctica, tanto padres como docentes deberían responder al desafío de ayudar a pensar a sus hijos y alumnos para que puedan analizar e interpretar cada hecho cotidiano con más lucidez y agilidad.
Ello impediría que la lentitud y la falta de visión opaquen el horizonte de sus vidas y perturben sus decisiones en un mundo donde el hábito de no pensar y el placer morboso de que otros piensen por ellos, han terminado por marginar a la inteligencia a un campo de inacción y a la sumisión mental del sujeto.
Conscientes de que los cambios de escenarios exigen capacidad creativa y de innovación en el marco de nuevos paradigmas, las urgencias que se plantean a la educación exigen un giro copernicano, un cambio del eje centrado en la organización de contenidos de aprendizaje por un eje centrado en la organización mental.
De esta manera, la estupidez humana dejará de producir sus habituales estragos y la organización mental podrá tener su lugar prioritario en las habituales intervenciones didácticas de los docentes en el aula y de los padres en la familia.
Porque es la mente de quien aprende no sólo el motor de la creatividad y de la capacidad de adaptación a los cambios, sino también la usina de transformación y mejora de la realidad y de construcción de los conocimientos.
Es a partir de este proceso madre que el sistema social, a través de la acción pedagógica y formativa de cada educador, podrá generar los diferentes procesos tendientes a una mayor calidad de vida y a la capacidad de respuesta de los individuos con un sentido de inclusión y equidad.
De allí que, como antídoto de la estupidez, en el desarrollo de dicho proceso no basta con manipular los conceptos conforme a la secuencia lógica pre-establecida por los conocidos programas y contenidos estáticos. Ello sería un factor tendiente a cercenar la capacidad constructiva de la mente y a potenciar aún más la estupidez humana.
La observación y análisis de la realidad cotidiana nos permite afirmar, sin temor a errar, que ningún estúpido puede ostentar capacidades y habilidades tendientes a construir demostraciones, extraer conclusiones, comparar diferentes puntos de vista, observar a conciencia, lleva a un campo de aplicación lo que se comprende, verificar y reflexionar los distintos puntos de vista.
Es necesario colocar en el centro del proceso formativo llevado a cabo en los diferentes ámbitos de la vida social, familiar, comunitaria y laboral un desarrollo cognitivo mediante métodos con sentido sistémico y abierto tendiente a la organización y el uso debido del intelecto.
Dr. Augusto Barcaglioni