El estrés no es una enfermedad
Una hipótesis cognitiva
Frente a lo que habitualmente se dice del estrés como un estigma o enfermedad, la mayoría trata de prevenirlo y tratarlo según los parámetros de la medicina o de las terapias psicológicas. Si bien las consecuencias del estrés rozan y predisponen a una enfermedad cardíaca y a la depresión, hay que aclarar que, en sí mismo, el estrés no es una enfermedad.
Lejos de ello, el estrés es una capacidad general de respuesta eficiente y acertada ante una amenaza, ante un desafío o una imagen de temor o pérdida. Pero si ante tales condiciones el sujeto permanece indiferente o sufre alteraciones emocionales, esto configura una verdadera deficiencia de raíz cognitiva, muchas veces aprendida en el entorno familiar, escolar o social.
Y así como la acción de comer es buena y necesaria, tales atributos desaparecen si el comer se convierte en exceso. Del mismo modo, la capacidad de respuesta del estrés, al no guardar el equilibrio y moderación a través de la reflexión y del ejercicio de la capacidad de pensar, convierte en excesiva la respuesta. Y según sea el caso, se podrá considerar al estrés como una respuesta acertada y oportuna ante el peligro o amenaza o como una respuesta exagerada y desequilibrada del sujeto.
En consecuencia, el estrés en su versión moderada no es una enfermedad, es un factor cognitivo positivo que permite atenuar los peligros o amenazas, mientras que se convierte en un factor cognitivo negativo cuando la mente construye imágenes perturbadoras. Es en este último sentido con el que la mayoría alude al estrés, apuntando al matiz enfermo para tratarlo, pero obviando el matiz positivo para potenciarlo mediante un método pedagógico que promueva, a través de la educación, procesos cognitivos que fortalezcan la capacidad de resistencia y comprensión ante cualquier adversidad.
De allí que las terapias convencionales de moda si bien constituyen un intento para superar el estrés, las mismas resultan insuficientes por provenir de un modelo sintomático que aborda la periferia de la capacidad de respuesta, sin apuntar al modelo mental que la provoca.
Podríamos mencionar, al respecto, algunas situaciones conocidas que impactan en nuestra vida cotidiana:
- Si bien las conocidas y plácidas sesiones de yoga alivian los efectos provocados por las amenazas e imágenes del estrés, ello no es suficiente si no se modifican y mejoran los modelos mentales que actúan en un nivel profundo de causalidad y que ayudarían a encarar la decisión de un proyecto de vida a partir de la aceptación y la confianza en sí mismo.
- Si bien el cambio de trabajo parecería resolver y solucionar el estrés en su sentido disfuncional, esta solución no es real si el sujeto no advierte el trasfondo cognitivo que podría provenir y ser causado por la inadaptabilidad, por la intolerancia, por excesos en la búsqueda mágica de resultados rápidos y promisorios, por la ilusión, por la rigidez, por la rutina, por el prejuicio o por el análisis deficiente de la situación laboral deseada.
- Si bien el cambio de pareja aleja el estrés, ello es en apariencia e insuficiente si todavía persisten ciertos hábitos cognitivos con consecuencias emocionales relacionadas con la impaciencia, la indiferencia, la falta de confianza en sí mismo, la desmesura, la incomprensión, el egoísmo, la rigidez, la rutina, el descuido o la intolerancia.
- Si bien el prestigio y el dinero favorecen la desaparición de las virulencias del estrés, ello es al comienzo de cualquier posesión o logro de carácter material, intelectual o emocional, en virtud de que el sujeto podría carecer de la capacidad de gratitud, de generosidad, de valoración de los bienes que se poseen y que, en ausencia de tales cualidades cognitivo-emocionales, se generan al poco tiempo los conocidos procesos de saturación por rutina y aburrimiento.
Tales situaciones no logran la remisión efectiva y duradera del estrés dañino; simplemente actúan ejerciendo una función acelerativa o de retardo, atenuando la gravedad en el nivel periférico de los síntomas y actuando como meros catalizadores.
Tanto para prevenirlo como para tratarlo, el estrés debe ser abordado desde un enfoque sistémico-cognitivo que supere el modelo sintomático y, a su vez, potencie el modelo cognitivo-mayéutico de los modelos mentales. Lejos de los enfoques reduccionistas de las terapias convencionales, hay que tener en cuenta que el estrés, en su esencia más profunda, se adscribe a un modelo cognitivo y emocional que actúa en el nivel mental que lo provoca, sea ejerciendo su función de acierto (eustrés) o de menoscabo por exceso (distrés).