La autonomía como capacidad para fortalecer la propia identidad
Vivir una vida autónoma no significa haber eliminado los problemas ni estar despojado de incomodidades. Muchos creen que la vida autónoma consiste en carecer de problemas, de dolores y sinsabores. Si así fuera, la autonomía sería inalcanzable.
Vivir con autonomía implica mucho más; requiere el ejercicio de capacidades conscientemente logradas y la adquisición de reservas que permitan relacionarse con los demás y mantener la propia identidad frente a las amenazas y fluctuaciones del medio.
Por eso, el arte de vivir no significa evadir ni ignorar los problemas, sino enfrentar los obstáculos, condicionamientos y hostilidades de manera consciente, sin afectar el equilibrio mental y emocional.
Más que liberarse de los problemas, el arte de vivir se refleja en la aptitud para enfrentar y aprender de los obstáculos. No es libre quien carece de cadenas, sino aquel que adquirió la habilidad para vivir en la acción constructiva de una vida con capacidad para no estar mentalmente encadenado.
Hay vidas que sin tener problemas ni cadenas, viven encadenadas en el prejuicio, en el temor, en la falta de confianza. Por eso, sería más libre el esclavo que, teniendo confianza en sí mismo, decide luchar por su liberación, a diferencia del ciudadano encadenado en su inseguridad, ambición, codicia y pesimismo.
Cuando el sujeto comprende sus problemas, los ilumina al esclarecerlos, logrando así el achicamiento de los mismos. La capacidad para comprender la adversidad lo fortalece y lo transforma en un ser autónomo, mientras que la incapacidad para comprender lo clausura en un nivel que le impide sobrepasar los condicionamientos.
Ser autónomo, por consiguiente, no es estar libre de problemas y dificultades, cualesquiera que ellas fueren. Ser autónomo es poseer la capacidad para resolver las situaciones críticas y elevarse sobre las mismas.
