La apelación al ridículo y a la extravagancia para ser más
Si observamos la propensión de la mente de ciertos individuos de querer llamar la atención aprovechando cualquier circunstancia o situación a su alcance, nos encontraremos con la causa que la provoca: su vacío y mediocridad.
Esto explica por qué muchos buscan satisfacer la avidez de fama y lucimiento a costa de cualquier cosa: algunos apelan al ridículo; otros a la simulación de conductas llamativas; otros a la provocación y la mayoría a la desmesura.
De lo que se trata es atraer la atención, bajo el afán exagerado de ser percibidos. Es la percepción de los demás la que valida en ellos el verdadero ser y la razón de vivir. Por eso, si no fueran percibidos, sufrirían la peor de las sensaciones del ser humano: la sensación de no ser nada.
Si la percepción momentánea y fugaz de los demás conforma y sacia por un breve lapso de tiempo la sensación de vacío y de no ser nada, ello se debe a que el vacío siempre está presente en quienes la frivolidad y la superficialidad terminan por llenar la apariencia de sus vidas. Y tal vacío resulta tan insoportable, que se lo busca ocultar como fuere, aunque sea con el ridículo.
Así, el mediocre y el necio no advierten que la anestesia temporaria que permanentemente consumen a través del ridículo hecho público, los va dejando cada vez más vacíos. El querer ser lo que todavía no se es, lleva a cualquier persona a la búsqueda de la apariencia llamativa, como el camino fácil y el atajo que sustituye el esfuerzo y remplaza la constancia requerida para la propia superación.
Con el transcurso del tiempo, el despilfarro de energías que ello significa, conduce a un incremento del vacío en que transcurre la existencia del mediocre. Para ello, se apela a la imaginación que, en su exuberancia, no desdeña en aferrarse a suposiciones y construir fantasías que han de conducirlo al falso y oscuro convencimiento de ser más aunque los demás no lo noten.
Es tal el aturdimiento y el atontamiento mental de quienes son víctimas del ridículo a que los somete su propia mediocridad, que no tienen la capacidad para registrar su estéril anonimato. En este proceso inadvertido y casi irreversible, la sensibilidad ausente termina por “plastificar” sus emociones. Esta es la consecuencia más lamentable e inesperada que padece la vida sin frescura ni alegría de quien sufre el vacío de una existencia intrascendente.
Dr. Augusto Barcaglioni