Cuando el docente no percibe la violencia del conductismo que practica
Es obvio, y resulta de un principio pedagógico básico y universal, que para enseñar de manera creativa y generar en los estudiantes el estímulo para aprender, la escuela debe superar el modelo centrado en contenidos estáticos y obsoletos. El contenido aparece ante el niño y adolescente como una imposición antinatural porque el parámetro está dado en la memorización mecánica de formas conceptuales rígidas y sin sentido aplicativo. En ausencia de un método que permita la aplicación de ese contenido y su verificación, el alumno se ve sometido a un proceso cognitivo regido por la captación lineal y fragmentada de datos e informaciones suministradas y adquiridas como imágenes estáticas e inmóviles.
Este modelo de aprendizaje, practicado e impuesto aún en la actualidad, configura la forma más sutil de violencia, ya que el aburrimiento y la sensación de incapacidad se apoderan de la mente y la sensibilidad infantil y adolescente. En ausencia de estímulos y motivación, el proceso pedagógico así planteado promueve el desorden y la anarquía de la mente y con ello emerge el “aula parasitaria” como un lugar de desperdicio.
Es así como ese ámbito iatrogénico desperdicia el talento, inmoviliza la mente desperdiciando su frescura, desperdicia tiempo enseñando cuestiones obsoletas sin aplicación a la vida, desperdicia la confianza en sí mismo creando inseguridad para aprender con autonomía, desperdicia la alegría al maltratar con imágenes estáticas la inteligencia en formación. Tales formas de desperdicio impiden que los jóvenes puedan asumir su responsabilidad frente al presente y futuro. Anulado el horizonte que da sentido a la vida, se desperdicia la capacidad de respuesta y la violencia se instala como un efecto inmediato, cuya irreversibilidad convierte cualquier medida, norma o legislación que pretenda atenuarla o controlarla, en extemporánea y ridícula.
La experiencia diaria individual de la escuela nos muestra situaciones donde esto se verifica tanto en situaciones aparentemente irrelevantes como en circunstancias que contienen un alto grado de impacto y que afectan y perturban la vida individual, familiar, laboral o social. Lamentablemente, el docente no es consciente ni registra la carga de violencia que despliega cuando impone contenidos fijos y planificados de antemano a las mentes ávidas de comprobación y aplicación de lo que se debe aprender con alegría y frescura creativa.
Este enfoque permite comprender desde sus causas más profundas lo que ocurre en el entorno cotidiano del aula. Lo primero que habrá que hacer es colocar a la educación en el centro de un nuevo paradigma de desarrollo social. No olvidemos que el tramo que va de la indiferencia (o aparente tranquilidad) a la violencia está compuesto por tramos de aburrimiento, de rutina, de desgano, de desencanto y desesperanza. Esos tramos de aburrimiento y rutina que vive gran parte de los alumnos, constituyen el caldo de cultivo de la violencia escolar y del bajo rendimiento en los aprendizajes.
De allí que el aburrimiento de los alumnos tanto en el aula como en la vida, sumado a la mala praxis de los docentes, es el más eficaz generador de violencia que impide ver de manera promisoria y alentadora el propio futuro. Dado que la mala praxis del docente provoca violencia en los alumnos, aquéllos deben aprender a detectar esos tramos con una formación y entrenamiento que les permita gestionar los aprendizajes sin facilismos ni autoritarismos.
La mirada sutil de los padres y educadores consiste en conocer cómo funciona la mente de los jóvenes y acercarse al contenido de sus experiencias para ayudarles a organizar la mente y resolver los problemas con creatividad, optimismo, esperanza y generosidad en cada momento de la vida cotidiana.
Los docentes deben resolver con acierto y precisión este problema y buscar estrategias alternativas de enseñanza para lograr que los alumnos se interesen por aprender y superar el letargo en que están sumergidos. Esto requiere que los padres y maestros empiecen a enseñar de otro modo, a salir de la rutina de los aprendizajes y del facilismo que generan parálisis mental y un deterioro del clima interno en las escuelas y familias.
Dr. Augusto Barcaglioni