Hacia prácticas adaptativas y abiertas
La condición racional del ser humano lo impulsa a desarrollar actividades y a promover su desarrollo evolutivo constantemente. Por eso, la historia de la ciencia y la técnica corren parejas con la historia de la humanidad, lo que dio lugar a que en los diversos campos de la actividad humana se fueran instalando parámetros e indicadores acerca de las condiciones básicas para poder llevar a cabo una actividad aceptable, bajo los requisitos de calidad e idoneidad. Esto, desde la más simple de las actividades manuales hasta la más exigente, como sería la actividad de enseñar. Quien enseña a manejar un vehículo desarrolla una actividad mucho más sofisticada que la ejecución del simple manejo, ya que para enseñar algo se debe pasar previamente por su ejecución precisa, bajo riesgo de hacerlo con grandes desaciertos.
Todo ello va configurando las exigencias convencionales mínimas para el desempeño y/o habilitación de una determinada actividad. De allí que hoy existen exigencias mucho más complejas y rigurosas con relación a épocas anteriores, lo que va perfilando el repertorio de las habilidades convencionales de un oficio o profesión. Entendemos por habilidad convencional a las condiciones mínimas y elementales circunscriptas al desempeño de la actividad o tarea a cumplir por el sujeto. Pero dicho repertorio debe ser abierto y dinámico, adaptable a las exigencias evolutivas e históricas del cambio social. De allí la necesidad de adaptar los protocolos de desempeño según el nivel de complejidad y riesgo establecido por las variaciones que, a lo largo del tiempo, experimentan las diferentes profesiones y actividades humanas.
Las actividades sencillas, por ejemplo, requieren habilidades y destrezas cuyo carácter básico y elemental le permite al sujeto realizar sin problemas lo que determina el régimen convencional de desempeño en un momento determinado. Mientras se mantenga en el protocolo que rige el tránsito en las rutas y ciudades, un conductor no tendrá problemas. Así y todo, y teniendo en cuenta las variaciones que surgen de la evolución social y tecnológica, en determinadas circunstancias se deberá superar, por vía de nuevas adaptaciones, el protocolo inicialmente oficializado por las diferentes corporaciones, asociaciones o gremios.
En este contexto, muchos plantearán que no son pocos los casos en que la habilidad convencional mínima brilla por su ausencia, generando la mala praxis como resultado ya sea del no cumplimiento del protocolo inicial, ya sea de la ausencia de habilidades para desempeñar la actividad respectiva. Si esto rige para actividades que requieren destrezas prácticas, en el caso de actividades como la medicina, la educación, la política, van a exigir no sólo el cumplimiento estricto de los protocolos pre-establecidos, sino la capacidad adaptativa del sujeto para superarlos constantemente y salir de lo meramente convencional.
En el caso de la educación, podemos observar un protocolo, explícito o implícito según los casos, relacionado con el desempeño del trabajo pedagógico frente a un grupo estándar y aparentemente estable. La formación convencional recibida prepara al docente para enseñar teniendo en cuenta los contenidos y algunas técnicas de transmisión y comunicación con el grupo. Sin embargo, aunque esas habilidades convencionales las practique en sentido estricto, las condiciones de su práctica cotidiana están atravesadas por lo no-convencional y por la permanente incertidumbre y movilidad de una realidad compleja e inestable que exige ejercer una constante capacidad creativa y de adaptabilidad a las nuevas exigencias. Y para esto no bastan las habilidades convencionales iniciales que seguramente ostenta cualquier docente.
Esto nos conduce a tener en cuenta un principio obvio y de sentido común: la necesidad de superar los límites del repertorio de habilidades convencionales guarda una relación directamente proporcional con la naturaleza compleja de la actividad a desarrollar. Ello significa que la complejidad impone la necesidad de sobrepasar la habilidad convencional inicial, bajo riesgo de caer en mala praxis. Y así como la habilidad de manejo ha sufrido variaciones impuestas por la evolución y la complejidad del sistema y de los entornos que configuran el tránsito, de la misma manera las condiciones y las prácticas de una enfermera de hospital le van imponiendo rangos de habilidades mucho más sofisticados. La mala praxis nace cuando la habilidad queda detenida en una convencionalidad aferrada al origen, sin promover cambios acordes con la evolución científica, tecnológica, social, histórica y cultural.
Ahora bien, la velocidad de cambio y de adaptaciones evolutivas de un repertorio de habilidades guarda relación inversamente proporcional con el desarrollo temporal de los procesos y con la cercanía de la acción o ejecución de la tarea con respecto a la percepción de sus resultados. Mientras menor es el trayecto que media entre la acción del cirujano y la inmediatez del resultado que se espera de su intervención, mayor es la necesidad de renovar y superar sus habilidades convencionales para adecuarlas a un paciente que requiere una solución aquí y ahora con resultados socialmente visibles. Esto ocurre en la mayoría de las profesiones ligadas a la visibilidad y percepción inmediata de sus resultados. Por eso, la mala praxis de un gerente general o de un político se advierten en un plazo bastante más largo que la del cirujano.
La educación no queda exenta de esta última vertiente. Quizás es el área donde se advierte la mala praxis después de varios años o quizás décadas según los casos. La visibilidad social de resultados relacionados con las causas que promovieron las falencias en la lecto-escritura, con la incapacidad para interpretar textos, con la ignorancia de principios básicos del saber común, con la falta de capacidad para pensar, analizar, sintetizar o comparar con rigor y precisión, entres tantas otras, es lejana. Así, hoy se advierten tardíamente los efectos cuasi-irreversibles de una educación impartida desde la no-calidad por ausencia de mejora y de adaptabilidad de los protocolos relacionados con el desempeño docente. Complementando este enunciado, diríamos que, aun cuando la percepción de los resultados no es inmediata, ello no excluye la velocidad de las adaptaciones evolutivas del repertorio de habilidades para educar.
Cuando la no-calidad se instala en la educación, sea por ausencia total de idoneidad o por la presencia de una habilidad convencional mínima ejercida con rigidez, necesariamente aparece la mala praxis de sus actores. Lamentablemente, la percepción social acerca de la falta de calidad en la educación, le confiere un elevado porcentaje a la mala praxis. Ello obliga a un serio replanteo de la formación docente, a fin de cimentarla en nuevos modelos que hagan del docente un verdadero factor de desarrollo social y cultural. Se alejaría así el fantasma de la mala praxis generada por falta de idoneidad, ausencia de conocimientos o por la posesión de un austero y cada vez más empobrecido repertorio de destrezas convencionales que terminan haciendo del quehacer pedagógico un proceso rígido, rutinario e intrascendente para una sociedad en constante evolución.
Dr. Augusto Barcaglioni