Por qué los proyectos fracasan y los vínculos desaparecen

La rigidez mental como disfraz de la falta de confianza en si mismo

La rigidez mental proviene de una suerte de parálisis del pensamiento, generada por la falta de agilidad y flexibilidad para interpretar los cambios y las fluctuaciones naturales del entorno que rodea al sujeto. De allí la dificultad de quien la padece para vincularse y establecer adaptaciones en armonía con los demás. Las “adaptaciones en armonía” se gestan en la conciencia y el convencimiento íntimo que le permite al sujeto promover relaciones flexibles y abiertas, a diferencia de las “adaptaciones forzadas” que surgen de la necesidad o la conveniencia. Por eso, estas últimas no son tales, pues podrían mantener un sedimento de rigidez que emergería nuevamente al desaparecer la necesidad o el motivo de esa aparente adaptación. 

Los factores conducentes a la parálisis del pensamiento que caracteriza a la rigidez mental, provienen del historial cognitivo y psico-emocional que el sujeto fue tejiendo en las diferentes circunstancias de su vida. El fracaso no aceptado, por ejemplo, implica no comprender por qué se fracasó y el resentimiento que ello ocasiona genera un estado de rigidez que condiciona la mente a pensar en una sola dirección. Tal unidireccionalidad mental tampoco permanece ajena en el caso del éxito mal interpretado, cuando el sujeto sobrevalora su capacidad creyéndose poseedor de óptimas cualidades o atributos. Tal creencia lo estanca y le impide cambiar, acentuando así su rigidez. 

La rigidez mental es un defecto que impide crecer y evolucionar a sí mismo y a los demás, pues estanca las decisiones, perturba el funcionamiento de los equipos, afecta la convivencia del grupo y atrasa el cronograma de cualquier proyecto. Se disfraza de firmeza y genera en los incautos que rodean al rígido la sensación de que éste mantiene una fortaleza y vigor que, en realidad, se asemeja a una estructura cerrada, y en ciertos casos “petrificada”, que encubre debilidad y falta de manejo de las situaciones imprevistas. Por tal motivo, cuando el rígido ejerce poder o mantiene una autoridad frente a un grupo, sus decisiones son lineales, homogéneas y carentes de creatividad, tolerancia y adaptabilidad a los cambios y situaciones emergentes. 

La estructuración rígida de su comportamiento y de su modo de pensar, hace que el rígido se convierta en un verdadero obstáculo de la convivencia inteligente, aquella que se va enriqueciendo a través del intercambio, el diálogo y la variación. Lejos de ello, el rígido se presenta siempre, y de manera uniforme y pareja, con el disfraz del orden aparente. Este orden ficticio es defendido a ultranza a través de soportes burocráticos y de una pseudo disciplina que encubre, por un lado, una gran dosis de ignorancia y, por otro, falta de seguridad y confianza  en sí mismo. 

Pues el sujeto rígido se aferra y apoya en una forma aparente de estabilidad y previsión, imponiéndose a sí mismo y a quienes le rodean un ejercicio rutinario y uniforme de los procedimientos y actividades bajo su responsabilidad. La violencia que esta actitud mecánica genera en la dinámica de la comunicación grupal es el alto costo (familiar, laboral, institucional u organizacional) de una forma de compensar la incapacidad de apertura a los cambios. 

Esta deficiencia cotidiana es un enemigo encubierto y una suerte de epidemia silenciosa que enferma la vida de los grupos, sea en las amistades, la familia, el campo laboral, institucional o en el intercambio comunitario habitual. Como toda enfermedad, en los casos graves y en situaciones críticas, la rigidez trata de ser aislada por quienes no quieren padecer sus efectos. Las modalidades de tal aislamiento podrán ser ejercidas bajo las formas ostensibles del rechazo explícito, del desdén o la agresión que los afectados despliegan contra el sujeto rígido. Mas la forma más temible para éste es cuando el rechazo de los demás no se hace ostensible en lo externo, pero despierta la indiferencia y un silencioso desprecio hacia quien quizás no advirtió y confundió torpemente que ser burdamente rígido no equivale a ser inteligentemente flexible. 

Por lo mismo que la rigidez mental se hermana a una permanente inadaptabilidad a los cambios, genera verdaderas funciones de retardo que conducen a la inacción y a la pérdida de la colaboración en la vida de los grupos humanos. Ello explica por qué ciertos sistemas se transforman en obsoletos y muchos vínculos afectivos tienden a desaparecer. Quizás el antídoto más efectivo para la rigidez mental sea, a partir del propio diagnóstico, ejercitar la flexibilidad en las diferentes áreas de la vida y hacerlo desde una actitud más abierta y consciente.

Dr. Augusto Barcaglioni

 

Cognitio
About Cognitio 264 Articles
Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar