Fracasos y pérdidas como experiencias valiosas
La pérdida que más lamenta el ser humano es la pérdida del tiempo. A tal efecto, los mercantilistas a ultranza no dejan de señalar que “el tiempo es oro”. Aparentemente inocente, esa expresión hace sufrir y vivir en estado de inquietud y zozobra permanente a quienes tienen la propensión a sacar cuentas y calcular las ganancias no percibidas por el mal uso del tiempo. En ese tiempo cronológico, al que pertenecen el reloj, la agenda y el almanaque, se fracasa, se pierde y se gana. Pues todo se mide pensando en la rentabilidad del tiempo bien aprovechado. Pero esto no es suficiente si no se incorpora un estado de conciencia que permita descubrir la dimensión y valorar la fecundidad de un tiempo superior y trascendente.
Cuando el individuo aprende a incorporar ese tiempo superior a la vida, aprende también a dar vida y a rejuvenecer el paso del tiempo cronológico. Aparece, entonces, un doble juego que formaría parte del arte de vivir: mientras se avanza en edad, se rejuvenece en calidad. Ello es posible por la vía de la experiencia adquirida en los éxitos y fracasos y que logra afianzarse en los procesos sistémicos de bifurcación evolutiva (ver notas 28-06-12 y 29-06-12).
Desde un enfoque creativo y trascendente, el tiempo más que ganancia es oportunidad, ya que excede las rutinas del almanaque, la agenda y el reloj. Por su parte, la oportunidad no es ganancia, sino posibilidad de proyección a planos donde el ser humano alcanza un estado de autonomía y expansión de su inteligencia. Se trata de la oportunidad de evolucionar y de acceder a nuevos planos de superación a través del esfuerzo inteligente. Porque la chatura del tiempo cronológico enjaula el talento y la creatividad, al adscribirlo a esos estados rutinarios que mantienen al sujeto ocupado y fuera de sí mismo.
El tiempo trascendente no se apaga, se despliega y enciende en el pensar y el sentir la vida. Es un tiempo creativo que deja atrás el lamento y la queja que surgen de la búsqueda compulsiva para lograr cada vez más éxitos ante el temible fracaso. De allí que para una persona que quiera hacer el balance de lo vivido, se le presentan dos opciones de análisis: o lamentar el tiempo improductivo, que generó pérdidas vinculadas con las necesidades básicas y el confort para una buena vida, o tomar la resolución de mirar en profundidad y descubrir que tales pérdidas de tiempo no se produjeron por situaciones casuales o de mala suerte, sino causales. Y al descubrir las causas en sí mismo, el sujeto accede a un plano superior en el que la conciencia se enriquece al descubrir las carencias y debilidades que lo indujeron al desacierto o dejadez.
Aquí se produce un entrecruzamiento de los dos tiempos. Por un lado, el tiempo cronológico, que fija la mirada en el cómputo lineal y chato de las cosas que no se hicieron; por otro lado, el tiempo trascendente, que trasciende y compensa las pérdidas a través del conocimiento que le brinda la experiencia de conocerse a sí mismo. La vida es el trayecto de un aprendizaje por ensayo y error que transcurre en el entrecruzamiento de esos dos tiempos.
Quienes priorizan el tiempo cronológico, transcurren su vida sumando las ganancias y aciertos y restando las pérdidas y desaciertos. Con ese cómputo inútil y mezquino, el sujeto pavimenta el camino del fracaso, del pesimismo y el descontento. Con lo cual termina en el aburrimiento crónico y la dejadez como antesala de una vejez mental acelerada por el resentimiento.
Quienes, en cambio, priorizan el tiempo trascendente y la experiencia del aprendizaje ante los éxitos y fracasos, transcurren su vida en la comprensión y conocimiento de sí mismos. Lejos de especular y de buscar caminos para una seguridad que no existe, se atreven a aceptar los desafíos y a transitar la senda creativa que ofrece la vida a cada instante. Así, logran recuperar y compensar con creces el tiempo improductivo mediante la experiencia valiosa de los fracasos y pérdidas. Además, reciben el incalculable beneficio del impulso de una energía superior que se renueva por el conocimiento de sí mismo y que alienta la vida rejuveneciéndola en proporción inversa al avance cronológico de los años-calendario.