“Si bien no vamos a resolver los problemas, al menos vamos a tener elementos para poderlos comprender”. Esta fue la primera reflexión que me transmitió, con síntesis elocuente, Charles François al comienzo de un largo camino de estudio ininterrumpido que empezamos a recorrer hacia fines de la década del 70 en la Sociedad Científica Argentina.
Advierto que no fue por mero azar que tuve la oportunidad brindada por Carlos de formar parte del Grupo de Estudios de Sistemas Integrados para estudiar e investigar las leyes y los principios metodológicos de la teoría general de sistemas desde una perspectiva interdisciplinaria que permitiera comprender la complejidad de un mundo en cambio. En todo momento sentí que nuestros esfuerzos tenían el propósito de aportar una cuota de esperanza y optimismo en un entorno proclive a la desazón y al pesimismo generado por la creciente incertidumbre de los escenarios cambiantes.
Desde mi formación filosófica y pedagógica, no me pareció prudente desdeñar una metodología que brindaba posibilidades de integración de los conocimientos ante la evidente dispersión de la información. Por eso, no puedo dejar de mencionar y reconocer aquí el aporte que a lo largo de tantos años a cargo de la presidencia del Grupo de Estudios de Sistemas Integrados significó Carlos, quien generosamente nos brindó sus experiencias y enriqueció con sus conocimientos para la definición de un modelo de integración y su aplicación al vasto campo de los sistemas complejos.
Gracias a la generosidad de Carlos, pudimos no solo conocer las teorías de Ilya Prigogine y Pierre Vendryès, sino también tener el privilegio de intercambiar con ellos los pormenores de las hipótesis que presentaban en sus visitas a Buenos Aires. El haber participado en la cercanía de sus deliberaciones, nos permitió comprender el tema de la complejidad sin tener que adscribir a los enfoques funcionalistas que, para ciertos autores, parecían constituir características propias del método sistémico.
En lo personal, pude descubrir la compatibilidad de los principios de la filosofía de la educación y la pedagogía con la teoría general de sistemas y advertir que se trataba de una síntesis plausible y adecuada para plantear, en el terreno educativo, un enfoque integrador que muy pocas veces pude observar en las prácticas áulicas convencionales. Así, los grandes temas del conocimiento, de incidencia directa sobre la formación humana, como el proceso de cognición, los modelos mentales, los procesos de aprendizaje, el principio de finalidad, el principio de causalidad, el determinismo y el indeterminismo, la autonomía intelectual y los conceptos de totalidad y de clausura inmanente, constituyeron elementos claves de un enfoque pedagógico integrador al que Carlos contribuía con sus atinadas observaciones y sentido práctico.
Resultó un desafío alentador comprobar que dichos conceptos y principios sistémicos, si bien desde la visión imperante parecían estar condenados a un ostracismo epistemológico, sin embargo a lo largo de varios lustros lograron un espacio metodológico adecuado y oportuno para aplicar en las organizaciones y en los diversos ámbitos en que se manifiestan las consecuencias de la complejidad. Ello constituyó para el grupo un verdadero cambio de paradigmas que cada miembro aplicó en su respectiva área de conocimiento, al par que permitió el dominio práctico de los temas y principios sistémicos acerca de la relación del todo y sus partes, la aleatoriedad, el determinismo mecanicista, las relaciones isomórficas, la adaptabilidad y su relación con la entropía y la auto-organización, entre otros.
Pero por sobre todo siento que gracias al aporte de sus conocimientos y experiencia de vida, Carlos nos permitió, quizás sin darnos cuenta, sentir que lo que se manifestaba como una semilla sin espectacularidad en esos momentos, hoy el abordaje de la complejidad reclama una síntesis conceptual y demanda la aplicación del enfoque sistémico de manera urgente e inclaudicable. Sin exageración, me permito afirmar que, de alguna manera, fuimos precursores de una visión constructiva y metodológica que nos aleja de la perniciosa fragmentación de la vida, de la cultura y de la inoperante atomización de los procesos.
Por todo ello y mucho más, mi gratitud a quien supo responder con sentido práctico, desinteresado y magnánimo al concepto aristotélico de la vida, dado en el movimiento y la actividad. En estas dos palabras de contenido sistémico radica el secreto de la fecundidad de nuestro gran amigo y maestro.
Augusto Barcaglioni