El aula parasitaria como lugar de desperdicio

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Una metáfora de la sumisión mental por la vía de la ironía y el absurdo

El aula parasitaria difiere del aula creativa porque en la primera hay repetición de información y en la segunda construcción de conocimientos, por lo que resulta, respectivamente, que a una le interesa controlar lo que aprende el alumno y a la otra verificar cómo aprende.

Por eso, el aula parasitaria se doblega ante el mito del orden aparente; en el aula creativa, en cambio, hay un des-orden creativo pero productivo. Porque aquélla controla las mentes y ésta compromete a la tarea con iniciativa individual y de conjunto.

Por tal razón, cabría decir metafóricamente que el aula parasitaria es un lugar de dependencia que hace “madurar el intelecto en una maceta”, en lugar de hacerlo en la tierra fértil de la comprobación y en el amplio campo de hipótesis relacionadas con la vida y sus diferentes manifestaciones. 

Por eso, el aula parasitaria supedita los pensamientos, las imágenes, los sentimientos, las emociones, las actitudes y actividades de los niños y adolescentes al dictamen de un docente cuya rígida observación de tales procesos, genera raquitismo intelectual e indiferencia emocional en niños y jóvenes ávidos de aprender por sí mismos y con alegría. 

El aula parasitaria cuida el orden formal del ambiente físico; el aula creativa empieza por cuidar las mentes para que cada individuo piense con orden y sin error. En una, los niños repiten normativas impuestas mientras el horario institucional se cumple externamente; en la otra, esos mismos niños crean y dialogan con alegría mientras construyen y dialogan para aprender. 

En el aula parasitaria intervienen varios personajes que interactúan eficientemente, creando una simbiosis y una red tóxica a través de un encadenamiento de mala praxis:

  • El Directivo educacional, como un profesional de la desconfianza que permanentemente mantiene al claustro docente bajo sospecha.
  • El Claustro docente, con algunos docentes enclaustrados en sus estereotipos y que ejercen con profesionalidad el arte de la desconfianza hacia alumnos bajo sospecha.
  • El Alumno, un futuro egresado que quizás está aprendiendo el arte de vivir con pesimismo y con falta de confianza en sí mismo.
  • Los Padres, egresados del sistema y que quizás aprendieron a mantener distancia con la forma de aprendizaje de sus propios hijos y a repetir el proceso vivido por ellos.
  • Los Hijos, futuros padres que posiblemente ingresarán a un establecimiento educacional con el riesgo de repetir el rol del alumno pasivo y sumiso que no recuperó su autonomía porque aprendió a desconfiar de sí mismo. 

Como toda estructura parasitaria, el aula con tal aditamento se convierte en un lugar de desperdicio permanente, en el que la mente infanto-juvenil carece de horizontes por falta de confianza en la propia capacidad.

Teniendo en cuenta que todo desperdicio proviene del mal funcionamiento, en el caso del aula el desperdicio se origina en el mal funcionamiento de la inteligencia, no sólo de quienes aprenden, sino también de quienes deberían formar y enseñar a pensar.

A ello se incorporan, inevitablemente, los nuevos desperdicios que resultan de la pérdida del rendimiento escolar, de la deserción y la repitencia, del estrés docente y del opacamiento y falta de lucidez mental. Pero el mayor desperdicio es la pérdida casi insuperable de la alegría para aprender.

Dr. Augusto Barcaglioni


 

 

 

Dr. Augusto Barcaglioni
Sobre Dr. Augusto Barcaglioni 264 artículos
Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar