Por qué educar es un arte

Esculpirse a sí mismo para modelar la propia excelencia

La raíz latina de la palabra educar apunta a dos acepciones: la acepción educare, que significa la acción por la cual el docente enseña a partir de informaciones que va transmitiendo a quienes se encuentran en situación de aprendizaje. La otra acepción es educere, relacionada con la acción de extraer el talento y el potencial interno del que aprende.
 
Desde nuestra hipótesis de trabajo, diríamos que nadie podría aprender si previamente no saca de sí mismo su talento para poder comprender y dominar con precisión el contenido que se quiere adquirir. Si no se extrajera el talento, la única manera de relacionarse con determinadas enseñanzas e informaciones sería por la vía de la memorización mecánica. En este caso, el concepto y la acción de educar quedarían mutilados y desnaturalizados.
 
Si tenemos en cuenta sólo la acepción lineal del educare, el arte de enseñar desaparece y queda evaporado por la transmisión mecánica de contenidos a modo de imágenes fijas y estáticas. La crisis de calidad y la mala praxis de la escuela programo-céntrica radican en haber olvidado y opacado la fuerza del talento y de las capacidades ínsitas en la naturaleza mental y psico-emocional de cada estudiante.
 
El aprendizaje rutinario, llevado a cabo con contenidos reiterados y sin vida ni frescura, se repite año tras año y no amplía la mente, impidiendo a niños, adolescentes y jóvenes ver lo mismo de manera diferente mediante hipótesis que permitirían ejercitar su creatividad para aprender.
 
Cuando Miguel Angel pudo ver en la piedra, todavía inculta y tosca, la belleza que contenía y anticipaba su obra escultórica, graficó elocuentemente el educere diciendo que su acción artesanal consistió en retirarle a la roca todo lo que le sobraba. Allí aparece la mirada del artista, en ver más allá de las apariencias, dado que se trata de una mirada diferente sobre los objetos, las personas y el mundo circundante y que puede vencer la monotonía de lo igual y repetitivo. 
 
De allí que cualquier educador puede llegar a ser artista si es capaz de tener otra mirada sobre el mismo alumno, si le quita lo que le sobra: sus deficiencias, sus bloqueos, sus limitaciones, sus temores y falta de confianza y va desplegando poco a poco su figura humana en todo su esplendor.
 
Aquí, pues, radica el arte de la pedagogía, en quitar las trabas disfuncionales para dejar que la forma humana resplandezca y se exprese desde lo más profundo de la intimidad individual a fin de dar lugar a la escultura de sí mismo. 
 
Por eso, el talento infantil rechaza la violencia de la uniformidad y los niños reclaman a sus docentes que sean verdaderos artesanos y les dejen al descubierto su propia escultura, enseñándoles a esculpirse a sí mismos para ejercer el arte de crear su propia identidad.
 
Bajo esta mirada diferente, todos aprenderíamos de manera solidaria y nos vincularíamos con la fuerza de la propia obra de arte. Nadie buscaría ser como el otro, sino como el modelado de su propia excelencia se lo sugiere. Sería tal la sensación de plenitud ejercida por este arte de la esencialidad, que nadie competiría con el otro más que para mejorarse a sí mismo, pero jamás para anularlo o destruirlo.
 
En ese sentido integral de la acción de educar aparece un concepto cuya riqueza y hondura colocan al educador en el sitial de un verdadero artista y de un genuino artesano de la inteligencia. Para que los padres y docentes puedan ver en el ser todavía sin tallar la figura escultórica individual de sus hijos y alumnos, se requiere mucha generosidad, paciencia y flexibilidad ejercidas todas ellas desde la suprema virtud de la modestia intelectual. 
 
Sólo esta mirada diferente puede permitir ejercer la función de educar como un verdadero arte de la espera y la paciencia generosa, sin sobresaltos, rigidez ni violencias. En el ejercicio de esta artesanía de la inteligencia, radica el verdadero e incondicional amor de padres y educadores.
 
Todo lo que está fuera de esto no es más que un intento tecnológico y/o demagógico de pretender ejercer la violencia de la uniformidad en las mentes y la sensibilidad de individualidades que, si lograsen esculpir su talento y aceptar su propia diferenciación e identidad, vivirían sus vidas como una colaboración y un aporte único e irrepetible a la humanidad y al entorno circundante.  
 
Dr. Augusto Barcaglioni
 
Dr. Augusto Barcaglioni
Sobre Dr. Augusto Barcaglioni 264 artículos
Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar