El docente como herramienta del aprendizaje

Creencias que obstaculizan la tarea de aprendizaje

 
Colocar al docente como causa principal del aprendizaje del alumno es un principio aceptado, tanto en la teoría como en la práctica, por no pocos miembros de la comunidad educativa. Es preciso advertir que tal principio encierra una falacia conceptual que se transforma, cuando adquiere un modus operandi aplicado sin reservas, en el mito más influyente durante el trabajo áulico. Este mito pasa a formar parte de un sistema de creencias que dará lugar a una cultura pedagógica caracterizada por una actitud mental que impulsa a un modo de pensar y actuar que guía y condiciona cada una de las acciones y comportamientos del docente frente al grupo. 
Esta creencia, acatada sin cuestionamiento alguno, se sustenta en un modelo de pensamiento arraigado en valoraciones que ponen bajo un manto de duda la capacidad y el talento individual de quien aprende. Ello, al punto de llegar al límite de la inmovilización de la capacidad crítica del alumno justificando ciertas prácticas didácticas contraproducentes. Tales creencias, convertidas en prejuicio, sustentan una verdadera cosmovisión que impulsa una serie de procedimientos incompatibles con el proceso formativo de la inteligencia en formación. 
 
Sin exagerar, y en defensa y resguardo del talento creativo y del potencial autónomo de la inteligencia, diríamos que pretender colocar al docente como causa principal del aprendizaje configura un verdadero desvío conceptual generado en una inadvertida y cuasi-inofensiva sospecha sobre la capacidad para ejercer con autonomía la capacidad constructiva de su inteligencia por parte de quien aprende. Lo cual dará lugar a una práctica didáctica que, en casos graves, los efectos de la sumisión y la dependencia mental configuran una suerte de desnaturalización irreversible del proceso cognitivo. 
 
La sustitución de la titularidad del alumno en el proceso de su propio aprendizaje vendría a ser el “mito madre” que, a su vez, da origen a una serie indefinida de “mitos derivados” que, en su conjunto, de manera perceptible e imperceptible, confunden y generan mala praxis en la tarea del aula. En tanto se acepte que es el docente la causa principal del aprendizaje, tal principio se comporta como un sistema de justificaciones con un alto impacto de transformación. 
 
Esta creencia en el rol causal del docente convierte al alumno en un mero receptor pasivo, provocando una falta de motivación por aprender que, a su vez, dará lugar a la implementación de prácticas didácticas centradas en la motivación extrínseca, y no intrínseca, del alumno. A su vez, la falta de iniciativa del alumno para aprender instala con vehemencia una rígida organización didáctica que, en casos extremos, terminan en una planificación de contenidos cuyo endiosamiento conspira contra el proceso creativo del aprendizaje. 
 
Dado que este desvío conceptual se sostiene y cobra vigencia en la desvalorización del potencial intelectivo del alumno, la praxis didáctica tiende a acentuar aún más la uniformidad de los contenidos y el determinismo unívoco en el uso de casos y ejemplos. Este mito habilita, a su vez, el mito encubierto de la evaluación de los aprendizajes como correlato de un proceso signado por la memorización mecánica de la información brindada. Tal desvío conduce al “mito del docente proveedor”, cuya tutoría despliega una verticalidad pasivamente aceptada por quienes dejaron en suspenso el ejercicio activo y constructivo de su inteligencia. 
 
De allí que el proceso pedagógico se desvirtúa a través de la falacia que postula un modelo mental que ignora la capacidad constructiva del alumno. Por ello, cuando desaparece la visión del talento de quien aprende, desaparece la pedagogía desde su raíz más profunda. Aprender sin el ejercicio de la titularidad del sujeto, implica una sustitución que desnaturaliza el proceso formativo que, como tal, conlleva el ejercicio de la autonomía intelectual y de la íntima convicción de quien aprende. 
 
En el proceso mayéutico del educere, en cambio, el docente es un mero instrumento, una condición auxiliar que facilita el aprendizaje y permite que el mismo alumno sea su propio hacedor en la construcción del conocimiento. Por tal razón, el pedagogo, a diferencia del docente proveedor de información, se constituye como verdadero educador en la medida que respete la dignidad del talento inherente a cada individuo. Cuando se instala el prejuicio bajo los mitos de la incapacidad del alumno, de su mala base o de la pérdida de interés, es porque se ha negado, o paralizado y sin emerger, el talento y la capacidad constructiva individual.
 
 

 

Dr. Augusto Barcaglioni
 
 
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Cognitio
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar