Los aparentes cambios educativos y el maquillaje del moribundo

Entre la decepción y la rigidez mental

Ante el dato cierto de que todos los egresados del sistema educativo formal transcurrieron doce años de aprendizaje escolarizado en jornadas de por lo menos cuatro horas, un imaginario extraterrestre sacaría esta lógica conclusión: “aquí hay genialidad, los egresados seguramente dominan varios idiomas, deben tener un fluido manejo de las operaciones lógico-matemáticas y una creatividad sin límites que les permite resolver los problemas cotidianos y de convivencia sin agredirse; seguramente sean pacíficos, ecuánimes ni sientan temores a los desafíos y vaivenes de la vida, además de ser sutiles en su modo de razonar y pensar…” 

Para su decepción, ese observador inusual encontrará que en el sistema educativo la ecuación tiempo invertido-resultado obtenido es dudosa, como se podría comprobar a través de la falta de competencias, de habilidades y de solidez para pensar de los egresados. Víctimas de un método que desnaturalizó la esencia del aprendizaje creativo y convirtió a la escuela en un ámbito poco propicio para una inteligencia que por naturaleza quiere aprender y saber más, los egresados tienen serias dificultades para demostrar sus competencias, para su inserción laboral o para proseguir otros estudios. 

La pedagogía como tal postula el contacto de la educación con la vida y, como ideal por excelencia, sostiene que el educador debe tener en cuenta, en el proceso formativo a su cargo, los intereses, proyectos y necesidades de sus alumnos. Los docentes y directivos que temen “salirse del programa” dirán que tales premisas son superfluas y carecen de relevancia a los fines programáticos de una educación planificada. En el extremo opuesto, quienes padecen cierta frivolidad pedagógica actuarán con demagogia y agotarán todo el tiempo en el relato pormenorizado de episodios cotidianos intrascendentes. 

Los docentes creativos, en cambio, saben aprovechar cada episodio que pueda aparecer en la cotidianeidad de sus alumnos con un criterio formativo y de constante reflexión. Teniendo en cuenta lo que viven y cómo viven sus alumnos pueden generar procesos de aprendizaje a través de hipótesis para la formación práctica de la inteligencia. Y lo hacen sin temores y con mucha seguridad profesional, convencidos de que educar es elevar el estado mental y el nivel de comprensión aún en medio de incidentes y circunstancias no previstas. En esto radica el arte pedagógico. 

Sin quedarse en la superficie de los cambios aparentes ni en la cosmética estática de los nuevos contenidos, el docente creativo rompe la clausura burocrática y eleva al grupo brindando métodos de observación y análisis, formulando hipótesis, transfiriendo conceptos, promoviendo proyectos y organizando actividades que permitan desarrollar habilidades y competencias en lo intelectivo, emocional y actitudinal. Y no lo hace esporádicamente para rellenar vacíos; lo hace siempre y de manera creativa, precisa y sutil porque es un profesional y un artesano de la inteligencia. 

El genuino saber genera deleite cuando es creativamente construido desde un método y una disciplina que conduzcan a la aplicación y transferencia a la realidad concreta. Esto difiere sustancialmente de los dos extremos señalados anteriormente, expresados en la rigidez (no salirse del programa de contenidos estáticos) y en la anarquía del vale todo (quedarse en el comentario trivial). Esta posición de equilibrio le exige al docente un dominio personal y lucidez mental para comprender el acontecer cotidiano de la vida de sus alumnos. Todo ello en aras de una verdadera elevación, superación y ampliación del horizonte perceptivo de quienes se encuentran en situación de aprendizaje. 

Tales propósitos exigen a la educación actual un método para enseñar a pensar y un ámbito para el desarrollo de la inteligencia como urgente prioridad. Así, el docente podrá agudizar su potencial creativo y lograr metas pedagógicamente superiores y ensayar alternativas de calidad. Esto es lo que segura y sensatamente presumió el olfato de aquel extraterrestre que hoy, ante la evidencia de los cambios superfluos para reanimar un sistema avejentado y cuasi-moribundo, nos exhortaría a no seguir perdiendo tiempo y energías en detalles periféricos y en medidas de poca relevancia que bien podrían comportarse como el maquillaje del moribundo. 

Para generar un aprendizaje creativo y utilizar los recursos que brinda el medio ambiente, se requiere que el docente abandone sus prácticas rutinarias y deje de estar inmerso en una burocracia que no le permite valorar el sentido pedagógico de su tarea en el aula. Por eso, ante escenarios cambiantes y de constante fluctuación, hay que recuperar cuanto antes el talento maltratado de los docentes que corren el riesgo social de dejar de ser eficientes debido al adormecimiento de su creatividad ante supuestos cambios de poca significación y envergadura. 

La escuela es hoy un lugar de transmisión de contenidos estáticos que tienden a quedar truncos y sin culminar en una verdadera vía de aplicación y experimentación. La experiencia nos indica que el tan mentado cambio en los programas opera como escudo protector del docente cómodo y rutinario fortaleciendo el modelo lineal de aprendizaje.

A juzgar por las evaluaciones y el proceso llevado a cabo en los centros de formación docente, se advierte que el mismo sistema educacional no plantea una política seria, consensuada y prospectiva de formación y capacitación. Ello impide, lamentable y paradójicamente, reformular los métodos y procesos para el ejercicio de una adaptabilidad creativa e innovadora de los futuros docentes a la realidad de los escenarios que se avecinan. 

Por otra parte, muchos preguntan cómo generar innovaciones y esperan la receta. Las mejores recetas se malogran cuando la creatividad docente está ausente. El docente creativo aplica casi como un juego placentero cualquier receta que considere oportuna en un determinado momento y hasta tiene la capacidad de perfeccionarla y superarla, sobre todo cuando comprueba el avance de sus alumnos. En esto radica la excelencia, creatividad y profesionalidad del arte pedagógico. 

Dr. Augusto Barcaglioni

 

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Dr. Augusto Barcaglioni
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Dr. en Ciencias de la Educación. Profesor de Lógica y Psicología (UCA). Contacto: barcaglioni@hotmail.com.ar