El cristal de la mente se empaña y pierde brillo y lucidez, entre otros factores, por el desborde descontrolado de las imágenes promovidas por estados emocionales y situaciones o hechos que afectan y condicionan la función de pensar del sujeto.
La imagen no es estática, es dinámica e incita a la acción, sea constructiva o destructiva. A condición de que la imagen sea observada conscientemente por el sujeto, la mente podrá mantener su estado de lucidez sin caer en la anarquía.
Salvo los casos de las imágenes constructivas, reguladas por la observación consciente, sabemos que en nuestra mente irrumpen imágenes que incitan a acciones de vehemencia, de impulsividad, de retaceo, de parálisis, de temor, de rencor, de vanidad y que guardan una aparente inactividad inofensiva.
Una imagen consciente es la que puede ser advertida por el propio sujeto cuando la imagen en cuestión genera su propia acción mental. Es la imagen creadora del artista o la imagen constructiva del sujeto que ejerce una actividad mental consciente.
De allí que la educación de la mente debe crear condiciones que permitan manejar voluntariamente las imágenes y no ser víctima del caos provocado por una inconsciencia caracterizada por el desborde y el descontrol que aleja del gobierno de la propia mente.
Por eso, cuando los individuos pertenecientes a un grupo, institución o sociedad no poseen la capacidad para gobernar sus imágenes, sobreviene un caos en la convivencia y una pérdida de la situación de equilibrio en los vínculos y afectos.