Cómo llegar al orden y acierto de la función de pensar
Saber pensar es un atributo cognitivo que no viene incorporado naturalmente a la vida humana. Por el contrario, el uso debido de la inteligencia, que permite pensar y actuar eficazmente ante los requerimientos y necesidades habituales, requiere el aprendizaje y la adquisición de cualidades que permitan a cada individuo asegurar situaciones constructivas y felices a lo largo de su vida.
La observación empírica acerca del modo como el ser humano actúa, piensa o toma decisiones, nos indica que estamos lejos, y hasta en las antípodas, de tales cualidades. Las variadas experiencias de la vida cotidiana reflejan claramente que no sabemos pensar ni tomar decisiones oportunas y que oscilamos mentalmente de un estado a otro, titubeamos, nos dejamos influir por otros o carecemos de criterios propios.
Por eso, se nos presentan una serie de situaciones adversas e inquietantes que configuran verdaderos desvíos mentales que afectan la función de pensar. A diferencia de las alteraciones neurológicas y cerebrales (que condicionan y afectan el proceso de cognición), las alteraciones lógicas (“blandas”) responden a la desatención, indisciplina y desorden en el manejo de la mente e inducen inevitablemente al error o a conductas fallidas que surgen del hecho de no saber usar debidamente nuestra inteligencia[1].
Basta, al respecto, mencionar una serie de episodios que, según la idiosincrasia personal, se presentan en la mayoría de los seres humanos, provocando estados emocionales poco favorables para la vida, tales como:
- Tomar decisiones erróneas por no haber analizado ni comparado las diferentes situaciones en juego.
- Manejar los problemas de manera ofuscada, parcializada y sin objetividad.
- Temer el futuro porque aparece como incierto y poco seguro.
- Equivocarnos por apresuramiento cuando tratamos de elegir lo que buscamos.
- Dejarse llevar por los caprichos de la imaginación.
- Sentirnos vulnerados y paralizados por carecer de confianza en nuestras capacidades.
- Mantenernos indecisos durante largo tiempo por temor o pesimismo.
- Empobrecer los vínculos afectivos por intolerancia e impaciencia.
- Interrumpir los proyectos por no saber esperar.
- Aceptar las opiniones ajenas por comodidad.
- No aprender de los errores propios y ajenos.
- No valorar de manera positiva los recursos disponibles.
- No adaptarse a las situaciones imprevistas y no deseadas.
- Depender de las promesas ajenas sin analizar su contenido e intencionalidad.
- Tomar decisiones y dejarse llevar por creencias y suposiciones.
- Acatar pasivamente y por comodidad el pensamiento ajeno.
- Creer en la suerte para evitar el esfuerzo de analizar y razonar.
- Dejarse llevar por la mirada y la opinión ajenas.
Si observamos con atención, tales episodios, a los que cabría agregar los sofismas y falacias, surgen de una matriz mental que pone en evidencia verdaderas disfunciones que provienen y se gestan por el uso indebido de la inteligencia. Esto explica claramente que el desorden que genera el uso anárquico de los procesos cognitivos, conducen al sujeto al error y al equívoco constantemente, impidiendo la comunicación y afectando los vínculos interpersonales.
Habitualmente, los movimientos mentales carentes de precisión, rigor y orden se deben a errores por descuido o por falta de disciplina de la mente, conduciendo a desaciertos en el modo de pensar y a desvíos en la conducta y en la toma de decisiones. Por eso, es necesario ser consciente de que tales situaciones constituyen desvíos que responden a las conocidas alteraciones del proceso lógico del pensamiento y se manifiestan de manera diferente en cada individuo.
Esta anarquía, que proviene de la incapacidad para reflexionar, analizar y razonar, pone de manifiesto que el individuo, al no saber pensar, construye de manera tosca y burda conclusiones falaces y razonamientos incorrectos. A la inversa, si aquél observa, analiza, razona y reflexiona correctamente, logrará más acierto en sus decisiones. De allí que, en la observación del comportamiento y la conducta humana, es necesario identificar el modelo mental que opera como antecedente y causa de los mismos.
Tales cuestiones introducen el tema de los sofismas y falacias como desvíos y alteraciones lógicas en el proceso de construcción del pensamiento y en la forma de pensar o elaborar una determinada conclusión. Podríamos decir, al respecto, que tanto los sofismas como las falacias pueden dar lugar a los episodios señalados o, a la inversa, éstos generar el campo mental propicio para ser víctimas de un sofisma o falacia.
El empleo del énfasis para convencer, el recurso del entusiasmo, la apelación a las emociones para lograr adhesión, la distorsión del contenido central de una disputa, utilizar el ridículo apuntando al modo de ser o actuar del contrincante, el recurrir al elogio para lograr la aceptación de una idea, constituyen verdaderos sofismas y falacias que se imponen en la mente desprevenida y desatenta.
El sofisma es un argumento o raciocinio falso, formulado con la finalidad de inducir en el error al adversario, mientras que la falacia es un error, engaño o falsedad para dañar a una persona y conseguir algo. Tanto uno como otra, inducen o son inducidos por el repertorio de episodios señalados anteriormente y responden a la misma matriz: la incapacidad del sujeto para pensar con rigor y disciplina y a la falta de atención a los propios movimientos mentales, causados por el descuido, la comodidad o la inercia.
Dr. Augusto Barcaglioni
[1] cfr. http://cognitio.com.ar/2016/06/como-evitar-movimientos-mentales-toscos-e-imprecisos/