El juego de imágenes y la alteración de la conducta
Sabemos que la conducta humana proviene de un esquema previo que el sujeto elabora y construye en su mente. Este es el enunciado fundamental que, en los campos filosófico, pedagógico y de la experiencia cotidiana, casi nadie se atrevió a contradecir desde Aristóteles a nuestros días.
Quedarse en el análisis y pormenores de las conductas externas, describirlas y formular hipótesis y conjeturas acerca de por qué ocurren sin tener en cuenta dicho esquema previo, tiene la desventaja de provocar la ilusión y la creencia de haber comprendido el comportamiento humano. Pero, en rigor, es una comprensión a medias, ya que no llega a las causas reales de la conducta.
Muchas de las hipótesis que suelen proliferar ante un suceso conmocionante, vuelcan el peso de las responsabilidades a la familia, a la falta de valores, a los medios, al consumismo, a la falta de educación, a la situación económica. Con ello, se cree haber alcanzado la comprensión cabal del suceso.
A pesar de la verdad que encierran tales hipótesis y afirmaciones, las mismas no resultarían satisfactorias si se niega o soslaya el enunciado fundamental que nos dice que toda conducta, como tal, se inicia en la mente.
Dado que los comportamientos del ser humano se gestan en la mente, es en la mente donde se desatan y se reproducen con alta velocidad, en un juego de imágenes que se traslada a la conducta que se observas externamente. Esto plantea la correlación entre la naturaleza cualitativa de las imágenes mentales con la conducta y el comportamiento, tanto en su despliegue interno como externo.
Si entre la imagen de agredir a otro y la ejecución de la agresión no media en el individuo una conciencia reflexiva para impedir que tal imagen cobre vida y se traslade a la realidad, seguramente que la violencia imaginada y pensada se convertirá en violencia ejecutada, ya que habrá llegado a su manifestación externa.
La perturbación mental que se observa en autores de delitos aberrantes y de actitudes reñidas con la convivencia, proviene del tipo de imágenes que dominan sus mentes. Sea para lavar el amor propio herido, sea para salir del anonimato, sea por venganza ante un disgusto, sea por el desplante recibido por portar tal idiosincrasia o modo de ser, sea por un acto injusto o por una broma mal interpretada, todo ello desencadena un juego de imágenes que perturba y obnubila la mente, destempla el razonamiento y anestesia la conciencia en quienes se encuentran indefensos y faltos de recursos mentales y emocionales.
Ante un estado mental generado por tales perturbaciones cognitivas y emocionales, es muy seguro que el desenfreno y la conducta violenta serán el epílogo natural de aquella alteración y penumbra. Así, metafóricamente, la usina mental se oscurece y no puede ver con claridad todo aquello que se vincula con los hechos cotidianos. En esas condiciones, las decisiones serán interferidas por imágenes de violencia y confusión, constituyendo su generalización un verdadero estigma social.
La experiencia diaria individual nos muestra situaciones donde tal estigma adquiere mayor visibilidad cuando se verifica en casos y en circunstancias que contienen un alto grado de impacto y que afectan y perturban, por su relevancia, la vida individual, familiar, laboral y social. Mas ello no excluye, desde el punto de vista pedagógico y formativo, a aquellos hechos irrelevantes que, aún desapercibidos, se rigen por el impacto causal de las imágenes mentales en el comportamiento humano.
Es tal la vigencia universal de este principio cognitivo, que queda validado aún en los casos inversos, cuando el sujeto domina conscientemente sus imágenes y voluntariamente les confiere un sentido constructivo con relación al fortalecimiento de los vínculos y al enaltecimiento de un sistema de relaciones asistido por valores éticos y de convivencia armónica.
Aquí radica, desde una perspectiva metodológica, la esencia de todo proceso formativo que exige, como condición insoslayable, la educación de la mente y la consolidación de un dominio gradual de las imágenes mentales como capacidad cognitiva para el acceso a la autonomía de pensamiento.
Dr. Augusto Barcaglioni